Abismo y caída ("On" mv Bts)

Capítulo 5

Estaba a punto de proyectarse la aurora. El cielo despejado iluminaba un campo lleno de piedras entintadas. Tendidos, yacían nuestros hombres, los que fueron devorados por el cansancio, por la espada y el hambre. Fueron cientos. Creo que fueron muchos más de los que podíamos contar. Hace dos días que se habían acabado nuestras últimas provisiones. El agua, los alimentos y las armas se habían esfumado haciéndonos combatientes desamparados que solo esperaban su destino final. Los estrategas de Jungkook acordaron que en la noche un grupo se acercaría por un flanco enemigo y tomar sus armas, solo así, podríamos seguir alargando nuestras expectativas en el tablero del juego.

Alguien que vino del campamento, en cambio, nos informó que aún se conservaban granos a falta de hombres y armas. Su situación era similar. Me causaba verdadera lástima el ver a caballos moribundos entregar su último coceo bravío entre pajonales e hilos de sangre. Una sombra terrible comenzaba a acercharnos con fuerza y el miedo cundía como una plaga que desmoralizaba. El ejército real apresó a varios de los nuestros y otros, con suerte, huyeron despavoridos para ocultarse en la grandeza del bosque que extendía sus raíces cerca del olor putrefacto de los excombatientes. Así, debieron transcurrir más de diez días…

Él cabeceaba a mi lado, abandonada su espada a lo lejos. Sus labios resecos, al igual que los míos, musitaban cosas sin sentido en medio del sueño. Puse con cuidado sigiloso su cabeza sobre mi hombro y susurré palabras de aliento, deseando que se convirtieran en plegarias para su Dios. Sobre la raíz de un árbol descansábamos y tomábamos aliento, tal vez, para el último combate.

—¿Todavía rezas a ese Dios a pesar de todo?

Arrodillado y con manos juntas recitaba pequeñas oraciones a un hombre colgado de un madero y de brazos abiertos. Cerró sus ojos y su ceño se contrajo.

—Es increíble. Nunca te escucha y tú sigues creyendo en Él.

Todas las noches en la cantera, dentro de su celda fría y empolvada hacía su ejercicio espiritual. Aquella vez, al terminar de dirigirse a ese Dios supremo abrió sus ojos y con rostro apacible me dijo:

—¿Sabes por qué sigues viniendo a pesar de que si alguien se enterara podrían haber consecuencias devastadoras?

Me encogí de hombros. Creí que había adivinado los pequeños atisbos que encendía al estar cerca de él. Además, ¿cómo iba a responder una pregunta que podía contestarse de diversas maneras?

Tomó su pequeña cruz, que era del tamaño de una mano extendida, y la enterró en el polvo, en el polvo del rincón de su celda. En el palacio era un delito adorar otros dioses fuera de nuestros dioses, los dioses del Olimpo.

—¿Puedes responder esa pregunta? —insistió.

—¿Cómo lo haría?

—Fue Él... Él te envió para que yo pudiera mitigar todo esto y para que resurgiera en mí una nueva esperanza.

En el campamento seguía rezando, sin embargo, no todos compartían su fe. Jungkook nunca los obligaría, conociendo sus principios, solo decía que creer era cuestión de amor. Pocas veces estuve a su lado cuando encendía velas y colocaba su madero en el piso para adorarlo, más en aquel momento, se volvió una necesidad imperiosa.

Las sombras proporcionadas por las hojas revelaban claroscuros que descansaban sobre nosotros. La brisa del amanecer refrescaba el rostro y apagaba en mí un fuego desesperante. Entonces, vi un crucifijo sobresaliendo por la apertura del cuello de su camisola y lo tomé. Lo apreté en mi mano. Quería sentirme segura como él decía que se sentía.

Agazapada en los matorrales me sentí perdida y olvidada. Se apoderó de mí un pensamiento contradictorio, añoré un momento de zozobra a su lado aunque merezca por toda la eternidad un calvario de dolor. Él dormía y nadie lo separaría de mí. Si el mundo se alzaba contra nosotros, yo podría alzar su espada para unirnos. Nos perderíamos en lo etéreo pero juntos, los dos. Su respiración alimentaba mis memorias, alimentaba mi ser, alimentaba mi deseo cobarde de acabar con esto. No importaba si los rayos de la eternidad nunca llegaban a toparnos y la oscuridad nos devoraba para siempre, al menos, la más pequeña molécula que se extinguiría con mi ser transportaría recuerdos, a lo mejor, posándose en la boca enamorada de alguien melancólico viviría con su amada momentos que nosotros no pudimos arrancarle al tiempo.

De repente, nos sacudió el terror. Las sombras por todos lados parecían tambalearse al ritmo de los cascos sonoros que se acercaban. Él abrió los ojos de inmediato. Su semblante somnoliento me interrogó como si ignorara lo que estaba a punto de suceder. De seguro, sus hombres que dormían a metros de nosotros también se habrían alertado.

Pisadas pesadas de botas...

Quiso erguirse pero una voz lo detuvo.

—Sé que te escondes por aquí. —Se escuchó una risotada—, le prometí al Rey que te llevaría con él. Y esta vez le daré el gusto de llevarte encadenado como a un animal, así todos se convencerán de que eres un criminal. —Los perros ladraban—. ¡Sal¡ ¡Deja de esconderte! ¡Sal!

Él apretó su mano con la mía. Teníamos que separarnos. Su resolución era que debía alejarme en dirección al camino Valtor, una de las principales vías que permitía el comercio y la conexión con grandes ciudades, él cinco días después me buscaría.

—No pierdas los pinos. Antes de que el camino se divida, encontrarás una mujer viuda con dos hijos, dile que vas de mi parte, ella te cuidará hasta que yo vaya.

—¿Y tú?

—Tranquila. Iré pronto.

Acarició mis manos y se las llevó a sus labios. Aquella voz estruendosa se detuvo en un eco prolongado mientras angustiosamente nos mirábamos. Mis ojos se humedecieron y extendí mis brazos sobre su cuello como una niña extraviada que necesita consuelo.

—Debes ir —dijo finalmente.

—¡Maldito! ¡¿Dónde estás?!

Empecé a arrastrarme por los pajonales y la tierra arenosa que se entreveraba a mi paso. La hierba se había apropiado tanto del paisaje que alcanzaba alturas de casi un metro y eso me ayudaba a ocultarme mejor. Me movilizaba con esfuerzo porque mi cuerpo adolorido se negaba a cooperar, pues el no haber descansado lo suficiente ni tener un momento de sosiego había hecho estragos en mí. Tal vez, cuando el sol llegara al cenit alcanzaría Valtor. Un camino pedregoso en algunos tramos, ese era una señal importante para no deslindarme de él. «¿Y si él no volvía?», ese pensamiento inquietaba mi cabeza y aumentaba mi malestar. Me detuve y agudicé el oído.



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En el texto hay: amor, bts, jungkook

Editado: 13.01.2025

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