—No quiero ser cruel ni nada —comenzó a hablar Lissa aún en los peldaños. Ambos se encontraban en mitad de las escaleras, continuaban discutiendo y no sabían desde hace cuantos minutos—, ¿Pero por cuánto tiempo sus asesinos se quedan en la cárcel antes de salir como si nada, o siendo rescatados por hombres de la mafia?
—Escucha —dijo Cooper. Estaba a solo un escalón por debajo de Lissa—, no juzgues mis opciones si no entiendes mis razones.
Lissa entornó los ojos llenos de desprecio. Sabía que había escuchado esa frase de algún lugar. No recordaba si estaba en una película en una de esas imágenes jodidamente motivacionales. El punto era que le estaba engañando.
—Eres un imbécil.
—¿Por qué? —preguntó Cooper frunciendo el ceño.
—Porque sí —Lissa colocó los ojos en blanco.
—Me cago en dios, qué labia. Me has convencido.
Lisa abrió su boca para decir algo más, sin embargo, algo la detuvo. El ambiente. Era un poco peculiar.
—¿Qué? ¿Ahora dirás que soy un caballito de mar? —preguntó Cooper cruzándose de brazos.
—Cállate —murmuró Lissa observando el techo de reojo.
—No ¿Sabes qué? No lo haré…
Lissa colocó su mano encima de la boca de Cooper evitando que emitiera otro sonido. Se podían escuchar las quejas de Cooper para que apartase su mano, sin embargo, Lissa no lo observaba a él, sino que escudriñaba el resto de la mansión.
Lissa parpadeó repetidas veces y sus ojos celestes completamente volvieron a parecer. Esa reacción alarmó a Cooper colocando sus ojos como platos. Lissa apartó su mano una vez que Cooper logró captar su preocupación. Lissa bajó los peldaños mientras Cooper se quedaba atrás. Él se aferraba a su vara de metal mientras observaba todas las puertas del segundo piso. Observaba cada puerta, ninguna había cambiado. Todas lucían exactamente igual.
Lissa había dejado de ser una chica normal para volverse azul. Su traje azul envolvió su torso desapareciendo el enorme pijama de Hello Kitty. Su cabello negro desapareció volviendo a ser una coleta de cabello azul muy evidente. Su piel blanca como una página no iba a cambiar por más que intentara captar un poco de bronceado.
Lissa se detuvo en seco con la espalda recta. Parecía un fantasma. Esto hizo estremecer a Cooper. Los dedos de Lissa acariciaban su muslo derecho. Sus dedos eran delgados y largos atravesando su piel, como si se tratara del pétalo de una rosa. Sus dedos atravesaron su camino por encima de su pierna hasta dar contra la empuñadura del arma. Su pistola favorita.
Una pistola calibre 45.
Si era la más común, pero era la mejor para ella. Buen peso, rápido, y solo constaba de disparar.
De una manera tan fugaz que ni Cooper pudo notarlo, Lissa tomó su calibre y disparó por encima del cabeza de Cooper. El viento de la bala sopló por encima de los cabellos negros de Cooper hasta dar contra un cuerpo. Un cuerpo que fue disparado y cayó desde el segundo piso hasta la planta baja embarrando todo el suelo de sangre.
Lissa le dio una pequeña mirada al cuerpo, para luego subir su mirada nuevamente.
Una manada de hombres, al menos diez, bajaron de la segunda planta usando nada más que trajes negros adheridos a su piel para no ser visibles en la oscuridad de la noche.
Lissa y Cooper no sabían de donde habían aparecido, pero estaban a solo unos minutos de entrar a cada habitación.
La mitad de los hombres se acercaron a Blue Velvet, mientras que el resto fue en contra de Cooper, es decir, Guyana.
Guyana se sentía tan afortunado de haber llevado su traje de batalla al bajar a la cocina. Los hombres intentaban golpear a Guyana con sus puños o intentar derribarlo con una de sus armas, sin embargo, él era muy ágil con su bastón de hierro. Lo agitaba y lo hacía girar de una manera irreal. Parecía que tuviera posesión del arma. Las balas en lugar de caer en su anatomía caían en el hierro rebotando por la habitación o cayendo en alguno de los intrusos, sin embargo, no los asesinaba. Sólo les creaba una herida superficial.
Ya habían caído dos, le quedaban tres.
Uno de ellos logró darle en la mano de Cooper provocando que soltara el bastón haciéndolo caer por los peldaños. Guyana liberó un grito ahogado y le propinó una patada al hombre haciéndolo caer de igual modo golpeando su cabeza contra las esquinas de los peldaños. Dos.
Los dos hombres intentaron golpearlo, sin embargo, él se escudaba con su brazo. Era demasiado rápido, lo admitían, pero los invasores eran iguales de rápidos. Guyana logró arrebatarle una de las pistolas lanzándole lejos, a unos metros del círculo que rodeaba a Blue Velvet.
Logró golpear al par de hombres encapuchados hasta dejarlos inconscientes en el suelo. Guayana alzó la mirada viendo la cantidad de hombres que rodeaban a la pequeña chica de cabellos azules. No eran cinco, eran 20. No recordaba en qué momento tantos hombres habían aparecido. Guayan bajó los peldaños con la intención de ayudarla, pero algo lo detuvo. Uno de los hombres salió volando por los aires hasta aterrizar en los pies de Cooper. Ella no necesitaba su ayuda, se estaba divirtiendo.
Se escuchaba el sonido de las armas liberando las balas. Provocaba el eco alrededor de toda la mansión, pero eso no la detuvo. Guyana sabía en su interior que la persona que estaba disparando era ella. Era Blue Velvet.