A veces una historia

Solo un día más

El hospital era frío. Todos los hospitales lo eran. Siempre tenían paredes blancas y sillas incómodas. A nadie le importaba. No en esa sala. No cuando su mente estaba con las personas que amaban.

Amelia estaba sentada en una silla solitaria. En la sala desperdigados estaban al menos otras cinco personas, sin embargo, nadie hablaba. Sostenía entre sus manos un rosario. Movía las bolitas entre sus dedos, pretendía rezar, pero no podía. Lo único que alcanzaba a susurrar era, "solo un día más, por favor, solo un día más". Ella misma no sabía a quién se lo pedía. Era una mujer poco creyente, pero como casi todas las personas que sufrían y no tenían a quien más recurrir, buscaba consuelo en algo más grande que ella.

¿Por qué? ¿a qué Dios había ofendido? ¿qué había pasado? ¿era acaso porque amaba a su hija de una manera que nadie más entendía? Podía haber varias respuestas. Ninguna correcta. Todas verdaderas.

El día que nació su hija fue el más extraordinario y horrible de su vida. Había pasado 8 largos meses, muy cerca al noveno, esperando el fruto de su vientre. No se había perdido una sola cita médica, no había tomado una sola pastilla no recetada por su médico. Había soñado todos los días en verla, abrazarla y amarla. Todo había sido normal.

El día del nacimiento todo fue una catástrofe. Las contracciones llegaron de repente. Su instinto le advertía que el parto no estaba bien. Cuando su bebé, su preciado amor, no lloraba. Lo peor no era saber que algo andaba mal sino no saber con exactitud qué. Los médicos guardaron silencio y se llevaron a su hija.

El dolor del parto, el cansancio, todo fue reemplazado por la incertidumbre. Cuando estaba en la sala de maternidad junto a su esposo todo era silencio. Un silencio exactamente igual al que ahora atravesaba. No había sido el día feliz que había esperado.

"Solo un día más, por favor. Solo un día más", murmuró de nuevo inclinándose ligeramente hacia adelante. El dolor que crecía en su pecho hacía que su cuerpo comenzara a temblar. Se atrevió a levantar la mirada y recorrerla por la sala de espera.

En el lugar había una gran pantalla. Tenía imágenes que cambiaban y un ruidito al que nadie prestaba atención. Se suponía que estaba allí para distraer a los que esperaban, pero nunca funcionaba. Las enfermeras a veces pasaban por la sala. Amelia las conocía a todas. Algunos se atrevieron a preguntar, Amelia no. Sabía que ellas no tenían la respuesta. Lo único que era importante era esa habitación.

No podía mirarla, pero sabía muy bien dónde se encontraba. Para la mayoría era una habitación común, para otros era el lugar más escalofriante que se haya construido. Amelia parpadeó lentamente. No quería pensar en ello. No quería imaginarse a su hija con todas esas máquinas conectadas. Prefería recordar la primera vez que la vio.

A la mañana siguiente del parto, los médicos le dijeron que su hija estaba bien. Esas simples palabras tranquilizaron el corazón de Amelia. Su bebé estaba bien. Sin embargo, había algo en la mirada del joven doctor que Amelia encontró desconcertante. Había algo de duda en sus ojos. Algo que quería decirle, pero no se atrevía. La joven olvidó todo eso cuando le entregaron en brazos a su bebé. Solo con verla supo que la amaba, que la amaría hasta el fin de sus días.

Los primeros meses fueron maravillosos, amaba todo de su hija, amaba su nariz, amaba sus manos. A los dos meses sospechó que algo no estaba bien, su bebé no podía sostener su cabecita cuando la acostaba boca arriba, a veces sus piernitas eran muy rígidas y las cruzaba y ella no podía moverlas, no, sin temor de hacerle daño. Como madre primeriza se asustó mucho, pero aun así permaneció observando. Se inventaba mil excusas de por qué sucedía, pero con el pasar del tiempo no pudo negarlo.

De nuevo regresó al hospital. Los especialistas le hicieron miles de pruebas. Cada una más complicada que la anterior. Amelia sólo podía repasar en su mente qué podía haber pasado. Lo había hecho todo bien. Durante un muy largo tiempo solo pudo vivir con la incertidumbre.

Al fin le dijeron que su hija presentaba un trastorno llamado parálisis cerebral. ¿Cómo podía ser eso cierto? Ella veía a su hija agitar sus manitos y bracitos. Solo eran sus piernas las que se negaban a moverse.

El sufrimiento es algo extraño porque todos lo atraviesan y, aun así, nadie lo entiende. Amelia escuchó a muchos médicos, psicólogos y personal capacitado que le explicó todo. Su hija tenía un tipo de discapacidad que le impediría caminar. Ese día cambio todo, y nada.

El amor hacia su pequeña no había disminuido ni un ápice. Cambió todo en su casa desde el baño hasta las escaleras. Cualquier cosa que fuera necesaria para que su hija fuera feliz. La vio crecer, la vio sufrir, la vio intentar caminar y caerse miles de veces. Todos los días algo dentro de ella se rompía. ¿Estaba haciendo lo correcto? Entonces, un pequeño gesto, un corto paso, una sonrisa a medias, le regresaba la alegría.

El sonido de unos pasos la devolvió a la realidad. Eran diferentes a los pasos de una enfermera, eran pasos más pesados y decididos. Amelia reaccionó por instinto y se puso de pie. Debía ser una noticia sobre su hija. Tenía que serlo. "Solo un día más, por favor", repitió la frase, y apretó con tanta fuerza el rosario que se terminó incrustando las uñas.

El hombre apareció por el pasillo. Llevaba la bata blanca que todos los médicos usaban, y en sus manos sostenía una carpeta. Era un hombre bajito de anteojos, con la mitad del cabello perdido. Su rostro no reflejaba ninguna emoción.

— El señor Aldaz — llamó.

Un hombre que a duras penas podía sostenerse en pie por el temblor en sus piernas, se acercó al médico. Entre sus manos movía nerviosamente un sombrero.

Amelia estaba por sentarse cuando los llantos rompieron el silencio. Todos los presentes sabían cuál era la noticia. Todos se unían a su dolor. "Solo un día más, por favor. Solo un día más". Las lágrimas comenzaron a rodar por su mejilla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.