Abaddona

Capítulo 9: ¿Qué debo hacer?

—No puedo servirte ni un momento más, acusador, la ley del Omnipotente es salvación eterna y no puede ser rota, ni por ti ni por nadie. Llegará la hora en que tendrás que rendirte y ser juzgado por todas tus acciones desleales. Ríndete ahora ante el poder supremo y tal vez, solo tal vez seas perdonado.

Un grito de desaprobación se dejó escuchar.

—Eliminen al traidor, mátenlo.

—Sáquenlo de la presencia del rey.

—Nos está amenazando.

—Exigimos que sea decapitado y sus restos esparcidos por la faz de la tierra.

Luego de un momento el acusador se levantó miro a todos y con una orden de su mano quedaron en silencio.

—Vamos, Ariel; no creo que seas tan ingenuo y hayas considerado todas esas patrañas como reales, ¿qué embustes te han dicho tus hermanitos ahora? ¿Qué yo soy el malo? ¿Qué soy un traidor?, por favor, si eso lo vienen repitiendo desde el comienzo de los tiempos, piénsalo bien; yo únicamente soy un benefactor, soy el benefactor de la raza humana, el que le provee de lo que más ansía, el que les da la libertad para elegir. ¿Quién, más que yo, pudo promover esta rebelión? ¡Por Dios! Ariel —una sonora carcajada retumbo en todo el salón — ¡Upss! A pesar del tiempo, uno no se puede alejar de determinadas frases. ¡Oh!, tantos recuerdos.

—Escúchame Asmodeo —Replico Ariel — No somos revolucionarios, somos rebeldes que conspiramos contra un gobierno benéfico, tú no eres el Salvador, ese puesto te queda demasiado grande.

—Escúchate, Ariel, ¿siendo nuevamente el vocero del Anciano? ¿Es que no has aprendido nada?

—Si aprendí y por eso me arrepiento de todo esto, no me opondré más, sé que he pecado y no volveré a hacerlo. Esto es lo que pienso, el resto dependerá del Anciano.

—Ariel, reacciona ¿No sirvió de nada la muerte de tu amada? ¿Quién crees que es el responsable de su suicidio? ¿Quién la llevo a tomar esa decisión?

—No quiero escucharte difamar al anciano, sabes bien que él es inocente de todo aquello de lo que le acusas.

—Regresarás, te lo juro y cuando lo hagas tendrás que servirme como tu amo y señor —grito furioso —Saquen a esta lacra traidora de mi presencia y no lo dejen presentarse ante mí a menos que venga arrodillado.»

Ariel sacudió su cabeza y alejo esas imágenes de su mente. Astaroth seguía imperturbable delante de él, observándolo detenidamente para descubrir lo que estaba ocultando.

—Era una labor tan fácil, querido Ariel, solo debías observar que ella lo hiciera, nada más, sabías que tu presencia solo serviría para acelerar el proceso ¿Por qué te entrometiste y dejaste que te cautivara? O ¿sabes algo que yo no sé? —inquirió Astaroth.

—Por favor Astaroth —replico Ariel con ánimo suplicante—déjala tranquila, haré lo que tú quieras, pero déjala vivir, no hables de ella, es un ser puro y yo no puedo permitir que la lastimen por mi culpa.

—Muy bien Ariel —respondió Astaroth — somos amigos, aunque no lo quieras reconocer, tenemos tantos recuerdos juntos, yo aún recuerdo la amistad que nos unía. ¿Tú no?

—Como poder olvidar a la tríada Astaroth, si tú la quebrantaste al matar a Asbael y condenarme al destierro y no contento con esto, permitiste que ella muriera, intrigaste para que eso sucediera y luego culpaste al Anciano de tus traiciones. Al Anciano, eres totalmente ridículo y engreído.

—Son nimiedades Ariel, solo nimiedades.

— ¿Nimiedades has dicho? ¿Nimiedad es ver a tu hermano morir sin poder defenderse víctima de la traición de quien consideraba su mejor amigo? ¿Nimiedad es ver que la mujer que amas se suicida tirándose de un acantilado? ¿Nimiedad es ver destruido todo aquello que amas? ¿Nimiedad?

—Sin rencores, amigo, sin rencores; además, de eso han pasado tantos siglos; pero acuérdate que no todo fue mi culpa, gran parte fue tu responsabilidad, no creo que lo hayas olvidado; tú fuiste el traidor, traicionaste a todos por amor. Un amor ingenuo, ¿y adónde te llevo eso?

—Eso nunca fue así, y lo sabes bien. Yo solamente me alejé y me mantuve fuera de sus guerras, hasta ese día, el día en que murió la mujer que amaba, pero aún investigo y si descubro que tú tuviste algo que ver, no te alcanzara la vida para arrepentirte.

—En fin, Ariel, yo no diré nada, pero a cambio tú deberás hacer algo por mí.

Ariel sabía, que se arrepentiría de aceptar esa condición, nada bueno venían de los favores solicitados por Astaroth, la última vez que acepto ayudarlo perdió su cargo y todo lo que era importante para él, incluyendo a los seres que más amaba.

— ¿Qué debo hacer por ti esta vez Astaroth? — pregunto inquieto y a la vez resignado, no podía permitir que una mujer muriera por su causa nuevamente, eso era impensable.

—Nada, aun —respondió este misteriosamente, mientras observaba al horizonte con la mente en un pequeño punto que se movía de un lado al otro, tenía que descubrir donde se ocultaba la nueva mujer que Ariel estaba escondiendo, no había llegado a tiempo para descubrirlo.

—Necesito saber en qué me estoy metiendo y si vale la pena darte mi obediencia una vez más. Debes decirme que es lo que quieres de mí.




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