—¿Listos? —preguntó Darrin. Su voz era fácil de comprender incluso con una máscara cubriendo su rostro.
Los cuatro hombres a sus espaldas asintieron. Todos con máscaras de animales diferentes, sin embargo, había algo que los unía. Que todos eran depredadores. Darrin asintió una vez y vio la puerta frente a él. Sus guantes palpaban la puerta, no podía sentirla, pero apostaba que ese hierro a estas horas de la noche debía de estar helado.
Abrió las puertas con ambas manos y entraron al aposento. Ante ellos se encontraba un corredor extenso y al final una pequeña recepción resguardada por un cristal. Pero eso no era lo que llamó su atención, si no la cantidad de guardias que se hallaban alertas con armas en mano y sus dedos en el gatillo. No los juzgaba, no era normal que un grupo de personas con máscaras entrarán en Dreala con armas de alto calibre a sus espaldas.
Los hombres, compañeros de Darrin, tenían pistolas y comenzaron a disparar sin fallar ninguna bala. El grito de la recepcionista se confundía con el ruido de las balas saliendo de las armas. El equipo de Garren salió ileso. El equipo comenzó a caminar y uno de ellos abrió la puerta para entrar a la habitación de recepción, tomó a la chica lanzándole contra la esquina.
—¡Cállate! —Exclamó él mientras le apuntaba con su arma.
—Es una mujer, lobo —intervino Darrin de manera monótono detrás del cristal—, sólo dile que se calle y lo hará.
Darrin no quería herir a ninguna mujer o niño, aunque lo había hecho en una de sus explosiones, sin embargo, esas eran las repercusiones. Otro combo entró a Dreala, esta vez eran más hombres y con más máscaras que incluso algunos repetían de animales. Como tres hombres con máscaras de león, otros 4 siendo lobos, 3 vestidos de hienas, etcétera.
Caminaron por otro corredor y más guardias se hallaban rodeando el precinto, esta vez Darrin se mantuvo atrás y su grupo comenzó a caminar sin parar de apretar el gatillo. Esta vez sí hubo bajas. Tres o cuatro de sus hombres yacían en el suelo mientras que todos los guardias ya estaban muertos. Darrin continuó con el resto de los hombres que quedaban. Vieron una puerta con un cartel que enmarca «sólo personal autorizado. No entre». Entraron.
—Aquí está el cuarto de vigilancia —señaló Darrin.
La habitación estaba repleta de monitores de diferentes tamaños y formas, mientras que debajo estaba la mesa de control con diferentes botones y colores, al igual que un teclado y un ratón.
—Tiene que haber un CPU —murmuró Darrin mientras se acercaba y escudriñaba cada zona de esa habitación tan pequeña.
—Señor, se acercan —recalcó uno de los lobos que se hallaba fuera del portal.
—Lo encontré.
Del bolsillo, Darrin extrajo un pendrive y lo colocó en el CPU.
—Hasta aquí te encargas tú —le dijo a una hiena colocando una mano encima de su hombro—. Si se acerca alguien házmelo saber.
La hiena asintió y se sentó en una de las sillas giratorias. Dos hombres se quedaron con él y el resto continuó su camino. Al final estaba la mina de oro, los ascensores que llevan a los prisioneros, mejor dicho, maniacos.
Darrin, con ambas manos, señaló a su izquierda y a su derecha. Una mitad del equipo tomó un lado y la otra su otro costado, es decir, tomaron las escaleras. Las puertas del inmenso ascensor se cerraron de par en par y Darrin subió la mirada para ver el pequeño artefacto que se iluminaba al dar con los pisos. Mientras más bajaba el número más incrementaba, pero en negativo. Siempre los que estaban abajo eran los más peligrosos de la zona, los Aberrantes descontrolados ¿Quién puede saber cuánto tiempo llevan allí encerrados?
Pero sabía que este iba a ser su último día.
Las puertas se abrieron y Darrin fue el primero en salir. Escudriñó el gran cuadrilátero en cuál estaba encerrado. No había ventanas que demostraran que tan tarde o temprano era, no había un reloj, sólo puertas de plástico grueso con algunos hoyos para que los criminales lograron respirar. Los dormitorios eran grandes, más grande que una habitación y podían verse a los tanques que dormían allí. La mayoría con miradas de pocos amigos, otros con sorpresa, quizás nunca habían visto a otra persona en mucho tiempo más que a hombres en uniformes.
—¿Permiso abrir las puertas? —preguntó Darrin a través de su comunicador.
No quería removerse la máscara porque debía de estar más impresionado que los propios Aberrantes.
—¡Señor! —Exclamó el hombre al comunicador, el que había dejado en la sala de vigilancia—, ¡¡Están aquí! Hay un coche...
Antes de que lograra terminar la frase, Darrin corrió a la puerta derecha donde se encontraban los escalones. Sus hombres iban detrás de él y antes de que lograra hacer o detallar algo, una sombra cayó a su lado y comenzó a golpear a sus compañeros. Darrin vio sobre su hombro y giró para verlo perfectamente, no era una sombra, era una persona con movimientos muy ágiles. Era tan veloz que apenas alcanzaba a saber su posición.
Lo único que lograba escucharse eran las armas siendo activadas pero las balas no atraviesan nada, el sonido hueco de los golpes que recibían los animales al igual que sus quejas de dolor seguidas del golpe de caída.
Darrin se mantuvo en pie viendo la masacre, sabía que no estaban muertos porque su excompañero no era así, y Lebanon no dejaría que fuera así.