Aberrantes

Capítulo 2 - Muffin de Red Velvet

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Lissa caminaba por el extenso pasillo provocando que sus tacones repiquetearan contra el suelo. Las paredes estaban cubiertas de madera, no sabía si era por el hecho de que la madera no era conductora de electricidad o porque sería una excelente decoración por un lugar tan sombrío. El suelo era de color cobre y el techo blanco, excesivamente blanco, con luces redondas de igual color.

En ese piso del edificio solo se encontraban dos puertas. La puerta de las escaleras, y la puerta del jefe.

Al caminar, Lissa provocaba que su cola de caballo bailara de un lado a otro. El color celeste de su cabello era llamativo y revoltoso por haber tenido «diversión» tantas noches.

Dos hombres vigilaban la puerta de madera.

Los hombres eran altos y robustos, de espaldas muy anchas y brazos enormes, eran innecesarias las armas en sus bolsillos si poseían tantos músculos.

Lissa traía dos tazas blancas en sus manos con una sonrisa en su rostro. Nunca se encontraba de mal humor, a excepción al tener que intimidar a las personas. Se acercó a los dos hombres sin ocultar su sonrisa. Sus dedos pálidos, con las uñas azules, rodeaban las tazas.

—Hola, Brady, Ricky —saludó ella y les tendió la taza a ambos—, les traje esto de la cafetería de la esquina. Es café con vainilla.

Ambos sonrieron y tomaron sus respectivas tazas. A pesar de sus aspectos tan fornidos, al recibir ese presente ambos lucían como niños emocionados por un regalo de navidad.

—Gracias, Lissa —respondió Brady, el hombre de piel oscura y su cabeza escasa de cabello—. El frío no está siendo dulce con nosotros.

—Y menos a esta hora —Lissa colocó los ojos como platos—, ya deben ser las seis de la mañana.

Lissa siempre era muy hospitalaria con aquellos que creían ser buenos con ella. Ambos guardias, al principio no le mostraban mucho afecto, al pasar los días y al encontrarse tan seguido al traspasar esas puertas, hablaban diariamente. Oía sus lamentos, al igual que ellos, acerca de cómo odiaba que la sangre entrara a su boca, o cómo algunos se hacían los fuertes antes de que ella les pudiera una bola en sus cabezas.

Al final, todos los que se encontraban en ese edificio se volvieron sus amigos, algunos.

—Maldición —habló Ricky y tomó un sorbo—, debí seguir con la carrera de educador.

—Son las mismas ocho horas de trabajo, Ricky, y ganas más —Lissa lo señalaba con su índice—, sé que no te gusta estar toda la noche aquí, pero es lo que se puede, y hablado de carreras, ¿Qué tal tu hijo?

—Quiere estudiar arte —Ricky apartó la mirada llena de desdén. Lissa le dio una sonrisa amortiguadora, sin embargo, Brady solo lo observó apenado—. Prefería que fuera doctor.

—Es mejor que ser policía —Habló Brady.

—Nada es peor que eso —Lissa asintió y se cruzó de brazos. Volvió su mirada a Brady—, ¿Qué ha ocurrido con el jefe?

—Está esperándote adentro, soplaba fuego cuando estaba hablando por teléfono.

—Joder, la desgracia me persigue —Lissa tomó uno de los mechones de cabello que sobresalía de su cola—, ya me desahogué con unos tipos antes de venir —recordó Lissa como logró volcar un auto y tomó la vida de tres hombres—, ¡Deséenme suerte!

Lissa abrió la puerta y detrás de ella escuchó a sus amigos susurrar «suerte». Ricky cerró la puerta una vez que ella se había adentrado.

La oficina del jefe era inmensa. Más paredes de madera y una alfombra blanca que cubría el suelo de madera. Unos ventanales cubrían la parte exterior de su oficina exhibiendo el amanecer, la luz del rayo emergiendo encima de los enormes edificios y golpeando contra los ventanales.

Un lado de la habitación estaba cubierto de libros, archivos y materiales diversos. Allí se encontraba el escritorio de caoba y detrás de esta, una silla de cuero negro. Y otras dos sillas para los invitados. Por el otro extremo se encontraban tres muebles negros donde se localizaban sentados más guardias jugando cartas.

Tres de los cuatro hombres alzaron la mirada y le sonrieron. Lissa les devolvió una enorme sonrisa, revelando sus blancos dientes y agitando su mano sin levantarla con la intención de que el hombre en el escritorio no la viera.

—Theodore —habló Lissa sentándose en su asiento. Ella era la única que podía llamarlo por su nombre sin necesidad de un «Sr.» detrás del nombre. No porque él le diera permiso, sino porque ella era osada—, ¿Qué tal?

Lissa tomó su cola de caballo y lo enrollaba en su dedo, colocándolo encima de su hombro.

Theodore era un hombre senil, delgado y de dedos huesudos. Apagó el monitor de la computadora al ver cómo Lissa se sentaba delante de él. Las facciones de su cuerpo eran duras como la piedra. Con solo verlo podías sentir su desdén hacia tu presencia. Siempre poseía un traje grisáceo, unas cadenas de plata, y diversos relojes en su muñeca.



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En el texto hay: poderes, peleas, aberrantes

Editado: 24.09.2018

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