La falsa inocencia y dulzura de Filomena la hizo presa fácil de envidias, observaba el retrato de la superiora María Magdalena como la melancolía, la directora era hermosa de esas hermosuras que ciegan la vista, era como un ser místico venido del cielo, a hacernos el favor de su presencia. Filomena no tenía par y prefería no compararse. Catalina la denostaba cada vez que podía, pero permanecía centrada.
Hambre tuvo que buscar por si solo junto a Maximiliano que pasaría ya a ser un estorbo, a Belfegor, el embajador en Francia, deseaba ver derramada la sangre de María Magdalena de la que habían salido siete demonios, según cuenta la historia. Era la heredera de todo un reino, antes de que muriera su amado Kurios. Belfegor, había sido acusado como un Ángel caído, condenado por no estar de acuerdo ni con Dios ni con Luzbel, poseía una gran inteligencia que la mayoría de sus enemigos. Santa María Magadalena y él eran enemigos acérrimos, pero Belfegor era un ángel hermoso, nos referimos a un ángel en la tierra, creador de belleza. Trabajaba con artistas, el color y el arte. Dueño de la Galería más importante de París, el había pintado el retrato de María Magadalena como la melancolía. Él y la Santa habían sido amantes en el pasado, solo que habían roto sus votos de amor ante la traición de María Magadalena con Kurios. Por eso ahora pensaba y encontraría la forma de despedazarla con ayuda de Hambre y Maximiliano el humilde pastor delicioso a la vista.
Belfegor era fino y astuto con lo cual pidió ayuda a su amigo Sargatanas para que le abriera los caminos y lo ayudara a abrir las cerraduras del instituto sabía que María Magdalena a pesar de ser una Santa se deslumbraría con el físico aúreo de Maximiliano y la enredaría por ahí.