Tanto sentí, qué al final olvidé cómo expresarlo".
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Siempre le creían. No había un solo día en que no lo hicieran. Veían lo que ella quería que vieran.
Nadie supo nunca lo que ocurría detrás de su sonrisa ensayada. Ni siquiera ella misma, hasta que fue demasiado tarde.
Sentir demasiado le estaba pasando factura.
Y cuando no sabes cómo lidiar con lo que sientes, cuando no tienes herramientas para manejarlo, las emociones se convierten en tormentas. Te consumen. Te desgarran.
Emilia lo sabía bien.
Había sentido demasiado, y ahora… solo quedaba el vacío.
Antes, su mirada brillaba. Se encendía con las pequeñas cosas: una palabra amable, un roce accidental, el sonido de la risa de alguien especial.
Pero ese "alguien especial" nunca supo que lo era.
Él nunca la vio.
Emilia lo amó en silencio. Observó cada uno de sus gestos, memorizó el tono de su voz, guardó cada sonrisa como si fuera un tesoro. Pero él jamás sospechó que, en algún rincón de la escuela, alguien lo miraba con el corazón latiéndole en el pecho.
Para él, Emilia no era nadie. Solo una sombra más entre la multitud.
Y, aun así, dolía.
"¿Cómo se puede extrañar algo que nunca se tuvo?"
Se escondió bajo su árbol de siempre, su refugio. Allí podía permitirse sentirse pequeña.
Las emociones la superaban.
Quería ser fuerte. Quería decirse a sí misma que nada de esto importaba. Pero cada día se volvía más difícil sostener la mentira.
"¿Por qué soy así?"
"¿Por qué no puedo simplemente dejar de sentir?"
Tal vez era el insomnio, la acumulación de pensamientos, la falta de respuestas. O tal vez, pensó por primera vez, simplemente era así.
Y entonces, lo sintió.
Alguien la miraba.
Desvió la vista del chico que nunca la vio… y se encontró con otra mirada.
Era intensa. Fija. Inexplicablemente familiar.
Su piel se erizó.
"¿Quién es?"
"¿Por qué me observa?"
"¿Qué quiere de mí?"
Era un muchacho de cabello oscuro y expresión indescifrable. No supo si era un hombre o un chico. Pero lo que más la inquietó fue la sensación de que él sí la veía.
Durante días, esa mirada la persiguió. Siempre a la distancia. Siempre observándola.
Pero Emilia no dijo nada. No preguntó. No se atrevió.
Hasta que una mañana, él la encontró primero.
El cuarto estaba en penumbra. Solo un rayo de luz atravesaba las cortinas.
Pensó que estaba sola.
Hasta que escuchó su nombre.
—Emilia…
Su corazón se detuvo.
No podía ser.
Levantó la vista y lo vio.
No el chico de ojos marrones. Él.
El extraño.
El que la había estado observando todo este tiempo.
Su mente se nubló. Su corazón latía con fuerza.
—Mikhail… —su voz apenas fue un susurro.
El aire pesaba entre ellos.
Ninguno se movió.
Ninguno dijo nada más.
Y, en ese instante, supieron que nunca volverían a verse.
Así terminó todo.
"Parecen afligidos, cómo sino hubiera nada en ellos. Parecen apagados, cómo sin emociones estuviera.
Tuvo llanto por incesantes horas. Tuvo recuerdos, pero actúa cómo sino los tuviera ahora.
Tiene brillo, pero lo oculta con sozobra. Sigue ahí, pero no siquiera sabe cómo salir.
Es el amor, el causante de tal aberración.
Llegó a tener ilusiones, pero jamás las compartió. Tuvo miedo,tuvo terror; temía tanto, qué al final se alejó.
Es enamorarse, la causa de tal martirio.
Ahora finge, cómo qué nada pasó. Pero sabe bien, qué algo sucedió.
Es la pasión, la causa de incesante descontrol .
Esto es lo qué pasa, cuando la pasión, el amor y el enamoramiento, se juntan con tanto aldor.
Son los causantes, del tal aberración" .
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