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Tengo la melancolía en los hombros 

desde los 7 años cuando Dios me abandonó.

Diría que fui yo

pero me lastimé al sujetarlo.

Cuando recuerdo los días de escuela

intento ser positiva pero me deja en carne viva.

Me invade alegría y envidia

al escuchar relatos plácidos que me cuentan.

Nunca pensé llegar al ¼ de mi vida.

Podía jurar que de los 14 no pasaría.

Entre perfección sin pecadores, nací impulsiva.

¿Me contarías qué hubieras hecho

si el mundo hubiera sido menos cruel y más derecho?

Estuve tan cerca de la muerte que la veo seguido.

Tomamos un café, reímos, y sigue su camino.

Me hace bromas sobre cuándo me toca

y yo me burlo porque aún me quedan por hacer muchas cosas.

Todavía cierro los ojos cuando pido un deseo

y cuando me hacen una promesa cruzo los dedos.

Incluso si me hundo cada vez que soy franca

no pueden detenerme cuatro paredes blancas.

A los 18 pinté de negro mi entorno

y lo llené de frases que mostraban cuánto me odio.

Al despertar me dolía respirar

pero desde ayer cada centímetro intento colorear.

No huyas de las sombras que insisten,

insisteles dentro de tu mente que sin ti no existen.

¿Alguna vez quisiste ceder en vez de luchar?

Si tuviste 15, ¿tenes flashbacks de haber querido escapar?

Me dijeron que la adolescencia era dura,

pero nunca creí salir de ahí tan fuerte y madura.

Como si cada persona tuviera miedo de abrir su corazón,

siento que vivo en una prisión rodeada de armazones vacíos.

Cuando tenía 21 supe que nada iba a cambiar,

que la vida es una mierda

y milagro es no estar sola.

Ya perdí la cuenta de cuántas veces casi no la cuento.

Y no me importa si es incómodo hablar de eso.

A mis 24 quisiera otra oportunidad sin presión 

de crecer siendo una niña sin depresión.

Dicen que mi generación es desviada

pero nos criaron en una azucarera salada.

Y si piensan que voy a perder la inspiración,

no me voy a perder, ni a mi imaginación.

Y me imagino en +¼, en +¼, y +¼.