Jason no entendía cómo alguien podía estar tan tranquilo después de perderlo todo, pero ver a Max caminando entre vitrinas iluminadas, comparando chaquetas y burlándose del precio de los jeans, tenía algo casi terapéutico. Por primera vez en días, el aire no olía a pólvora… sino a vida cotidiana.
—¿No has encontrado nada que te guste? —preguntó el más bajito mientras se acercaba a Jason con una sonrisa amplia. Caminaba dando pequeños saltos, contagiando una emoción que hizo sonreír al otro ante aquel momento cálido y tranquilo.
—Entremos a una tienda, busquemos algo que nos guste.
Lo tomó de la mano y lo guió hacia una tienda al azar. Era grande, llena de luz, y mientras revisaban unas camisas, una empleada se acercó con amabilidad.
—Buenos días, ¿les interesa algo?
—Estamos mirando, pero grac... —Jason se interrumpió al verla. Giró completamente hacia ella y sonrió con ese gesto coqueto tan suyo—. Un gusto, soy Jason Todd.
Antes de que la mujer tomara su mano, Max se dio la vuelta bruscamente al reconocer el tono. Clavó la mirada en la empleada y, en un arrebato, la sujetó de la muñeca con fuerza.
—Un hombre —ordenó con la voz tensa, casi gritó—. Dile que nos atienda alguno. No quiero mujeres cerca.
La mujer, atónita y asustada, intentó soltarse del agarre. Jason reaccionó enseguida y tomó a Max del brazo con brusquedad.
—Idiota, suéltala.
La empleada se alejó rápido, con la muñeca enrojecida, mientras varios compañeros los observaban sin saber si intervenir.
—¿En serio? —espetó Max con la voz baja pero cargada de rabia—. ¿Ahora le coqueteas a rubias operadas?
—Basta, no puedes reaccionar así cada vez que alguien se me acerca.
—Le estabas coqueteando, y claro que la miraste al escote, imbécil.
Sin darle oportunidad de responder, Max se dio media vuelta y se alejó a otra sección. Jason suspiró, pasándose una mano por el cabello. Un empleado se acercó con cautela.
—¿Problemas de pareja?
—¿Qué? No, no somos pareja.
—Claro… por eso se alteró tanto.
—No es correspondido —respondió Jason con un deje de fastidio.
—Eso pasa cuando el corazón no está en la misma sintonía.
Jason lo miró con el ceño fruncido, visiblemente incómodo.
—No, yo… agh, no soy gay, por Dios —soltó, alzando un poco la voz.
—Oh, disculpe, es que parecían muy cercanos.
—Es mi mejor amigo, no mi novio —replicó con irritación, girando hacia la ropa sin realmente mirarla. En su cabeza, sin embargo, algo lo punzaba con fuerza: ¿de verdad parecíamos una pareja?
—¿Encontraste algo? —la voz lo tomó por sorpresa, casi como un golpe.
Max lo observaba con una expresión fría, los labios apretados y los brazos cruzados.
—Yo… todavía no, estoy viendo algo —contestó Jason, evitando su mirada.
—Hazlo rápido —replicó el pecoso, sin cambiar el tono—. No pienso esperar toda la tarde.
—Claro… —dijo Jason, apenas audible, con un suspiro que se le escapó sin querer.
Siguieron buscando en silencio. El aire se había vuelto espeso entre los dos; ni siquiera los murmullos del centro comercial lograban romper esa incomodidad. Jason tomó un par de camisas al azar, solo para terminar rápido. Max, en cambio, caminaba unos pasos por delante, sin mirarlo, con los hombros tensos y las manos en los bolsillos.
—Creo que sería solo eso —dijo finalmente Jason, intentando sonar neutral—. ¿Vamos a pagar?
Max asintió sin decir una palabra y se adelantó hasta la caja.
La empleada los miró con una sonrisa educada, pero Max le sostuvo la mirada con una frialdad que la hizo tragar saliva. Dejó la ropa sobre el mostrador con un golpe seco, junto a la tarjeta, sin pronunciar palabra.
—Señor, su tarjeta no tiene saldo —murmuró la mujer, incómoda.
—¿Qué? Haz bien tu maldito trabajo, pe...
Jason lo interrumpió con un ligero golpe en la cabeza.
—Ya basta —susurró entre dientes, tomando su lugar frente a la cajera.
La mujer asintió con nerviosismo, sin atreverse a mirar a Max.
—¿Está segura de que no es el sistema? —preguntó Jason con tono paciente.
—Lo he intentado varias veces, señor, y sigue apareciendo “saldo insuficiente”.
Max bufó, sacando otra tarjeta y lanzándola con brusquedad sobre el mostrador. La mujer volvió a pasarla, y el pitido del rechazo sonó como una sentencia.
Jason suspiró y lo sujetó por la cintura antes de que se alterara de nuevo.
—¿Tienes efectivo? Podría ayudarte con algo... —preguntó en voz baja, sin soltarlo.
—Sí, puedo pagarlo —respondió Max entre dientes, con el orgullo visiblemente herido.