Abismo

7. Fuera del Bosque

-Entonces, las sílfides son las que habitan en las copas de los árboles del centro del bosque, y rondan las montañas del reino.

Dysis rió.- De hecho, es un poco más complicado que eso. Ellas protegen el bosque en las alturas, evitan que la maldad penetre entre los árboles y por lo general son muy solitarias.

-¿Pero eso no lo hace Echo?- preguntó Vann, desconcertada.

-También protege el bosque, pero ella lo hace con el viento.

Vann suspiró. No recordaba haber tenido lección alguna a lo largo de su vida, y ahora debía aprender cada especie de hada y ninfa que habitaba el bosque. El Oráculo nunca había dicho que conocer a su madre sería tan sofocante, pero sí había mencionado que debía acatar cada una de sus órdenes.

Dysis la miraba risueña, tenía una hermosa sonrisa en su bello rostro. Estaban juntas, al fin, justo como lo había prometido aquel hombre. Dysis podía ver en Vann cada aspecto del Oráculo, desde sus ojos hasta su extraña personalidad. Pero había cumplido lo prometido, aquella chica era exactamente lo que necesitaban en el bosque, y ella se encargaría de formarla adecuadamente para cumplir su propósito.

Aún era muy joven, pero cuando creciera sería perfecta para cumplir su objetivo. Dysis estaba emocionada, y Vann era lo suficientemente curiosa como para quedarse a su lado a aprender.

-Muy bien-. Dysis se levantó de la roca en la que estaba recostada.- Vuelve a empezar.

Vann se recostó en el pasto y suspiró. Llevaba toda la mañana recitando todo lo que sabía de las criaturas del bosque y aclarando las dudas que tenía sobre algunas de ellas. Dysis la había llevado al centro del bosque, a un lugar tan profundo como inaccesible para el resto de seres mágicos. Ahí sólo estaban ellas, rodeadas de árboles robustos y envueltas en la luz clara del sol que se filtraba por la maleza.

Antes de que Vann reuniera la paciencia suficiente para volver a empezar lo que había aprendido de las ninfas, el sonido de cientos de animales acercándose desvió su atención hacia los arbustos.

Los pájaros chillaban como si su melódica canción estuviera olvidada, el follaje de los árboles se sacudía con fiereza, el viento soplaba con furia y el sonido de múltiples pisadas hacia que la tierra temblara. Vannesa se puso de pie, detrás de la figura brillante de Dysis, cuando escucharon a los animales pasar despavoridos fuera del círculo de troncos en el que se habían escondido.

Dysis frunció el ceño mientras se acercaba a los árboles. Colocó su mano sobre el frondoso tronco de uno de ellos, acercó sus labios a la superficie rugosa y le susurro un pedido en una lengua antigua y mágica.

El árbol obedeció, moviendo sus raíces y abriendo paso al claro en el que se encontraban. Dysis miró a Vann antes de salir con cautela para averiguar lo que había pasado.

La chica la siguió; sentía un nudo en la garganta pero la curiosidad se había apoderado de su cuerpo. Vann se acercó a la entrada y se recargó detrás de un árbol, asomándose para ver lo que sucedía.

La reina estaba parada junto a un par de ninfas de agua, de los árboles y de las flores. Su expresión era de molestia, mientras que las otras féminas la miraban con angustia y miedo. Una de ellas, vestida con rocío y algas azules, de cabello oscuro y la piel blanca como la nieve, hablaba con Dysis tan rápido que Vann apenas entendía lo que estaba sucediendo.

Su madre la miró de reojo, suspiró y les dijo algo a las ninfas antes de dar la vuelta y dirigirse de nuevo al claro.

Las mujeres se miraron entre ellas, con estupefacción, antes de seguirla. Vann se quedó en el mismo lugar hasta que Dysis entró de nuevo con ella, seguida de las ninfas y las hadas del bosque.

-Cálmate, Irina- dijo Dysis, sentándose de nuevo en la piedra.- Respira profundo y tranquilízate.

La mujer del rocío y las algas se acercó a la piedra y juntó las manos a la altura del pecho.

-Se lo he dicho ya, mi reina, algo anda mal- respondió con pesar.

-Entonces cuéntame con claridad- anunció Dysis.- Desde el comienzo, detalle a detalle. Vannesa también debe entenderlo.

Irina asintió con la cabeza. Las ninfas sabían que la chica llevaba poco tiempo en el bosque y sabían que no poseía magia alguna, pero la reina la había protegido desde el comienzo y no la había sacado de su territorio, por lo que ellas no podían hacer nada más que respetarla y tratarla como a una de ellas. Sabían que Dysis planeaba algo con la joven, aunque no supieran el qué.

-Por supuesto- dijo Irina.

«Todo empezó la ayer cuando seguí al río, como de costumbre. Había llovido ligeramente esa  noche, apenas una llovizna, así que estaba esparciendo el rocío entre las plantas.

»El tiempo de apareamiento de los conejos ya había comenzado, por lo que decidí buscar alguna que hubiera sido preñada para regalarle la bendición del agua, para que esta no le faltara a ninguna cría desde su nacimiento hasta la muerte.

»Me adentre en la maleza de la parte suroeste del bosque, seguí el rastro de las ramitas rotas y algunas de sus heces para intentar localizar su madriguera. Sabía que debía ser silenciosa y precavida para evitar que ellos escaparan, así que me moví con mucho cuidado y recorrí una distancia considerables desde el río hasta el lugar donde al fin hallé una que estaba excavada en la tierra y cubierta de hojarasca.



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En el texto hay: misterio, romance, lgbt

Editado: 03.08.2019

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