No podía despegar mis ojos de las flores blancas que estaban exhibidas en le mesa de mi habitación en un florero celeste con detalles dorados.
Me había pasado parte de la mañana entre las sábanas solo contemplando las gardenias que Christian me había llevado el día de mi graduación. Me parecía un detalle tan lindo y tierno... algo que no estaba segura si parecía algo propio de él, ya que a cada minuto que pasaba con él descubría una nueva cosa que terminaba matando un prejuicio que tenía en mi cabeza.
Al final había resultado ser una persona totalmente opuesta a lo que yo creía, o eso me demostraba. Parecía bastante atento, pero en muchas cosas distraído... como también parecía tener el autoestima por las nubes, pero al intercambiar palabras, no era más que un chico bastante nervioso e inseguro, temiendo cometer un error.
No pude evitar el compararlo con Carlos, quien tomaba todo como hecho, y siempre estaba seguro de sí mismo, porque, siempre tenía la razón, y no recuerdo mcuhas veces en las que él se hubiera equivocado. Eso irritaba a más de uno, pero en mi caso, no me dejaba de fascinar.
Pero es que, ¿desde cuanto tenía este sentimiento por él?
No podía ser desde hace poco... o tal vez sí... solo sabía que no podía ser un sentimiento egoísta de querer separarlo de mi mejor amiga... o tal vez si lo era...
Tenía la cabeza hecha un lío por su culpa.
-Celeste, Carlos te está esperando en la sala.-Entró mi madre de pronto haciéndome saltar del susto. La miré perpleja. Por un segundo pensé que lo había atraído con el poder de mi mente.
-Decile que estoy durmiendo.-Dije cubriendo mi cabeza con la almohada.
-Pena que le dije que desde hace rato estás despierta, levantate.-Habló con insistencia y salió, cerrando la puerta.
Bien podría haberme quedado en mi cama hasta que se fuera... si no estuviera mi madre y sé que ella era capáz de meterlo hasta donde estaba. Como pude acomodé mi pelo en una cola de caballo y salí en pijamas.
Enarcó sus cejas cuando me vio, como si no esperaba que saliera.
-Buenos días.-Sonrió, y se lo correspondí.
Se veía bastante bien, con ropa deportiva. Obviamente sin confirmarlo, y sin que lo dijera, sabía que era diligente en su vida diaria, especialmente en despertarse temprano y hacer toda esa rutina perfecta de ejercicios mañaneros, algo que nunca pude hacerlo, o llegar a hacerlo una costumbre.
Tal vez lo que yo veía en él era una buena influencia para que yo fuera lo que él es y quiero ser.
-¿Qué te trae por aca?-Pregunté, reprimiendo un bostezo. No me había ni siquiera cepillado los dientes, y me sentí bastante apenada el estar así frente a él.
-Me preguntaba si querías dar una vuelta... estaba por ir a correr unos kilómetros al bosque.-Habló sin ninguna emoción en su rostro. Aquello me tenía un poco descolocada, porque, ¿por qué él vendría a buscarme a mi en primer lugar? ¿Ejercicio? Nosotros ni siquiera nos llevábamos del todo bien... todo me parecía algo irreal.
-Uh... está bien, espera que me cambio.-Dije un poco atontada, al menos aunque tuviera que ejercitarme podría estar a su lado y a solas.
Una parte racional en mi cabeza me gritó que no lo hiciera, o que mínimo no lo viera como una oportunidad, porque era el novio de Sandra a fin de cuentas, e iba más allá de los límites.
Cuando regresé a mi habítación, empecé a sacar ropa con desesperación del closet. Me puse a la velocidad de la luz un pantalón y una sudadera.
Corrí al baño, cepillé mis dientes y lavé mi cara.
Cuando me miré en el reflejo del espejo, quise borrar de un golpe la estúpida sonrisa en mi cara.
-No intentes nada, no hagas ningún movimiento.-Dije con la vista fija en los ojos azules que me miraban entusiasmados.
-¿Nos vamos?-Hablé en un suspiro cuando salí del baño. Carlos sonrió, y no sé por qué, ni cómo, pero me pareció una linda sonrisa.
-Bien.-Dijo juntando las palmas. Se despidió de mi madre de manera muy cordial, propia de él.
Lo último que ví antes de cerrar la puerta fue el ceño fruncido de mi madre, sin entender absolutamente nada. Tampoco la culpaba, es decir, ayer un chico me llevaba flores a mi graducaión y hoy otro chico iba a buscarme en la mañana para hacer ejercicio. Aunque bien podría pasar Carlos como un buen amigo.
Pero una parte de mi cabeza prefirió pensar que mi madre creía que le gustaba a él.
Comenzamos a caminar, y a los dos minutos ya quería parar, pero no podía dejarme ver como una debilucha frente a él. Sandra era una atleta amateur al igual que él, ella hacía ciclismo, natación, corría y patinaba. Si quería estar a su altura debía...
Otra vez esos maliciosos pensamientos. Debía detenerme, tal vez necesitaría de un exorcismo o algo así.
-¿Estás bien?
Cuando levanté la cabeza, sentí el calor subir por mis mejillas al ver que estaba viéndome. Al intentar contestar me atoré con mi propia saliva y comencé a toser ruidosamente.