Abismo

6. Guardián

La vida del pueblo era muy diferente a lo que Kai estaba acostumbrado. En Palacio la perfección era clave en la arquitectura, la belleza florecía en los jardínes y la tranquilidad era el único ambiente aceptable.

Lejos de la extravagancia del Palacio, el pueblo de Adur era sumamente sencillo. Vivían en casas construidas de piedra y madera, algunas con techo de paja y, en las zonas costeras, con palma. Su vestimenta era de lana y franela, algunos podían usar algodón sólo si lo producían, y muy pocos calzaban cuero.

Incluso la comida era diferente, a pesar de ser el mismo reino. En la realeza se comían cereales de alta calidad, fruta de temporada y las mejores cosechas de vegetales. La carne estaba presente en cada platillo, cocinada de todos los estilos posibles en los tres reinos. El vino y el agua fresca de manantial eran sus bebidas, e incluso podían comer pastel como postre.

El pueblo, sin embargo, comía cosas más simples. Frijoles, chile y maíz eran los alimentos más consumidos. Si eran campesinos podían comer parte de sus propias cosechas, si eran granjeros podían darse el lujo de probar la carne una vez a la semana. Bebían agua de pozo y cerveza de barril, pan de caja sencillo era lo más cercano al pastel y, si tenían recursos, lo endulzaban con miel o lo embadurnaban con manteca.

Kai no podía dejar de sorprenderse con el contraste de la forma de vida que tenía la sociedad. Y, por eso mismo, le fascinaba descubrir los secretos y las diferencias de la vida cortesana y la de pueblerino. Aunque él habría querido indagar en las más sutiles formas de vivir, lo cierto es que estaba en el pueblo como ayudante del Torneo Anual del Reino.

Llevaba casi tres semanas fuera del palacio, transportando la madera de construcción en carretas o carromatos, pues las gradas del campo de justas estaban podridas y debían cambiar los postes que los sostenían y las bancas en las que el pueblo se sentaba. También llevaba las lonas de los puestos mercantes, propios de Palacio, ayudaba a ensamblar mesas y banquillos, pulía las espadas, cepillaba a los caballos y, a pesar de todo, no continuaba con su entrenamiento.

El maestro de armas llevaba a los mejores soldados a su cargo para representar a los reyes, y evaluaba a los candidatos de otros profesores para establecer los encuentros y acordar premios con otras casas. Kai era su aprendiz directo, por lo que debía seguirlo a donde quiera que éste fuese para aprender todo lo que pudiera.

Cada vez quedaba menos tiempo para el inicio del festival y la presión que se sentía en el aire era extremadamente sofocante. El horario de sueño de los organizantes se redujo considerablemente para poder perfeccionar cada detalle y dar un espectáculo digno del reino de Adur.

Poco a poco llegaban carruajes con los nobles: duques, caballeros y barones de todos los rincones del reino e incluso de otros reinos enviados para presenciar el evento. Todos se hospedaban en el palacio, pero gran parte de ellos pasaban por el pueblo para hacer gala de su fortuna o para echar un vistazo a los preparativos.

Algunos nobles iban acompañados de sus familias y de sus amantes, otros llegaban solos. También llegaban hijos de nobles que habían ido sólo para divertirse con las mujerzuelas de Adur, las más hermosas de los tres reinos, o para participar en las justas y demostrar su fuerza y valentía.

Kai los veía pasar con cierta admiración, pues a pesar de vivir en Palacio lo cierto es que su vida estaba al raz de la humildad. Mientras fuese un aprendiz del maestro de armas debía vivir de la misma forma que este, aunque su familia fuese inmensamente rica. Su destino había sido pactado por sus padres, preparándolo para una misión que todavía no tenía muy clara. Entrenaba con los soldados, hacía labores de sirviente y vivía como esclavo, pero aún con ello no se le ocurría nada que explicara ese hecho.

Entre limpieza, construcción y transporte llegó por fin la mañana del tan esperado evento. Los reyes habían establecido que duraría tres días y dos noches, para posteriormente dar inicio al Festival de la Cosecha de Otoño, que aunque su nombre aludía a comida, lo cierto era que señalaba el fin del tiempo cálido y el comienzo las heladas, era el momento en que todos debían prepararse para el duro invierno del reino.

Aquel día Kai despertó horas antes del amanecer. Su trabajo era pulir las armaduras de los caballeros y de los caballos, debía alimentar a estos últimos y cepillarlos antes de mediodía. El muchacho comenzó sus labores después de comer un guiso de verduras, y no se detuvo hasta que no había terminado con el último caballo y encerado el último casco.

Escuchó perfectamente la emoción del pueblo cuando llegó el carruaje de la familia real, cuando bajaron todos los nobles y cuando se abrieron los puestos comensales con el festín que enviaron los reyes. Era un poco pasado el mediodía cuando el ajetreo del Torneo comenzó, después del discurso del rey que Kai no pudo presenciar. Pero mientras cepillaba a un corcel negro de raza pura se percató de la melodía típica de los bailes de Adur.

Kai sabía que la princesa Elitt estaba presenciando todo desde el balcón de los reyes, que estaba sentada en su pequeño trono en la parte más alta de las gradas, y que observaba el espectáculo con sus ojos abiertos de la admiración y una hermosa sonrisa pintada en los labios. El muchacho casi podía tocarla en su imaginación, una figura tan clara y vívida evocada de sus recuerdos: Su Alteza Elitt, dulce y hermosa, con el sol cálido bañando sus cabellos e iluminando sus ojos, la joven princesa que irradiaba luz y felicidad.



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En el texto hay: misterio, romance, lgbt

Editado: 03.08.2019

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