Abaddona

Capítulo 8: La Traición

— ¡Te dije que no quería hacerlo más, ya no puedo seguir con esto! —Grito Ariel enfurecido, al recién llegado— estoy arrepentido de haberme unido a ustedes, tú lo sabes bien.

—Cálmate Ariel, por favor, no te comportes como un principiante, sabías en qué te estabas metiendo desde el principio, así que no me salgas con cojudeces y arrepentimientos estúpidos.

—Como me pides que me calme, estoy harto de ser un asesino, estoy harto de toda esta porquería que nos rodea, estoy harto de hacer el trabajo sucio por ustedes.

—No empecemos Ariel, mi amigo, solo cálmate y relájate, solo has lo que se te pide y listo.

— ¿Amigos? Desde cuando somos amigos, ¿eh? —Grito Ariel enfadado

—Somos amigos desde que fuimos creados Ariel, no creo que sufras de amnesia o que únicamente recuerdes lo que te conviene.

—Éramos amigos, maldito bastardo, lo éramos hasta que tú nos traicionaste. Eras mi amigo, mi hermano, yo confiaba en ti y me traicionaste, ¿Por qué lo hiciste?

— ¿Todo esto, es por ella? ¿Ariel?, —pregunto el recién llegado con cara de enfado— Bájale dos rayitas a tu enfado; tú sabías muy bien que ella solamente era alimento, una chica más de la cual podrías alimentarte, una de aquellas chicas a las que acostumbras aspirar y luego dejar, vamos, que los has hecho muchas veces, ¿a qué viene ahora tu negativa?, ¿a qué viene ahora tus remordimientos?

— ¡Basta ya, Astaroth! Déjala a ella fuera de esto, tú no la conoces, no sabes quién es ella.

—No puedo querido amigo, no puedo, tú más que nadie sabes que al jefe no se le puede negar nada, él manda y yo solo obedezco, deberías aprender un poco, no sabes lo feliz que serias.

—Astaroth no me vengas con cuentos, que tú y yo sabemos cómo acostumbras a fingir sumisión ante él, te has convertido en un arrastrado lameculos, cuando en el fondo lo único que buscas es obtener su puesto y ser el nuevo gobernante, pero recuerda ese puesto te queda demasiado grande.

—Ariel, por si no lo recuerdas, tú estabas en una misión de reconocimiento, la que interrumpiste por tu pequeño acto de bondad.

—Tú sabes que no fue así, me obligaste a ir por ella aun sabiendo que mi presencia la lastimaría.

—Como sea, la cuestión es que fallaste, así que como castigo solamente tenías que deshacerte de ella, presionarla un poco para que todo termine. Era tan fácil, era solo un alma, ¿qué más podrías perder al hacerlo? ¿No repites siempre que los has perdido todo?. Ya no tienes nada.

— ¡No!, no permitiré que ella muera, estoy harto de las muertes de inocentes, déjala fuera de todo esto.

— ¿Te estás negando Ariel? Sabes bien cuáles serán las consecuencias de tu pequeño acto de rebelión, enviaremos a otro por ella y será su fin, será doloroso.

—Te lo dije Astaroth, a ella déjala en paz, no es tu maldito problema, es el mío y yo sabré como lidiar con eso.

—Ariel, Ariel, sabe ella, ¿quién eres realmente? —pregunto este sarcásticamente —sospechando de las acciones impredecibles de Ariel.

Ariel, bajo la mirada intentando ocultar sus pensamientos, pero era por demás, él siempre había sido un libro abierto para todos, trato de calmarse y parecer relajado, pero ya era demasiado tarde, su compañero lo sabía todo y si no lo sabía por lo menos lo sospechaba.

¿Por qué tenía que haberse vuelto un blandengue? Se preguntó. Lo más lógico que hubiera hecho desde la primera vez que la vio era alejarse de aquella muchacha, pero como dejarla si le había absorbido el sentido, tuvo que quedarse y arruinarlo todo para ambos.

—Maldición — se dijo así mismo —que estupidez más grande he cometido.

Astaroth hizo un movimiento con la cabeza y sonrió, había confirmado su suposición, esa muchacha era alguien importante para Ariel y tenía que hallar el modo de descubrir quién era ella realmente, de que formas lo afectaba y sobre todo como podía obtener ventajas de esa situación.

Al final ella también desaparecería. No podía dejar que nadie descubriera su secreto.

— ¿Tú crees que ella te seguirá queriendo cuando descubra que eres un monstruo? —Pregunto cómo quien no quiere la cosa — no querido amigo —Se respondió así mismo mientras movía la cabeza simulando pesar — ella te aborrecerá y no querrá saber ya nunca más de ti.

—Ella no es lo que tú piensas, es diferente —Respondió Ariel presionando los dientes.

— ¡Vuelve con ella!, haz que salte por el maldito acantilado de una vez —ordeno Astaroth— eso nos ahorrara problemas a ti y a mí. Ella no puede continuar viva, sabes que al jefe no le agradara enterarse de que desobedeciste sus órdenes nuevamente, no tendrás una segunda oportunidad, no después de tu traición del pasado.

Ariel contuvo la rabia mientras sus ojos cambiaban de color intermitentemente entre el azul y el negro. Sus pensamientos lo llevaron lejos al comienzo de los tiempos.

«Un pasadizo oscuro lo llevo al amplio salón iluminado por la débil luz de las antorchas que producían unas sombras chinescas en las paredes y en el techo, formando imágenes escalofriantes de torturas y asesinatos.

Su cuerpo era arrastrado con cadenas que estaban soldadas a sus muñecas y tobillos, casi impidiendo la circulación del “icor” el fluido vital al resto de su organismo, una gruesa banda de hierro rodean su cuello, esta banda tenía unas inscripciones doradas que cambiaban de acuerdo a la voluntad del verdugo que había sellado la banda en el cuello de la víctima.




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