Abismo

Prólogo

Sentada frente a la chimenea de una lujosa casa se encuentra una anciana de ochenta y tantos veranos, de cabello níveo y sonrisa bondadosa, con los ojos verdes como agua de pantano y la mirada de quien ha vivido muchas cosas. La acompañan un par de niños, pilluelos más bien. Hermanos de distinto padre cuya curiosidad se desborda por sus ojos brillosos y sus sonrisas inocentes. Pequeños rufianes de ocho y diez años que han compartido cuna, madre y hogar. Ahora, comparten el amor que aquella vieja señora les brinda.

Han estado en silencio por un rato considerable. Ellos están durmiendo y la adorada anciana teje un par de gorros de lana para regalarselos a sus amados niños en el próximo invierno. El fuego en la chimenea produce sonidos reconfortantes. El cielo truena afuera de las acogedoras paredes, y la anciana sabe de inmediato que se avecina una tormenta. Una de aquellas viejas tormentas que tanto daño causaron.

Pero ya es diferente. El pasado de la guerra y el dolor quedó sepultado bajo el porvenir de esperanza, la oportunidad que les brindaron las únicas personas dignas de recordar. Pero eso nadie lo sabe.

La anciana suspira con una sonrisa en sus labios. Las memorias de una juventud alentadora nublan su mente, y entonces se da cuenta que ahora puede sonreír con seguridad; ahora todos están a salvo.

Les agradece en silencio.

Los niños comienzan a moverse un poco, despertando lentamente. La anciana les echa un vistazo antes de regresar su atención a la manualidad que está realizando.

Henn se despierta con la cautela de las hojas del sauce siendo movidas por el viento. Él es calma, tranquilidad y serenidad, la anciana lo nota en sus movimientos. Es frío de mente y de corazón cerrado, pero es un buen chico. Se desliza con suavidad por la afelpada alfombra que adorna el frente de la chimenea y en la cual se encuentra recostado. Bosteza varias veces hasta que sus ojos se abren completamente y se permite observar la habitación, iluminada solamente por el fuego tras él. Se levanta despacio, sentándose con las piernas estiradas y con un cansancio palpable. La anciana se ríe despacio mientras lo observa.

Aned se despierta con la fuerza de una cascada. Él es intensidad, rapidez y excitación. Sus movimientos son bruscos, su mirada es fulminante, pero su corazón arde con amor. La anciana le sonríe con dulzura. El niño se levanta de un salto, sus ojos se abren de una vez y observa la habitación mientras mueve su mano en un tic involuntario. Para Aned, la habitación no existe, sólo es la anciana, Henn y él.

La señora comprende porqué se llevan tan bien. “Son idénticos a ellas” piensa con nostalgia; hay veces que aquel par de niños traviesos le recuerdan la mirada desafiante del fuego y la sonrisa traicionera de la noche. Y por eso los quiere tanto.

-¿Abuela?- pregunta Henn preocupado cuando se percata que aquella mujer tiene los ojos llorosos y las manos le tiemblan. Es un niño precioso, de bellísimos ojos violeta y cuyo cabello es tan negro con un ónix pulido.

-No es nada, pequeño- responde en un suspiro.

Henn y Aned comparten una mirada cómplice. Aned se sacude su cabellera anaranjada como el atardecer y mira a la anciana de forma suplicante con sus preciosos ojos miel. Henn le regala una sonrisa pequeña pero dulce, su cabello oscuro se desliza por su rostro, tapando sus ojos. “Aunque no se parecen en nada”.

-Cuéntanos una historia, abuela.

-¿Una historia?- pregunta la señora amablemente.

-Sí, de esas que sueles hablar entre sueños- reitera Aned.

-De esas que cuentan tus ojos- continúa Henn.

-De esas que te ponen triste cuando miras el fuego en la chimenea.

-O que te alegran cuando cae la noche.

La anciana observa a los chicos. ¿Quién se despierta y pide una historia? Nadie, que ella recuerde. Pero sonríe divertida, porque los ama, como amó en aquella época a quienes la salvaron, como ama al fuego, a la tierra, al agua y al aire. Porque ella ama todo lo que rodea esa historia.

Historia que nadie debe recordar, porque es leyenda. Leyenda que se encuentra escrita, como todas las demás, en el único texto que mantiene seguro la verdad absoluta de todo el mundo: el sagrado compendio.

Los niños parecen leer su mente, y Aned se levanta con la energía de un rayo y corre por la habitación buscando la única reliquia familiar que su madre les dio antes de marcharse y nunca volver. Pero ninguno de ellos la extraña, todos sabían que ella no pertenecía a ese lugar y que nunca sería feliz si no estaba al lado de la única persona que había amado.

Aned toma un libro antiguo, maltratado por el paso de las eras. Está forrado en cuero, unido con un viejo listón de lana y tiene hojas de una fina madera que no se ha vuelto a ver. Es un libro viejísimo, escrito en letras tristes y con la apariencia de haber pasado por muchas manos, hasta llegar a las suyas. Aquel libro reúne la historia de todos los tiempos, de aquel mundo redacta sus comienzos y sigue al pie de la letra todos los acontecimientos que marcan el destino de todos los seres vivos que habitan el planeta.

Es un libro sagrado. Aún así, Aned lo toma despreocupadamente y se lo lleva a la anciana, quien lo sostiene entre sus manos y lo admira con profunda tristeza. La señora extraña con fervor los recuerdos de una década, pero no puede hacer nada por recuperarlos.



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En el texto hay: misterio, romance, lgbt

Editado: 03.08.2019

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