Aaron

«Parte II: Intenso»

Estefanía lo veía y no lo creía ¡Su padre estaba entre las piernas de aquella mujer! ¡¿Cómo le podía hacer eso a su madre y a ella?! Las lágrimas caían de sus ojos, y no lo podía evitar ¡Quería decirle miles de cosas! Y el nudo en su garganta no lo permitía. Sintió quedarse sin aire.

La mirada de Marco y la de su hija se conectaron ¡Los había descubierto! La mujer que estaba encima también llevó su mirada hacia donde él miraba. Ambos se separaron, Karina subió sus bragas y bajo la falda tubo, Marco cubrió su intimidad y se abrochó los pantalones y los botones de su camisa. 

El rostro de Estefanía cambio de tristeza a enojo, ¡Ahora sí le podía decir las cosas como se las merecía! 

– ¡Sois unos puercos!– gritó con el rastro de lágrimas.– ¡Y tú una zorra! 

– Estefanía no hables así.– habló su padre acercándose– No es lo que parece. 

Barbie bufó y se rió ¿No era lo que parece? 

– ¡No me toques! ¡Aléjate de mí! ¡¿Qué no es lo que parece?! Te estás revolcando con una cualquiera en tu oficina y me dices que no es lo que parece– Karina también se acercó, sabía perfectamente que había arruinado a aquella familia, pero esa no era la primera vez.– ¡Aléjate zorra! 

– Yo...– Estefanía no dejó que Karina terminará con la oración, un golpe en la cara y un almuerzo en su blusa fue el resultado de todo su enojo.

– ¡Puta!– volvió a gritar; la amante de su padre llevó la mano al lugar del golpe, su nariz y trato de limpiar un poco su camisa. ¡Maldita niña!– Y tú– señaló a su padre con el dedo– Aléjate de mi madre y de mí. ¡No te quiero volver a ver! 

– ¡Hija basta! 

– ¡Ya no soy tu hija! 

– Estefanía sólo escucha... 

– ¡NO! 

Los gritos habían llamado la atención de todos los que estaban allí en el piso, nadie sabía con certeza lo que había pasado y sólo intuían.

Al salir Estefanía quiso hacerles saber a todos quiénes estaban allí lo que ocurría pero no podía, su madre se enteraría y debía protegerla de todo lo que esos dos le habían estado haciendo a sus espaldas.

– ¿¡Qué miran?! ¡Trabajen que para eso se les paga! 

Al llegar a su casa cerró la puerta de un golpe, tiró su mochila a un lado  y gritó con toda su alma. Nadie estaba dentro así que era un buen momento para llorar.

– ¡TE ODIO!.– lloró y luego cayó tendida en el suelo mirando hacia el techo sin saber que hacer, debía decirle a su madre pero no se le ocurría nada. Se calmó poco a poco aún estaba ese sentimiento de rencor dentro de ella, su vida casi perfecta había cambiado.

El timbre sonó por toda la casa. 

– ¿¡ Quién?! 

– Aarón. 

– ¿¡ Qué quieres?!– se paró y abrió la puerta tras limpiarse las lágrimas.

– Vengo por el trabajo ¿Has llorado? 

– ¿Se nota? 

– Sí, mucho.– ella cerró los ojos y por un microsegundo volvió a repetir la mente. Sus ojos se aguaron otra vez, y se dejó llorar delante de Aarón. 

Aarón se sentía impotente, en todos los años de su larga vida había visto a muchas mujeres llorar y sabía que necesitaba en ese momento. La envolvió entre sus brazos y le masajeó la cabeza. 

¿Qué abría pasado? 

– Lo siento– se separó limpiándose otra vez las lágrimas.– Venga, hagamos el trabajo. ¿De qué era? 

– Los gobiernos Asiáticos y Europeos. 

– Bien, tengo la computadora en mi habitación, vamos. 

Él la siguió, ella por delante. Su figura al igual que su rostro eran dignos de admirar, la forma en que caminaba le daba gusto, sus piernas eran largas y tenían forma al igual que su cadera y trasero. 

– ¡Sé que me miras el trasero Aarón! 

– No lo sabes. 

– Siento tu mirada, capullo.

Pero él siguió con su cintura y su espalda, sus brazos tan delicados. ¿Era posible esa belleza en una humana? La respuesta la tenía frente a él. Lo era. 

Ella abrió la puerta y dejó que él entrara para luego cerrar y dirigirse hacia un cajón donde estaba la laptop. 

Sólo se centraron en eso, aunque de vez en cuanto sus miradas cruzaban. 

– ¿Nada más? 

– No, creo que eso es todo. 

– Bien, ya te puedes ir. 

– ¡Qué amabilidad la tuya! 

– Aarón no me siento bien, en serio largo.– él se sentó en la cama frente a ella. 

– He aprendido en todo mis años que en realidad cuando las mujeres dicen eso es mejor quedarse y averiguar.

– ¿Qué? Apenas tienes la misma edad que yo, ¿Con quién lo aprendiste ? ¿Con una quinceañera?

– No, pero dime qué ha ocurrido. 

La imagen de su padre la volvió a invadir. ¡Su padre! Ella le contó lo ocurrido y Aarón muy comprensivo no dijo nada. 




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