Abaddona

Capítulo 1: El Arrepentido

Nuevamente, le domino la nostalgia, el pasado volvía a él una y otra vez, los gritos no dejaban de atormentarle mientras un dolor agudo envolvía su pecho dejándole sin respiración; se revolvió en su asiento mientras se fustigaba así mismo con sus pensamientos, si tan solo él hubiera respetado las leyes, si tan solo hubiera prestado oídos a las advertencias que le brindaban, nada de eso habría sucedido y el legado de ella aún seguiría con vida.

Su mente cansada recordaba con dolor el inicio de aquel sueño; un sueño que pronto se convertiría en pesadilla, un inocente acto, solamente un roce de piel y todo aquello estallo trayendo consigo el despertar de las emociones, el descubrimiento de los colores y los sabores.

Llego el amor a su vida, un amor diferente al que su corazón sentía hasta ese momento, pero ese amor también dio paso a la lujuria, a la necesidad que él sentía por ese ser tan frágil que con una simple mirada lo envolvía en un manto de felicidad.

Su cuerpo era un caos, miles de sensaciones lo trastornaban y no sabía qué hacer con ellas, era como un pequeño niño al que le habían regalado un juguete nuevo.

Ahora entendía lo que era padecer del amor eros, ese amor que te provoca lujuria y la sensación de estar ardiendo de calor; y saber que solo podía ser calmado por un roce de sus manos, hasta ese día solo había sentido el amor ágape, aquel amor que le hacía admirar la perfección de la creación y sentirse parte de un milagro.

Pero ella lo había transformado y hoy la oscuridad envolvía su alma, sofocándola y atormentándola sin piedad.

Suspiro entrecortadamente mientras el viento revolvía su ensortijado cabello, sus ojos permanecieron cerrados únicamente aspirando el olor que flotaba en el aire, lilas.

Su mente siguió recordando esa historia de amor que nunca debió ser, esa historia de amor que lo interno en un mar de locura e insatisfacción, por un lado, se sentía volar, caminar entre nubes y por otro se sentía el mayor traidor de su mundo, ambos sentimientos de por sí eran incompatibles para la manera en que había sido creado y educado.

Él sabía que esa relación estaba prohibida desde un inicio, pero pudieron más sus sentimientos mezquinos que la razón. ¡Cuanto había cambiado desde aquel entonces!

Él, que había sido un ser especial, querido y admirado por todos, grandes y chicos, pobres y ricos por igual, ahora solamente provocaba tragedias con su cercanía.

¿Dónde había quedado su pureza? ¿Dónde su inocencia?

En su ser no había existido maldad; vivía para el amor, la amistad y la lealtad hacia los seres que más amaba.

 ¿Y su voz? Aquella maravillosa voz que siempre había sido escuchada por todos, aquella voz que podía llegar profundamente al corazón de las personas, esa voz que las hacía entrar en razón y lograr que una disputa se terminara en menos de un minuto. ¿Dónde había quedado esa voz?

¿Qué había sido de él? Un fatal error había cambiado su vida por completo; haciéndole perder todo aquello que más amaba, su familia y su honor.

Ese honor, que lo posicionaba en un cargo de jerarquía dentro de la organización, ahora solo era un traidor, un ser lleno de ira y arrepentimiento. La decepción hizo de él un ser angustiado y atormentado.

Se arrepentía de haber sido tan débil, de haber sido tan inocente, si tan solo hubiera hecho caso a su hermano cuando le dijo que corría peligro, pero no, él era demasiado orgulloso para aceptar que estaba tomando un camino errado, demasiado inocente para darse cuenta de que era víctima de un engaño; pero ahora, ya de nada servía su arrepentimiento y su frustración.

Una soledad infinita lo invadía hasta el punto en el que la luz había desaparecido totalmente de su vida y todo se había vuelto de una negrura insondable.

Y ahora de pie, nuevamente frente al acantilado, miraba con envidia a la joven sentada al borde del abismo, él intuía lo que ella pensaba, lo que ella deseaba; podía sentirlo en el aire, su interior vibraba ante la agonía de la muchacha, y se maldecía por sentir que la tristeza y desesperación de ella eran su fuente de alimento, que gracias a ella él seguía viviendo; corrección, seguía sobreviviendo.

Cuan bajo había caído, movió su cabeza de un lado a otro, tratando de olvidar el pasado, ese pasado que lo atormentaba, fijo nuevamente su vista en aquel frágil objetivo que se veía frente suyo.

El aire sacudió su larga melena, no había vuelto a cortarla desde la traición, como base de su arrepentimiento, reflexionó en la gloria que tenía y como se había negado a unir al traidor, no juzgues hermanito, le había dicho su hermano mayor, no dejes que el orgullo se apodere de tu corazón, pero no lo había escuchado y ahora entendía que hasta las torres más altas caían en algún momento. Al fin lo comprendió.

Él, un ser acostumbrado a dar paz y tranquilidad, se había convertido en un miserable parasito que vivía de la energía negativa de los demás y que acentuaba los deseos más perversos de la humanidad, haciéndoles querer más y más lujuria, más violencia, hasta que no quedaba más que un cascarón vacío donde antes había existido vida.

Su sola presencia exaltaba cualquier vestigio de maldad o desesperanza que se encontrara dentro del corazón humano, había visto hogueras, convertirse en incendios con su sola presencia, discusiones que terminaban en muerte si a él se le ocurría pasar cerca, por eso solo se rodeaba de animales, quienes parecían reconocer en él, su virtud anterior; la empatía.




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