Jeff observa por las cámaras de seguridad como los soldados se marchan escoltando a Darrin hasta las salidas. Ciertamente no era lo que esperaba, pensaba que Darrin iba a matarlos a todos con movimientos limpios y escapar. Decidió entregarse, decidió rendirse. No había mentido con respecto a fuerzas más grandes que ellos, que los Aberrantes, que todos. Reclinó la espalda en el espaldar de su asiento. Estaba agotado, no había dormido en estos últimos días y no pensaba en hacerlo si recibía alguna llamada de peligro.
Extrañaba sentir la voz de su hermano, de Jay en su oreja, sin embargo, lo único que escuchaba era vacío. No había pisadas de gigantes, no había balas, sólo silencio. Silencio.
Lebanon se levantó de su asiento con delicadeza y se dirigió al corredor donde se hallaban sus amigos, o compañeros de trabajo. Había una clase de olor muy peculiar, el ambiente se sentía cálido y el olor a chamuscado azotaba su nariz. Continuó caminando, estaba más caluroso, tanto que Lebanon comenzó a sudar. Pasó su mano por su frente y vio el sudor en su dorso. Joder. La manguera de calor se encontraba meciéndose de un lado a otro.
—Joder, que frio —murmuró Jeff.
Continuó caminando sin dejar de pensar en todo lo que había ocurrido estos últimos días. Habían encontrado a Darrin, pero ¿A qué precio? Tantas vidas perdidas, monumentos derrumbados y todo fue en vano para que Darrin no lograra su cometido... No, esto no podía acabar así. Jamás sería el fin.
Nadie llegaría tan lejos para hacer algo así.
El olor se intensificó. Ahora el ambiente estaba más helado, tanto que Lebanon comenzó a estremecerse, se abrazó a sí mismo para mantenerse en calor. Joder.
Mientras más helado estaba, más lograba identificar a Blue Velvet y a Guyana en el suelo. No tenía premura, caminaba despacio. Fijó su mirada en el monstruo a su lado. Estaba congelado, no se iba a mover nunca y seguramente estaba muerto. Se detuvo una vez que lo tuvo enfrente y admiró la belleza de esa escultura. Era un hombre horrible, una criatura abstracta.
A sus espaldas escuchaba el lloriqueo de Guyana mientras sostenía el cuerpo de Blue Velvet. Giró y bajó la mirada para verlos mejor. No mostraba ni un atisbo de tristeza o preocupación.
—Tenemos que irnos —declaró—, la policía viene en camino.
Guyana alzó su mirada con lentitud. Al ver a los ojos a sus compañeros estaba indignado, disgustado. No dejaba de sostener a la chica que yacía en sus piernas.
—¿Cómo pudiste? —las lágrimas de Guyana caían sobre su mejilla. La ira era tan potente que quería drenarla toda—, ¿¡Cómo puedes ser tan infeliz?! Tú la mataste. Dejaste que se fuera sabiendo cuál era su plan. Ahora está muerta ¡Está muerta por tu culpa! Ella te conoció de pequeño, estuvo contigo, estaban enamorados por no sé cuánto tiempo y cuando finalmente se encuentran, cuando conoces la razón del porqué se fue, ¡¿solamente quieres huir y dejarla aquí?!
» ¿Qué clase de monstruo eres? Ni siquiera puedes mostrar una señal de respeto. Aunque sea una despedida corta, un «adiós bastaría», pero no. Solamente te preocupas por ti mismo y por la justicia que no le importa a nadie más, joder. Quizás era la única persona que te amaba por ser como eres y no sabes lo hermoso que es encontrar a alguien que esté enamorado de tu mente.
Se creó un silencio sepulcral. Guyana fijaba su mirada en las de él. Lebanon se limitó a ver a Blue Velvet a los ojos, luego a Guyana y de nuevo a Blue. Volvió a Guyana.
—Ella no está muerta.
Guyana entornó los ojos.
—Eres un aguafiestas —exclamó Blue Velvet.
Guyana pega un brinco del susto, mientras que Blue se incorpora de pie. Perdió el equilibrio un poco, pero logró colocarse de pie. Guyana estaba estupefacto, su mandíbula casi pegaba contra el suelo. Era imposible, había tomado su pulso, la respiración se había marchado, tenía todos los indicios de un cadáver.
—¿Pero qué coño? —Exclamó Guyana. Parecía que salía humo de sus oídos.
—Eso digo yo —dijo ella cruzándose de brazos mientras observaba a Lebanon matándolo con la mirada—. Estaba a punto de decir que le gustaba o algo así.
—El pobre estaba llorando en el suelo ¿Querías más que eso? —respondió Lebanon monótono.
—Obvio.
—Quiero que olvides todo lo que dije —Guyana se levantó del suelo hablando con Lebanon—, eres un amigo genial, un buen jefe y si tienes sentimientos. Te quiero —señaló a Blue Velvet—, pero tú, tú eres el diablo en persona. No sabes cuánto te detesto en estos momentos.
—Está bien —Blue Velvet se encogió de hombros—, no todo el mundo tiene buenos gustos.
—¿Ya terminaron de pelear? —Interrumpió Lebanon—, porque nos tenemos que ir. Viene la policía en camino. Están usando bombas para destrozar la puerta.
—Uy, ya es grave —Blue Velvet hizo una mueca—, ¿Cuánto tiempo tenemos?
—Antes de que ustedes pelearan teníamos más —Lebanon pretendió ver un reloj imaginario en su muñeca—, ahora tenemos nada de tiempo. Que genial.
—¡Sí, es genial! —dijo Blue Velvet con emoción.
—Creo que era sarcasmo, niña.
—Cállate, caballito de mar, sé que podemos hacer.