Abaddona

Capítulo 19: Demos un paseo

Estaba molesta, pero también sabía que, si no hubiera sido por el incendio, Abbo no hubiera vuelto a ella, y para ser sinceros, ella lo necesitaba más que a su propia vida, lo necesitaba junto a ella para poder vivir, solo a su lado era feliz, a su lado se sentía fuerte e inquebrantable.

Metió las manos en los bolsillos de su abrigo, no podía creer que aun llevara el vestido de la fiesta, que incomodidad, necesitaba encontrar la pluma, era lo único que la unía a él en esos momentos.

Luego de revisar cada bolsillo, al fin la encontró, era tan suave y mullida, pero ahora a la luz del amanecer ya no era negra como la recordaba, ahora era casi verde, era hermosa, cabía completamente en la palma de su mano, se quedó observándola un buen rato, hasta que empezó a adormilarse, metió la pluma dentro del bolsillo interior de su abrigo y se quedó profundamente dormida.

— ¡Ary!, ¿quieres dar una vuelta? —Le preguntaron de pronto.

Ella supuso que ya habían llegado, pero no, no podía ser cierto, la hacienda quedaba a dieciocho horas de camino y recién llevaban seis, estaba amaneciendo cuando se había quedado dormida, abrió los ojos, pero ya no estaba en el auto, miro su alrededor, y no podía creer lo que estaba viendo, todo estaba igual a como lo había dejado la última vez.

Simplemente, era hermoso el paisaje que observaba en este momento, aunque ya estaba oscureciendo, jamás había visto un atardecer completo, los lilas y naranjas le daban un tono dramático al atardecer, Abbo siempre había dicho que era peligroso porque podía perderse «¿pero ahora porque estaba ahí?» como había llegado.

Giro en torno a sí misma, y lo vio, lo vio en todo su esplendor, sus hermosos ojos azules, su piel trigueña, sus fuertes músculos y el más fantástico par de alas negras que pudiera haber imaginado jamás.

Quedo embelesada al verlo, era tan bello, ciertamente era un ángel, un ángel hermoso y era su ángel, cerró los ojos pensando que todo era un sueño y que iba a despertar, volvió a abrirlos, pero él estaba ahí sonriéndole con esa sonrisa perfecta, que iluminaba todo a su alrededor.

Se acercó lentamente junto a ella y la abrazo con fuerza, pudo sentir en su abrazo tantas cosas, tenía ganas de llorar, de felicidad, estaba ahí, estaba con ella, podía sentir su respiración agitada; correspondió a su abrazo y lo miro lentamente a los ojos, se vio en ellos y a pesar de que unas horas antes él le había confesado que era prácticamente un demonio, mirándolo a los ojos comprendió que eso no podía ser cierto, alguien tan bello y amable no podía ser un demonio.

No lo podía comprender, siempre le habían dicho que los demonios tenían cuernos, alas como las de los murciélagos, con pelos en vez de plumas, pero agradecía a Dios, que no fuera así, agradecía a Dios por haberlo puesto en su vida.

Tomo su rostro con sus manos, tan frágiles y pequeñas en comparación a las manos grandes y fuertes de él, acaricio su rostro y lo acerco al suyo, se miraron detenidamente y por segunda vez en su vida, sus labios supieron lo que era un beso, un beso tan suave y cálido.

—Te amo, mi ángel —le susurró al oído.

—Te amo —respondió ella— te amo más que a mi vida.

—Lo se respondió él, lo sé, ¿me perdonarás algún día por haberte hecho sufrir tanto?

—No tengo nada que perdonarte —respondió ella, dándole un ligero mordisco en sus labios carnosos — pero si lo vuelves a hacer, te encontraré y te haré pagar muy caro el romper una promesa.

Se sentaron en el pasto mientras miraban el final del atardecer, viendo al sol ponerse y al cielo cambiar de color, besándose de rato en rato, probando el sabor de sus labios y el suave roce de su piel, Arusa sentía que su cuerpo ardía ante el roce de sus manos.

—Abbo, tengo una curiosidad.

—Dime, te responderé.

— ¿Cómo haces para ocultar tus cuernos? Y por qué tus alas tienen plumas y no son de piel como se describe a los demonios

—Que preguntona me habías resultado. A ver, como te explico.

—Con la verdad, por supuesto.

—Claro que, con la verdad, eso lo sé… lo de los cuernos y las alas son un mito que propagaron los vigilantes para alejar a los humanos de los caídos, pretendían que por el miedo no se les acercaran, pero con eso solo lograron hacernos más llamativos.

— ¿Entonces no cuernos, ni aspecto monstruoso?

—No mi vida, pero si quieres yo puedo crear para ti unos muy lindos, ¿te gustaría?

—No bromees, es en serio, yo quería salir de dudas.

—Es la verdad, no existen, pero podemos producirlos para ahuyentar a los humanos curiosos, como cierta personita que se encuentra a mi lado.

—Abbo, no te burles. Yo únicamente quería saber.

—Lo sé cariño, tu curiosidad ha sido siempre lo que me ha llamado la atención de ti.

Abaddona la miro intensamente, no se cansaba de repetirle que la amaba, la beso intensamente, para luego intentar mirarla, pero sus ojos se desviaron al ver el profundo escote del vestido que llevaba Arusa, el fuego de la pasión lo devoraba por dentro, quería más, más de ella, quería que le perteneciera en cuerpo y alma, que fuera suya, pero sabía que no era correcto, debía esperar.




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