Lissa intercambió miradas con Jeff. Ambos parecían anonadados ante tal noticia. Cooper había dejado de comer y mantenía la mandíbula abierta de la impresión. Bajó los cubiertos con lentitud y dejaba el plato encima de la mesa de cristal sin apartar la mirada de la pantalla. No estaba de acuerdo, ninguno lo estaba.
Por más peligrosos que fueron los Aberrantes, eran personas ¿Que harían con los niños que no podían controlar sus poderes? ¿Los condenaría a cadena perpetua?
—Es por eso por lo que el día de hoy también se ha creado una aplicación —continuó hablando el presidente—, una App que está disponible para todo teléfono inteligente.
El presidente comenzó a sacar su teléfono táctil en vista de todas las cámaras, ninguno movía ni un dedo, ningún camarógrafo ni vigilante, todos parecían estatuas. El único movimiento que se registraba a través del vídeo eran los flashes golpeando contra el hombre. Miles de fotografías están siendo captadas.
—Pero una App lleva meses en crearse —comentó Cooper.
—Porque ellos ya la habían creado antes —dijo Jeff con su característica voz tan circunspecta—. Solamente esperaban un momento exacto para sacarlo a la luz. Un momento donde el pavor carcomía la razón de las personas.
—Esos hijos de puta —murmuró Cooper.
—Solo es cuestión de apretar este botón —continuó hablando el hombre en la TV a su vez que tocaba un botón rojo que se revelaba en toda la pantalla del teléfono móvil—. Si tienes tiempo, puedes grabar y tomar fotos de lo que sucede y así los policías sabrán a que se enfrentan o cuáles son los dones, como dicen por allí. Si no, al solo apretar el botón, la Guardia Nacional entrará en acción de inmediato. Lo mejor de todo es que es gratuita y no es necesario ver publicidad.
El presidente rió entre dientes y ocultó el teléfono.
—Entonces —intervino Cooper—, recapitulando…
—Es ilegal nacer como un Aberrante —respondió Lissa frunciendo el ceño y cruzando sus brazos sin apartar su mirada de aversión a la pantalla—. y moriré si uso mis dones.
—Esto es lo que él quería —dijo Jeff con los ojos como platos. Todos en la habitación giraron para verlo. El vídeo se había detenido, no había más novedad que mostrar—, este era su plan, todo este tiempo.
Lissa duró unos segundos al percatarse de que Jeff hablaba acerca de Darrin.
—Él siempre ha odiado a los Aberrantes —continuó Jeff y fijó su mirada en su hermano mayor—. Quería que todos estuvieran en contra de los Aberrantes, matarlos a todos. Este es el caos que está causando.
Jeff sentía como su foco interior se incendiaba. Ahora todo comenzaba a tener sentido. Sabía que los odiaba, pero no sabía qué tácticas estaba haciendo. Joder, el chico era inteligente. Era más que listo, logró que toda una nación se pusiera en contra de personas indestructibles. Todo eso en menos de una semana.
—De acuerdo, tu amigo me ha cansado —habló Lissa y se levantó de su asiento. Tomó el plato de Cooper y comenzó a devorar lo que quedaba del platillo.
—¡Hey! —Exclamó Cooper con disgusto.
—Voy a encontrar a tu amigo —dijo Lissa señalando a Jeff con el tenedor de plata—, lo voy a golpear hasta que Dios no reconozca su rostro de tantos madrazos que le daré.
—Lissa, tienes que…
—No, Jeff, no —interrumpió Lissa y dejó el plato vacío en una encimera de madera—, estoy cansada. Este hombre está haciendo algo que otra persona hizo hace muchos años. Hitler dividió el mundo y formó la guerra mundial. Este niño está haciendo lo mismo, y no dejaré que quede vivo después de esto.
Lissa se dirige a la puerta y antes de que cualquiera lograra decir algo, se había transformado en una corriente eléctrica atravesando los cielos confundiéndose como las nubes cual rayo en temporadas de lluvia.
Un hombre encapuchado, de suéter color carbón observa uno de los tantos televisores en venta. Cada pantalla estaba protegida por una vidriera. No estaba allí para comprar artefactos electrónicos solo quería ver las noticias. No se encontraba solo, siete u ocho hombres más se encontraban a sus espaldas. Todos observan tan semejante obra de arte.
—Bien hecho, chicos —apremió el hombre encapuchado.
Giró para ver a su grupo.
Darrin les sonrió a todos con malicia. La capucha lograba cubrir su rostro, pero sus ojos color azul celeste eran inconfundibles. Aún con las lámparas iluminando el centro comercial, era difícil no ver esos ojos tan brillantes y llenos de picardía. Un chico malo que no tenía la intención de disfrazar esa maldad.
—La verdad es que estoy muy impresionado —habló Darrin ocultando sus manos debajo de los bolsillos del suéter—, superaron mis expectativas.
—¿Es decir que ya hemos terminado? —preguntó uno de los hombres en el círculo.
—Aún no, campeón. Debemos hacer que sea algo de largo plazo. No solamente una ley que pueden revocar en cualquier momento o cuando al presidente le pique el culo.
Darrin los rodeó y caminó por los pasillos del centro comercial. El lugar estaba abastecido de personas, comercios, comida… Un lugar perfecto donde esconderse. A la vista del mundo.
—¿A dónde vamos señor? —preguntó el más alto del grupo. El hombre era de hombros anchos, brazos enormes. El músculo del grupo.