Su amistad iba creciendo conforme pasaban los días y la admiración que ella sentía por él se acentuaba cada vez más. A veces parecía un chico tímido, pero otras veces parecía tan decidido. Le gustaba provocarlo y llevarlo de un extremo al otro.
Cada que ella llegaba al punto de encuentro, él ya estaba ahí, lo observaba de lejos antes de acercarse, tenía una presencia intimidante, como si estuviera alerta y a punto de atacar en el menor movimiento.
Muchas veces le parecía que estaba viendo a un cachorro de león, agazapado, esperando su oportunidad para el ataque, otras veces se veía impresionante como un águila, observando a su alrededor, viendo al resto como si fueran hormigas y el fuera amo absoluto del cielo, tenía una postura al pararse como si de un momento a otro pudiera correr hacia el acantilado lanzarse y emerger volando.
Su presencia era avasalladora, pero cuando ella se acercaba toda esa postura indómita se convertía en nada, ante ella se comportaba como un pequeño cachorrito, que necesitaba ser cuidado y protegido del gran lobo malo.
Desde aquel día Arusa no había tenido episodios de ansiedad, Abbo era para ella una medicina perfecta capaz de hacerle ver el lado bueno de las cosas. Se hicieron muy buenos amigos. Abbo, como ella le decía, era muy inteligente, tenía las respuestas para todas y cada una de las preguntas que a ella se le ocurriera, se sentaban al borde del acantilado a conversar toda la tarde, ambos reían con frecuencia, fueron las tardes más lindas que ella jamás había vivido, tardes en las que su deseo de vivir había superado a sus ansias de morir.
Su familia, había notado un cambio en ella tan grande, Arusa ahora sonreía, hacía bromas, era más amable y colaboradora, tanto así que querían conocer a la persona que la había transformado, su madre muy cordialmente le había pedido que lo trajera a casa pues ella quería darle las gracias personalmente, por haber conseguido lo que ellos no habían podido hacer.
Esa tarde, como todos los días que llevaba de conocerlo, Arusa se acercó al acantilado, pero se sorprendió al no encontrarlo, él siempre esperaba por ella, pero hoy era distinto; se sentó sobre la roca a esperarlo como siempre lo había hecho él, se sentía inquieta, miles de mariposas bailaban en su estómago, sentía que sus manos le sudaban, una inmensa emoción la embargaba, pero a la vez la inquietaba, al verlo llegar, corrió a su encuentro y lo abrazo con todas sus fuerzas.
—Tengo una sorpresa para ti —le dijo muy emocionada mientras le daba un beso en la mejilla.
— Yo también —respondió él, muy seriamente.
— ¿Sucede algo?
—No podremos seguir viéndonos, Ary. Debo partir.
— ¿Por qué? ¿A dónde?, ¿es muy lejos el lugar a donde debes ir?, ¿por cuánto tiempo será? — Pregunto ella— sintiendo que su frágil corazón se hacía un puño para no romperse. — ¿Por qué? —Insistió nuevamente, luchando contra las lágrimas que inundaban sus ojos.
— ¿Por qué? —Respondió él—, porque debo hacerlo y por favor no preguntes más, que no puedo decirlo, me lo tienen prohibido.
— ¿Quiénes? ¿Las personas con las que vives? —Volvió a interrogar ella— si quieres puedo hablar con ellos, mis padres pueden hacerlo, no pueden obligarte a irte.
Él sonrió tristemente, le beso en la mejilla y se alejó corriendo, aun cuando en su interior lo único que quería era permanecer a su lado, al lado de aquella niña que le había robado la razón y la capacidad de pensar. Detuvo un momento su loca carrera cuando la escucho suplicar, quiso regresar, pero sabía que era demasiado peligroso.
— ¡No te vayas por favor! —pidió Arusa con un grito entrecortado — ¡No me dejes por favor! —suplico, mientras veía que su amigo se alejaba más y más.
Antes de desaparecer en el camino, Abaddona exclamo — ¡Te quiero Ary!, si me necesitas solo piensa en mí con todo tu ser y yo veré la forma de volver a ti.
— Está bien —respondió llorando Arusa, mientras trataba de secar unas rebeldes lágrimas y darle un remedo de sonrisa.
— Por favor Ary, no hagas ninguna locura —volvió a gritar— yo volveré a buscarte, te lo prometo, júrame que me esperaras.
—Lo prometo — grito ella— Te estaré esperando, no importa el tiempo que te tome volver a mí.
Con la promesa de su regreso, ella se quedó más tranquila, aun así, el dolor que sentía era inmenso, su corazón estaba a punto de quebrarse, sabía muy bien que luego de este acontecimiento su vida jamás volvería a ser la misma.
Al irse, esa fuerza extraña intento apoderarse de ella nuevamente, haciéndole olvidar la promesa que había hecho minutos antes.
— ¿Por qué tuve que conocerlo? —Sollozo — ¿Cómo soportaré el dolor si él no está para ayudarme?, ahora mi vida ya no tendrá sentido.
Se quedó sentada en la misma roca de siempre, respirando entrecortadamente, las lágrimas brotaban de sus ojos mientras hacía puños con sus manos, no quería seguir llorando, pero sentía como su corazón se le rompía en mil pedazos, y esa niebla extraña que la cubría se enroscaba alrededor de su garganta impidiéndole respirar, trato de liberarse, pero algo dentro suyo se rompió y escucho una vos decir.
—Al fin, al fin soy libre.
Se levantó de un salto de la roca, miro a su alrededor y seguía sola, su cabeza empezó a latir con fuerza y un ardor en sus ojos la inquieto, paso sus blancas manos por su tez y las vio cubiertas de sangre.
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angeles caidos, ángeles caídos y demonios, jinetes del apocalipsis
Editado: 31.05.2022