Abaddona

Capítulo 13: El Guardián

Entró en la habitación a oscuras mientras pasaba lentamente la mano por encima del cofre de metal, la llave brillo en su mano, giro y abrió.

Dentro del cofre estaba esa pieza que le interesaba, veía el encuadernado de cuero del pequeño diario cerrado, se detuvo un momento mientras recordó verla escribir frases tan tristes y duras, suspiro; le había causado demasiado daño con su presencia. Se arrepentía del dolor que le había ocasionado, pero jamás se arrepentiría de haberle salvado la vida en ese momento.

Se sentó en el mueble cerca de la ventana, dispuesto a pasar la noche como todos los días, era la única manera que había encontrado para sobrevivir a su separación, sé autocastigo leyendo lo que estaba escrito en ese diario por enésima vez, sentía que debía pagar por lo que había ocasionado y esa era la manera más cercana de sufrir y castigarse.

El viento ululaba en los árboles del jardín produciendo una música cadenciosa, que lo relajaba, su mirada se perdió en la oscuridad, tratando de imaginar cómo sería el tenerla entre sus brazos, despertar abrazado a ella.

Como sería besar esos labios rojos, tan tentadores, se acomodó en el mueble mientras la observaba totalmente relajada, solo cubierta con un ligero camisón de seda negro que dejaba ver su esbelta figura. Algo en su interior se contrajo provocándole un ligero estremecimiento.

Había estado observándola, todas esas noches, desde su posición en el sofá, le complacía verla dormir tan tranquila y confiada. Más su corazón se llenaba de angustia al ver en lo que se había convertido, de ese ser tan frágil ahora ya no quedaba nada, ni un recuerdo de sus dulces gestos, de su empatía para con otros, todo se había ido, dejando a un ser mezquino y desagradable en su lugar.

Y todo había sido su culpa. Unos sollozos interrumpieron su diatriba, unos sollozos que se repetían cada noche, durante gran parte de ella.

La miró llorar sin poder consolarla, sin poder decirle que estaba allí tan cerca, quería acercarse y enjugar sus lágrimas con sus labios, absorber su dolor y darle la paz que tanto le suplicaba.

Quería tocar su rostro como otras veces, pero sabía que no debía hacerlo, no podía alimentar ese sentimiento que crecía día a día.

Pensó que, al alejarse, ella terminaría por olvidarlo, que seguiría con su vida, que sería feliz, pero no, ella se había aferrado a su dolor y no lo dejaba marchar.

Definitivamente, él ya estaba perdido, no la merecía, había cometido demasiados errores en su vida. Sabía que era un pecado, el amor que le profesaba y era algo que no podía permitirse sentir, no de nuevo.

No podía permitir que ella nuevamente pagara por algo de lo que no era culpable, ella era inocente, debía alejarse, eso lo tenía muy claro, pero no podía, simplemente no podía, la amaba demasiado.

Al principio, solo fue curiosidad, luego esa curiosidad se convirtió en amistad, y ahora había llegado al punto en el que no podía vivir sin ella, sin su sonrisa, ni su mirada misteriosa, sentirla cerca de él acrecentaba un fuego interno, un fuego que solo una vez había sentido en su interior, un fuego que le abrazaba, sentía que se incendiaba por dentro y esta sensación le hacía sentir tan desdichado, ya que no podía hacer nada para apagarlo.

Hacía mucho tiempo un sentimiento parecido se había apoderado de él y ese sentimiento lo había llevado a la perdición, su amor por una humana, lo había condenado a vivir en la oscuridad eterna, por amor a ella había fallado a todos los que habían confiado en él, justos habían pagado por pecadores.

No debía volver a cometer el mismo error, ese sentimiento tendría que quedarse dentro de él, no podía permitir que nadie se enterara, el amor te hace débil, y cuando conocen tu debilidad, tus enemigos pueden aprovecharse de ella y no podía darse ese lujo.

Pero ahora era diferente, él ya no brillaba, solo era un ser oscuro, ¿qué más daño le podría causar esa frágil criatura?, ¿qué más daño del que él pudiera causarle a ella con su presencia?, sabía y lo tenía muy claro que debía alejarse, pero no podía, era parte de su vida y finalmente, ella jamás lo sabría, se cansaría de esperarle cada noche y terminaría por hacer su propia vida, seguiría su propio camino, un camino sin él, donde su presencia no fuera necesaria y él seguiría allí observándola sin ser visto desde la esquina de su habitación.

Se sentó al borde de su cama, era tan linda al dormir, sin ese maquillaje excesivo que últimamente llevaba, así como estaba parecía un ángel, su ángel, su cabello cubría graciosamente su cara, vio sus labios perfectos abiertos en una forma tentadora y no aguanto más poso sus labios tiernamente en los de ella y la escucho pronunciar su nombre, quiso tomar su mano y decirle que despertara, que él estaba allí para ella, quería llevarla consigo, hacerla feliz, no quería que siguiera sufriendo ni causándose daño con esa actitud que había tomado últimamente.

Pero nuevamente entendió que era imposible, que esa idea estaba fuera de todo lo correcto, que no podía volver a entrometerse en la vida de ella, tenía que dejarla en paz, tenía que permitir que ella fuera feliz a su manera, aunque eso le causara un gran daño a él y es que cuando el amor te llega no hay quien te salve, esa era la verdad.

Tenían razón al decir que el amor por una mujer podía hundir a un ángel en la perdición o llevarlo hasta arriba, a las puertas de la gloria.




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