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Un hombre vuela por los cielos hasta caer encima de unas cajas quebrándose al igual que sus huesos.
Más de cinco hombres se acercaron a la persona que estaba ocupada golpeando el rostro de uno de ellos. Otro intentó acercarse por detrás, pero el otro hombre fue más rápido. Tomó uno de sus brazos y lo dobló haciendo que se retorciera de dolor, tomó el cuchillo que iba a usar y lo lanzó contra la mano de uno de los hombres que estaba a punto de dispararle.
—Pedir ayuda no te hace menos hombre —habló un hombre a través del comunicador que traía en su oído.
—No necesito ayuda.
Lebanon vio cómo el arma estaba a punto de caer al suelo y no dudó en tomarla en el aire. Apuntó al tragaluz que mostraba la oscura noche en el pequeño almacén donde se encontraba. Jaló el gatillo y una lluvia de cristal cayó encima de todos. Lebanon tomó el abrigo de uno de los hombres inconscientes y se rodeó con ella evitando que uno de los cristales se insertase en su anatomía. El resto de las personas bajaron la mirada; unos se mantuvieron en silencio, otros liberaron una bocanada de aire.
Lebanon aprovechó el momento y noqueó a uno de los tipejos que estaban cerca. Restaban cinco personas más.
A pesar de ser un hombre mayor, su agilidad era impresionante. Era difícil poder captar sus movimientos sin parpadear. Cómo sus nudillos gruesos golpeaban los rostros de las personas dejándolos inconscientes al tercer golpe parecía ser casi magia. Era difícil creerse que él no era un Aberrante.
Se escuchó el romper de otra caja. Otro hombre había caído pero esta vez no era a causa de Lebanon, sin embargo, él no dejó de luchar contra uno de los tipos fornidos delante de él.
Los tres individuos se alejaron de él para lidiar con el nuevo sujeto que se había unido a la contienda.
Ese chico era más joven. Parecía tener 19 o 20 años. En lugar de sólo usar sus puños, usaba una vara de hierro de casi su misma altura. El chico era alto y sus movimientos eran casi igual de rápidos que Lebanon, casi.
Una vez que el hombre delante de Lebanon cayó al suelo inconsciente escudriñó al chico. La manera cómo se movía y saltaba de un lado a otro. Cómo su vara golpeaba la anatomía del resto aturdiéndolos y golpeando con su mano libre hasta que cayeran al suelo.
—Grenada, adivina esto —el chico sonrió y golpeó un extremo de su fierro contra el suelo haciendo que ella se encogiera siendo del tamaño de su empuñadura. Le estaba hablando a un tercero por el comunicador—, si necesitaba ayuda.
—No, no la necesitaba —Lebanon lo rodeó y se acercó a la puerta de salida sin volver su mirada.
El chico, Guyana, sonrió y negaba con la cabeza mientras iba detrás de él.
La fábrica había sido un desastre con tantos cuerpos en el suelo y las cajas quebradas, sin contar con los pequeños trozos de vidrio en el suelo.
—¿Tu comunicador funciona? —habló Guyana apurando el paso para seguirlo.
—Si, ¿por qué?
—En ese caso puedes pedir ayuda —Guyana se encogió de hombros.
—No necesito tu ayuda, Guyana, puedo hacerlo solo.
—¿Si puedes hacerlo solo entonces para qué me pediste ser tu amigo fiel?
—Te entrené para que pudieras reemplazarme.
—Ooh, cierto —habló Guyana con un divertido ademán—, que el señor Lebanon no confía en los Aberrantes. Me atrevo a decir que no confía en nadie.
—No cuándo el 98% de ellos se aprovechan de lo que tienen.
Una vez fuera, ambos se acercaron a un auto negro parecido a un Lamborghini. Era el único auto que se encontraba estacionado y cerca de la puerta de entrada. Bajaron los peldaños y cerraron la puerta negra de metal.
—¿Sabes que eso es xenofobia? —Guyana pasaba sus manos por el barandal de metal.
Sus manos estaban cubiertas por un guante tanto para protegerlo del frío o cómo para proteger sus huellas dactilares.
—Es seguridad —Lebanon quitó uno de sus guantes al rodear el auto y colocarse frente al asiento del conductor.
Colocó su mano en la puerta del auto y detectaron su identidad gracias a sus huellas. El auto se abrió, al igual que la puerta del pasajero.
—Puedo darte una granada y puedes decir que es una pelota de tenis —dijo Guyana con sarcasmo—, pero el odio es odio.
Ambos se adentraron al auto y en el compartimento se reveló una pantalla táctil con un mapa mostrando su ubicación.
—De acuerdo, otra pregunta —Guyana cruzó sus brazos—, ¿Si no confías en los Aberrantes por qué no trabajas con el gobierno y los cazas?
—Ellos solían tener armas nucleares —Lebanon comenzó a conducir a una gran velocidad alejándose del almacén y cruzando la autopista—, y ahora que arrestan a algunos Aberrantes me hace pensar que los usan para su propio beneficio sin importar el daño colateral que provoquen.