UN AÑO DESPUÉS…
La hora está cerca y Arusa se encuentra nerviosa, miles de mariposas revolotean inquietas en su estómago tratando de encontrar una salida, hartas de estar escondidas ahí, mientras tanto los minutos pasan y ella trata de terminar una cena que no ha pedido. Una cena que se siente como si estuviera comiendo engrudo, su lengua no siente los sabores por la intranquilidad que la posee.
Su plato tenía la mitad de unos fetuccinis a lo Alfredo, imposibles de terminar, no podía masticarlos y mucho menos tragarlos, la ansiedad había hecho presa de ella y su estómago lo resentía con cada bocado. Su corazón latía cada vez más apresurado y ella ansiaba salir corriendo del comedor con la misma desesperación con la que lo haría un ratón huyendo de un gato.
Escuchaba las conversaciones a su alrededor, pero no llegaba a captar totalmente el contenido de ellas.
Una fiesta, si, una fiesta era lo que se mencionaba, no había un día en el que sus hermanas no hablaran sobre la fiesta a la que irían, sus padres orgullosos las miraban, ellas eran hermosas y delicadas, pero demasiado huecas para su gusto, casi se atragantó cuando vio que la manecilla del reloj indicaba las siete y media de la noche, se le había hecho tarde y esa cena era la peor de todas, odiaba los fideos, odiaba la salsa, tenía la impresión de que su plato estaba cubierto de gusanos mirándola inquietamente.
Dejo pasar diez minutos más mientras seguía sentada en la mesa del comedor, miro de reojo el viejo reloj de pared, sentía como en otras ocasiones que la pareja que estaba tallada en el viejo reloj de madera la miraba y se burlaba de ella, como si supieran su incomodidad y disfrutaran con eso.
Por más que se exprimía el cerebro, no lograba recordar cómo había llegado ese maldito reloj a la casa. Muchas veces trato de deshacerse de el, pero nunca lo consiguió, ese aparato la intimidaba y por más que se había tratado de imponerse para que no lo colgaran, su familia había ganado y ahí estaba burlándose de ella como todas las noches.
Se paró lentamente, tratando de que su familia no notara que ya se retiraba, pero había sido inútil, su estúpido gato maulló en cuanto se puso de pie y le piso a cola.
Maldita sean las casualidades, el gato la miro de reojo como si intentara descifrar porque lo había pisado y si era merecedora de su perdón; pero el animalito estaba tan enganchado con ella que finalmente se acercó a su pierna y empezó a ronronear.
—Perdóname Pato, no fue mi intención pisarte —susurro muy quedo mientras miraba a su gato y recordaba el día en que lo encontró flaco y golpeado en la puerta de su casa, justo el mismo día que le habían dado de alta en el psiquiátrico. El veterinario le había dicho que de esa noche no pasaba, pero sus cuidados habían logrado lo imposible y ahora estaba ahí, dispuesto a seguir con vida y dispuesto a seguir dando lata.
— ¿Otra vez te vas a dormir tan temprano Arusa? —Pregunto su madre —No son aún ni las ocho de la noche, tus hermanas habían planeado llevarte a una fiesta, ¿nuevamente las dejaras plantada?
—Mamá, por favor —suplico Arusa mientras seguía caminando tratando de cruzar con rapidez la puerta.
— ¡Detente, muchacha y escúchame! —levanto la voz su madre
— Mamá no tengo ánimo para reuniones sociales.
— Hija, por favor, es solo una reunión.
—Madre, por favor, no insista, además, como puedes siquiera insinuar en que unas niñas menores de edad salgan solas con otros muchachos sin presencia adulta. Recuerda, yo tengo solamente diecisiete años, Betzy tiene dieciocho y Milka nada más dieciséis; la calle es peligrosa, ¿no te has dado cuenta?
—Hija, por favor relájate —insistió su madre— ya no eres una niña pequeña, tienes que salir, hacer amistades, no puedes seguir viviendo bajo la sombra de un recuerdo.
—Madre, dejemos las cosas por la paz —rogó Arusa— mañana tengo exámenes finales, estoy cansada, nada más quiero dormir.
Arusa salió casi corriendo del comedor seguida por su gato negro de ojos azules, la voz de su madre se oía a lo lejos, mientras el corazón de ella latía con fuerza, nuevamente era de noche y sabía que él la estaría esperando.
Llego a su habitación en el límite del tiempo, rápidamente se desnudó, se puso el pijama, apago todas las luces exceptuando la pequeña lámpara de estrellas que estaba en el buró al costado de su cama y se acostó, él había sido muy claro en sus especificaciones, siempre mantener una luz prendida, pasara lo que pasara.
Avergonzada se dio cuenta, que ni se había cepillado los dientes, pero era tanto su deseo de verlo que no le importaba, se relajó mientras miraba por última vez las luces en forma de estrellas que titilaban tímidamente en la oscuridad de la habitación.
Su mente sufrió una regresión en ese momento.
«Y tal como si estuviera viendo una película, se vio sentada en el borde de su cama, su rostro bañado en lágrimas, estaba triste porque Abaddona se había marchado, ahora recordaba lo que había sucedido, se durmió poco después de la una de la mañana y un extraño sueño aconteció.
— ¿Arusa?
— ¿Abaddona? ¿Cómo es que estás aquí? ¿En mi habitación?
— No tengas miedo y escúchame; sé que estás triste porque me fui, pero al igual que tú yo tampoco quiero dejarte, así que te pediré un favor muy grande.
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angeles caidos, ángeles caídos y demonios, jinetes del apocalipsis
Editado: 31.05.2022