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Ya la luna había aparecido por encima de las torres de la ciudad. Varios hombres caminaban rodeando las cajas, mientras otros cinco se encargaban de exportarlas del almacén hasta una enorme camioneta blanca. Cada individuo se encontraba armado por una AA-12 rodeando montañas de cajas que no les importaban. Todos se agitaban tratando de ver por todos los ángulos. Ya todas las calles hablaban del fantasma de Pestrom.
—Deben de ser altos —habló un hombre al lado de uno de sus compañeros, rodeando las cajas, muy cerca de la puerta de carga—, me han dicho que son Aberrantes.
—Siempre he pensado eso —susurró su amigo en respuesta—, hombres grandes que pueden ser invisibles.
De la nada, una corriente de electricidad atravesó las lámparas cómo una serpiente en busca del ratón. Zigzagueando, apagando las luces, provocando que los bombillos explotaran creando una lluvia de cristales. Todos los hombres se mantuvieron en silencio y apuntaron sus armas al techo.
Una silueta apareció por encima de una de las montañas de madera, pero ninguno se percató de ella debido a la oscuridad y que nadie podía detectar la velocidad de luz ante sus ojos y poder seguirla. Ella los veía de cuclillas, dejaba de ser una serpiente para volverse en un león.
—¡No disparen! —gritó un hombre quién bajó el arma primero—. Esta es una zona inflamable, pendejos.
El resto de sus compañeros continuaron cargando el camión de cajas y otros se mantenían alerta con las armas en mano y sus ojos fijos en la mira del arma.
Lissa los veía a todos alejarse. Desde su punto de vista notaba cómo el lugar era pequeño, estudiaba sus movimientos: eran más rápidos, más lentos, más altos, más fuertes, más asustados... Lissa sonrió. En una mano tenía dos artefactos redondos y pequeños, eran audífonos. Se los colocó en sus oídos. Bajó la montaña de cajas bien apiladas con cuidado de no tropezar, aunque no le importaba si lo hacía, sería divertido si pasara.
Pegó un pequeño salto al encontrarse cerca del suelo, sus pies cayeron en la superficie y unió su anatomía a una pila de cajas tratando de no ser vista por los hombres.
Movió sus pupilas colocando una canción en sus audífonos. ULTIMATE de Denzel Curry comenzaba a sonar en su cabeza. Movía su cabeza siguiendo el beat.
—¿Quién tiene linternas? —Gritó un hombre que se encaminaba a ella sin percatarse de su existencia.
Antes de que tuviera una respuesta. Lissa, con movimientos fugaces, golpeó el rostro del hombre con su codo al cruzar los arcones. Antes de caer, tomó la cabeza del hombre y dobló su cuello. No se conformaba con que se encontrara inconsciente. El arma iba a caer también al suelo, pero la tomó con sus manos y la escudriñó con detenimiento.
Aunque las luces estuvieran extintas podía ver el arma en sus manos como si estuviera en la luz del día. Hizo una mueca pensando «No está para nada mal». Sonrió y notó que otro hombre se acercaría por el otro lado, escuchaba sus pisadas.
—¿John? Yo tengo una —hablaba un hombre muy alejado de ella—. John, aquí estoy.
Lissa dejó la enorme pistola en el suelo con cuidado de no hacer ruido.
Esta vez, cuando otro hombre se acercó a ella, Lissa dobló su brazo provocando que soltara su arma y que él liberara un gruñido, de alguna forma logró patearlo haciendo que su cuello colisionara contra la esquina de unas cajas haciendo que su cerebro no enviara señales de vida al corazón.
Una luz iluminó el cadáver del hombre de piel negra y a Lissa de espaldas. Ella giró su cabeza viendo sobre su hombro, en lugar de lucir impresionada, ella le sonrió con arrogancia.
—¡Es una ella! —Gritó el hombre con la linterna adherida al AA-12—, ¡ES...!
Antes de poder terminar la frase Lissa estaba delante de él, bloqueó el tiro tomándolo desde la punta, apuntando al techo, saltó desde el suelo hasta que sus piernas se liaron en el cuello del sujeto. Crack. Otro cuello quebrado.
Ella saltó nuevamente para caer de pie con la misma gracia de un gato.
—¡Ella está aquí! —gritó otro que se encontraba lejos de ella apuntándole con la luz de la linterna y la boca del armamento.
Ella corrió contra él evadiendo las balas que se clavaban en el suelo y se escuchaban las espoletas caer. Los hombres iban corriendo en dirección al estruendo que se formaba. Lissa giró el arma del matón y por accidente, este asesinó a uno de sus compañeros. La sangre brotaba de su cabeza y cubría los cajones.
Lissa se movía con demasiada rapidez a pesar de que ese no fuera su centro. Tenía el instituto de una asesina. Su forma de moverse era rápida, en un parpadeo ya sus corazones se habían detenido y lo último que habían visto había sido una silueta de una chica con una coleta.
Lo mejor era que a Lissa le llenaba de diversión el poder asesinarlas a cada uno de ellos, poder golpearlos siguiendo el ritmo de la música. Mientras más rápida era la canción, más rápido brindaba sus golpes. Le encantaba su trabajo. Sin importar que no hubiera paga, podía sentir la corriente de satisfacción al ver la sangre derramándose y sus cuerpos cayendo.