El beato Maximiliano no era precisamente un hombre normal, ponía cara de asesino a sangre fría, sin arrepentimiento, se que son locuras. Racista, impulsivo, violento, neurástico, maldito, dañado. Pero de buen corazón, que romántico. Era evidente que le gustaba llevar la contra, por eso estaba solo, que no tenía mucho que decir y se leía entre líneas. Ostentaba ser el mejor y rechazaba todo contacto humano, quiere y no quiere. Sus 40 eran sus nuevos 30. Quería estar perdido, hasta romperse, no le gustaba sentir al rojo vivo, se moría en vida. Hasta que vio a Abrahel, la luz regresó a sus ojos, sentíase como un chiquillo puberto frente a este demonio de gran poder, su piel delicada como de porcelana fina, su rostro asimétrico, su cuerpo perfecto, sus maneras suaves y corteses. Hacían de Constanza (como creía que se llamaba) una diosa etérea, Maximiliano la creyó suya desde el primer momento.
-Esperamos no importunarlo de más señor Maximiliano. Se disculpa Abrahel
-Es un honor contar con dos jóvenes en mi hogar que por consiguiente es el suyo desde ahora, serviré la mesa.
-¿Lo ayudo señor Maximiliano? Infiere Abrahel
-Déajalo en mis manos chiquilla, son mis invitados. Concluye el pastor
Al colocar el pastor la comida con un vino modesto y algunos manjares, Hambre no tardo en deglutir todo lo que encontró. Abrahel apenas si probo alimento, realmente fingía muy bien su papel de doncella en apuros, era un súcubo astuto, hasta la médula. Los dos se instalarían en la casa y Abrahel se apoderaría del cuerpo de Maximiliano y su alma. El pastor salío por un momento dejando a los pillos a sus anchas en su nueva casa.
-Esta juagada es nuestra Hambre, este hombre es más pobre de espíritu que el último, lo disfrutaré hasat acabar con él y entregar su alma al maestro Helel, seguiré siendo joven y la más hermosa hasta el final.
Y yo podré seguir comiendo las tripas de los cuerpos restantes, querida Abrahel. Comenta entusiasta Hambre
Estoy harta de fingir mi verdadera naturaleza, quisiera salir de este cuerpo por uno más joven. Exclama Abrahel
-Seguirás siendo bellísima. Alude Hambre
-Se que me libero con Maximiliano, maldito beato, que ridículo e insípido hombre. Helel me dará la libertad y podremos irnos juntos querido Hambre.
-Solo debemos mantener a raya a Santa María Magdalena, sabes que es adorada en este parte del sur de Francia.
¡Calla! No me nombres más a esa mojigata, soy la reina de los súcubos que no se te olvide Hambre, ni Noctíbula pudo conmigo en nuestra última batalla
La diosa de los vampiros no era competencia para ti Abrahel, pero Santa María Magdalena está custodiada por Los Caballeros Templarios.
Sintió Abrahel un momento de pavor súbito, que fue interrumpido por la llegada de Maximiliano, en sus manos traía unas flores que había recolectado del campo.