Abismo

1. Una Hermosa Princesa

Hace mucho tiempo, cuando la maldad aún no se propagaba por el mundo y la muerte no acechaba cada esquina, existieron tres grandes reinos: el ancestral reino de Kaji, lleno de luz, sabiduría y paz; el salvaje reino de Esdeya, ubicado en tierras inhóspitas, estaba poblado de criaturas fieras y amenazantes; y el prodigioso reino de Adur, un lugar lleno de magia, alegría y honor.

Estos tres reinos eran los más grandes de todos los que existían, y regían con sus leyes a todos los habitantes del mundo. De ésta poderosa trinidad destacaba como el primer lugar el mágico reino de Adur, pues poseía a los más valientes y diestros guerreros, a las doncellas más hermosas e inteligentes y las cosechas más deliciosas de todos los reinos. Este bello lugar estaba regido por un respetado soberano, Su Majestad el Rey Isar Norfolk. Su mano derecha era su adorada esposa, una mujer bellísima y astuta a la que todo el pueblo amaba, Su Majestad la Reina Addel Norfolk.

Bajo el mandato de sus gobernantes, el reino de Adur prosperó por varios años, ganando batallas por tierras, manteniendo una envidiable economía y siendo el reino más poderoso y rico de todos. Pero cuando los reyes alcanzaron la edad de veintinueve años, la mayor bendición llegó a sus vidas: iban a ser padres.

Hubo festejos, festines y fiestas por semanas, se regalaron tierras, cosechas enteras y la unión del pueblo se reforzó aún más. Aquel poblado era perfecto, y todos esperaban que el heredero al trono estuviera a la altura del reino. Los reyes irradiaban felicidad, el Palacio de Leussandes se llenó de alegría y color, y el agradable ambiente que envolvía el pueblo se mantuvo intacto por los nueve meses y dos semanas que duró el embarazo de la reina.

Sin embargo, en la noche del parto cayó una terrible tormenta que azotó las costas del reino y trajo destrucción a las aldeas aledañas a las playas. Hubo rayos y truenos, granizo y vientos fortísimos. La reina se mantuvo a resguardo en los calabozos del palacio y allí, rodeada de comadronas y damas de compañía, dio a luz a una saludable bebita de cabellos de oro y el sol radiante en su mirada. Una dulce princesa con la piel blanca como la nieve y la voz dulce como la miel. Un fulgor interminable que brindó esperanza en tiempos de tormenta. Aquella pequeña niña sería, sin lugar a dudas, la única y legítima heredera del trono de Adur.

-Eres una estrella.- Fue lo primero que dijo la reina cuando tuvo a la princesa entre sus brazos.- Tu nombre será Elitt, la iluminada, y todo el que te conozca caerá a tus pies.

La princesa le sonrió y cerró sus ojos, preparándose para su primera siesta.

Diez años después, con los primeros rayos del sol, la fiel sirvienta de Su Alteza Elitt entraba a la habitación de la princesa y corría las cortinas.

-Es hora de despertar, Su Alteza- dijo dulcemente, retirando las costosas sábanas del pequeño cuerpo de la princesa.

Elitt, en medio de su ensoñación, entreabrió los dorados ojos y suspiró.- ¿Hoy puedo desayunar helado, pequeño unicornio?

La sirvienta, de nombre Rea, sonrió alegre y caminó al armario de su princesa, lugar de donde sacó un vestido azul, simple pero hermoso, y unas finas zapatillas de color durazno.

-Me temo que no, Su Alteza- respondió Rea.- Para el desayuno de hoy tenemos los panqueques especiales del chef y un par de huevos revueltos. Y toda la fruta que se le apetezca.

Elitt comenzó a desperezarse, impulsada por la molesta luz que se filtraba por los ventanales de su alcoba.

Rea se acercó a la princesa, la ayudó a sentarse y se encargó de retirarle sus prendas de dormir y vestirla para ese día, colocándole el camisón, el sencillo vestido, subiendo sus medias y atando su zapatillas, terminó la faena recogiendo el cabello de la doncella en una sencilla trenza. Posteriormente, la pequeña princesa se levantó de su cómoda cama y caminó a su balcón mientras Rea se encargaba de tender y acomodar su lecho.

El reluciente Palacio de Leussandes se encontraba situado en la parte más alta de todo el reino de Adur, ubicado en una extensa meseta resguardada en el costado izquierdo por las impenetrables montañas de Ghale y rodeado en la retaguardia y el costado derecho por el interminable y tenebroso Bosque Maldito.

La habitación de la princesa se ubicaba en el ala oeste del palacio, en la cara de la construcción que daba una vista espléndida de los primeros árboles que delimitaban el bosque al que pocos se aventuraban a entrar y del que nadie salía con vida.

A pesar de las leyendas del Bosque Maldito, la princesa Elitt pensaba que era un lugar hermoso, el viento le susurraba que entrara en aquel laberinto de árboles y se perdiera en la singular belleza de la naturaleza salvaje. Elitt deseaba con todo su corazón conocer los secretos de aquel temido bosque que, más que aterrarla, la llenaba de intriga y admiración.

Rea había acabado con sus labores dentro de la alcoba de la princesa, y se encaminó al balcón para tomar a Su Alteza Elitt y llevarla a tomar su desayuno al lado de sus padres.

La joven doncella se encontraba recargada en el barandal de su extenso balcón, mirando con una indescifrable mirada las extensiones del Bosque Maldito, con una fiera determinación en sus dorados ojos, siendo bañada con el sol en su blanquecina piel y rodeada del oro de sus cabellos.



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En el texto hay: misterio, romance, lgbt

Editado: 03.08.2019

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