Esto no es un cuento de hadas con final feliz... y jamás podría serlo
—¡Red Hood! ¡¿Dónde estás?!—Gritó Karma con desesperación.
Sus pasos resonaban con fuerza en los pasillos del edificio, un laberinto siniestro repleto de dinamita. Corría sin detenerse, con los ojos cansados por el esfuerzo de escanear cada rincón, cada sombra, cada posible movimiento. Iba de puerta en puerta, de pasillo en pasillo, devorado por la angustia.
Una de las puertas se negó a ceder. Karma no lo pensó dos veces: levantó la pierna y la derribó de una fuerte patada. Al abrirse, la escena lo congeló por un segundo. La habitación estaba infestada de explosivos, y al centro, Jason -Red Hood- yacía atado a una silla, inconsciente y golpeado.
El pecho le dolió de solo verlo, pero al mismo tiempo, algo en su interior se tranquilizó. Estaba vivo. Eso bastaba por ahora.
Corrió hasta él, rompiendo las cuerdas con manos temblorosas. Miró alrededor buscando su casco, parte del traje...Nada. No estaba por ninguna parte.
Un pitido comenzó a sonar, agudo, progresivo. El temporizador de la dinamita se activaba.
No había ventanas en esa habitación. Karma sujetó a Jason con firmeza y lo sacó de ahí a toda prisa. Cruzó al cuarto de enfrente y ahí, al fin, encontró una ventana. Sin pensarlo, saltó con Jason entre sus brazos. En el instante exacto en que sus pies abandonaban el marco, la explosión de la habitación anterior estalló, y como una ola infernal, las llamas se propagaron detrás de ellos.
El estallido los impulsó hacia el exterior, arrojándolos por los aires hasta que cayeron violentamente en una calle vacía. Gotham los recibió con su melancólica soledad, con la lluvia cayendo como cuchillas heladas y el aire impregnado de humo y miedo.
Jason gimió, despertando con lentitud, la confusión marcando sus gestos. Karma, sin poder contenerse, corrió a sus brazos como si el herido fuera él.
—¡Jaybird! ¡¿E-estás bien?! ¿Puedes levantarte?—Preguntó atropelladamente, escaneando su rostro con una mezcla de miedo y alivio.
—Agg... me duele todo—Murmuró Jason, con la voz rasgada, como si cada palabra fuera un nuevo golpe.
—Tranquilo... vamos al apartamento. Te ayudaré con tus heridas.
Sin esperar respuesta, el más joven lo alzó en brazos con todo el cuidado del mundo. Caminó hasta un auto de dos asientos estacionado a unas cuadras, lo acomodó en el asiento del pasajero y, con manos temblorosas pero decididas, le puso el cinturón. Cerró la puerta con delicadeza, como si temiera romperlo más de lo que ya estaba, y entró al auto, encendiendo el motor.
Con el silencio apenas interrumpido por la lluvia golpeando el parabrisas, Max rompió el mutismo:
—¿Puedo preguntar quién fue?
Sus ojos seguían fijos al frente, atentos al camino, pero su voz dejaba entrever una inquietud apenas contenida.
—No. No quiero hablar de eso—Respondió Jason, casi en un susurro cargado de sombras.
—Está bien. Puedes dormir un poco si quieres... yo te cuidaré.
—Idiota...—Resopló Jason, aún con tensión en el cuerpo. Pero una sonrisa, tenue y sincera, asomó entre el dolor.