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—¿Por aquí? —hablaba Cooper mientras cargaba a una niña en brazos y tomaba la mano de una mujer guiándola a la salida.
Una vez que los dejó libres sólo quedaban Jeff y Cooper. Ambos en el restaurante rodeados por humo y escombros, trozos de madera en llamas y millones de objetos quebrados. Se les dificulta el respirar.
Cooper se acercó a Jeff quien ahora estaba contra una pared. La segunda explosión lo había hecho volar por los aires como la primera. Mientras más viejo era, sus huesos se volvían más frágiles. Saboreaba la sangre en su boca y como sus costillas estaban quebradas.
—Jeff —Cooper tosía y se acercó a él—, ¿Qué sucede?
—Costillas rotas —Jeff intentó levantarse, pero cayó al suelo una vez que sentía sus astillas. Liberó un gruñido—, algo que se puede remediar.
—¿Están todos bien? —Apareció Lissa con su cabello azul y su uniforme tan llamativo—, ya no hay más bombas. Eran dos francotiradores en el techo. Están muertos.
Los dos giraron para verla de pie. Sus ojos azules eran enormes de impresión. Lo que más llamó la atención de Cooper por ser el más cercano a ella, fue una cuarta persona en el restaurante, lo único que lograba ver a través de la neblina era un arma apuntando a la cabeza de Lissa. Sin pensarlo dos veces. Él se levantó y la tumbó a un lado con su fuerza corporal. Lissa había caído pero el hombre disparó haciendo que la bala cayera en el pecho de Cooper.
Lissa en el suelo observa a su compañero de ojos azules cubriendo su pecho con su mano. Su piel blancuzca se tornaba más pálida y su mirada perdida observando, pidiendo ayuda, aunque reconocía que esas palabras jamás saldrían de su boca.
—¡No! —Exclamó ella y se acercó a Cooper sin darle importancia al hombre que estaba de pie observando a Jeff. Ninguno decía nada, solamente intercambiaban miradas—, ¿¡Eres idiota!? ¡¿Por qué hiciste eso?!
Cooper negaba con la cabeza. No sabía a qué se refería, quizás que dejara de gritar, pero le era imposible.
—Tú…
—¡Cabrón, no puedo morir! —Lissa colocó sus dos manos encima de su pecho evitando que la sangre continuara derramándose. Sus dedos comenzaban a pintarse de carmesí—, ¡Te dije que era inmortal! Ahora morirás por tu estupidez.
Cooper sonrió sin dejar de verla a los ojos. Sus párpados comenzaban a pesar. Aún se podía escuchar cómo algunos artefactos caían al suelo y las llamas se propagaban desde la cocina.
Jeff comenzó a levantarse del suelo soportando su peso en una de las sillas que estaba a su lado aún intacta. Ninguno de ellos se perdió de vista. Ni Jeff, ni el hombre con el arma en la mano. Era más joven que Jeff, se le notaba por el porte de su cuerpo. Tenía la misma estatura que Cooper, sus mismas facciones al igual que sus dedos. Por la manera que caminaba era un joven. Se acercaba cada vez más a Jeff con pasos lentos, tratando de infundir temor.
—Blue Velvet —murmuró Jeff, pero Lissa fue capaz de escucharlo—, llévate a Cooper.
—¡No lo haré! —Exclamó ella mientras negaba con la cabeza.
Tenía tantas ganas de poder apartar sus manos de su pecho para alcanzar su arma y dispararle en el cráneo, pero sabía que si dejaba el pecho de Cooper al descubierto saltaría una fuente de sangre incontrolable.
—¡Hazlo, Blue Velvet! —Gritó Jeff.
Nunca había alzado la voz de esa manera, y menos a ella.
Lissa vio al hombre que estaba a punto de dispararle. Quizás una pequeña chispa haría que él muriera, pero Jeff negaba con la cabeza. Sabía lo que pensaba.
—Vamos —murmuró Blue Velvet mientras tomaba a Cooper rodeando su brazo contra sus hombros—, tenemos que irnos.
Cooper no tenías las energías necesarias para impedirlo. Arrastraba los pies al caminar mientras que ella lo guiaba entre los escombros hasta dar contra la salida. Ella no giró para ver a Jeff, ver si estaba bien con esto, pero reconocía que era y siempre iba a ser un terco.
Una vez fuera escuchaba, además de los gritos de la multitud, las sirenas aproximándose. Vio alrededor a las personas rodeando el local con sus teléfonos celulares tomando fotos. Sabía que aparecería ella en las fotos, pero no le dio importancia, continuó caminando mientras que Cooper seguía perdiendo sangre y las personas los señalaban pidiendo ayuda.
—Cooper no te mueras, por favor —Lissa se acercó al Lamborghini negro que se encontraba a unos metros—. Ya estamos cerca.
Lissa giró instintivamente para ver la cafetería y observó cómo dos hombres armados entraban por las ventanas quebradas. Las personas comenzaron a gritar. Ella se detuvo un segundo. No podía dejar a Cooper en la calle, pero tampoco podía dejar a su antiguo amigo contra varios matones. Negó con la cabeza mientras liberaba una maldición y caminaba a grandes zancadas al coche.
Extendió su mano y sin necesidad de una llave, solamente con las chispas que emergen de sus brazos, se logró abrir el auto. Colocó a Cooper en el asiento trasero y en un abrir y cerrar de ojos ella se teletransportó en forma de un rayo hasta el asiento del conductor cerrando las puertas. Pisó el acelerador y corrió con mucha potencia.