Acacia

IV

Aysel

Salgo de la bodega con una carreta en mis manos, la cual dirijo hasta el jardín. Cuando llego a los arbustos que tienen pequeñas margaritas es cuando descanso. Me paso una mano por la frente, el sudor cayendo de ella y alzo la vista hacia el cielo.

Sorprendentemente el sol me da en el rostro. No debería haber tanto calor en estas fechas. Normalmente, en Gwest hay frío en estos meses del año, si tenemos suerte, puede incluso nevar.  

Solamente tolero la primavera porque es cuando los jardines están llenos de múltiples flores, de todos los colores imaginables. Nunca me ha gustado el calor, y me sorprende que a mis veinte años de vida siga viviendo en Gwest, porque es de las regiones más calurosas.

Me pongo de rodillas frente al arbusto y de la carreta saco las herramientas de jardinería. Saco las tijeras y comienzo a recortas las ramitas que quitan la sintonía que el arbusto tiene, también lo hago con las flores secas.

–Lo lamento, pero no puedo hacer nada por ti – hago una mueca mientras corto una flor que ya está marchita.

Cuando ya no hay más ramas que cortar, me levanto para poder regar la mayor parte del jardín que pueda. Conecto la manguera y comienzo desde la parte izquierda hacia la derecha. Tarareo la melodía una canción de jazz mientras sigo haciendo mi trabajo, ignorando el calor que siento el los hombros.

Pego un brinco cuando escucho pasos por el jardín, cada vez más cercanos. Por el rabillo del ojo alcanzo a distinguir una cabellera rubia y un vestido de azul pastel. Sonrío mientras sigo regando.

–¿Te la pasas todo el día haciendo eso? – pregunta Elaine, quieta a mi derecha.

–La mayor parte del día, sí.

­–Y, ¿no te aburres? – susurra, volteo a verla con el ceño fruncido y la manguera se me cae de las manos al ver esos ojos azules, los cuales combinan con el vestido.

–No, no me aburro – contesto, agachándome para recoger la manguera y apagarla. La vuelvo a guardar en la carreta, aunque no haya terminado de regar –. Le encuentro cierta pasión.

Ella asiente, balaceándose adelante y atrás, con las manos frente a ella, entrelazadas.

–¿Te gusta cuidar las plantas? – hace otra pregunta, y me sorprende no perder la paciencia ante ella.

–Bueno, si no me gustara no estaría aquí – digo y ella sonríe de lado –. ¿Qué te trae por acá, princesa? – es mi turno de preguntar.

Elaine no duda ni un segundo en contestar.

–El día de hoy no tenía deberes. En realidad, no sé cuándo volveré a tenerlos. Mi madre canceló las clases con el príncipe William de Hiphton y aun no tengo institutrices, por lo que tengo bastante tiempo libre. Quería dar un paseo por los jardines, solamente.

–Está bien, pues el jardín es todo tuyo, entonces – digo, señalando todo el jardín que nos rodea.

Ella niega, frunciendo su entrecejo, lo cual hace que yo también lo haga. ¿Qué no dijo que quería dar un paseo?

–También quería compañía – dice, volviéndose a tambalear hacia atrás y hacia adelante con sus pies.

–¿No tienes dama de compañía?

–Por eso vine a buscarte. Podrías ser tú – dice y me señalo. Ella asiente, alegre.

–Paso – es mi respuesta.

Su expresión cambia. Hace una mueca y segundos después endereza los hombros. Vuelve a hablar, pero su tono de voz se ha endurecido. Se ha vuelto demandante.

–Aysel – susurra, y un escalofrío recorre mi espalda. Trato de disimularlo.

–¿Sí? – susurro también.

–Sé mi dama de compañía. Por hoy.

Algo en ella me hace pensarlo. Tal vez sea la forma en la que los rayos de sol descansan sobre su cabello, volviéndolo en tonos dorados. Tal vez sean la forma en la que el iris azul brilla. O tal vez sea la sonrisa que me está dando. No lo sé, pero murmuro un;

–Bien, tú ganas – ruedo los ojos para fingir que no tengo ganas de acompañarla.

Su sonrisa se extiende y da media vuelta para comenzar a caminar.

–Espera, ¿ahora mismo quieres dar el paseo? – pregunto, siguiéndola.

–Claro, ¿a qué hora sino? – no se detiene, incluso pienso que camina más rápido.

–Pero no he terminado con los arbustos – digo, pero no me escucha. O hace como si no me escuchara.

Sigue caminando y me limito a ir detrás de ella. Elaine mira a su alrededor, sin detenerse a contemplar las flores que la rodean. Recorremos el laberinto que es el jardín, hasta que Elaine se detiene. Me detengo a tiempo para no chocar contra ella.

–¿Dónde estamos? – habla, la confusión tiñendo su voz.

–No lo sé, te he estado siguiendo a ti desde hace diez minutos – le digo con el entrecejo fruncido.

–Se supone que tú conoces el jardín y, ¿no sabes dónde estamos? – me acusa.

La miro indignada, alzando una ceja hacia su dirección.

–Solo conozco el lado norte del jardín, es el lado que me toca cuidar. No tengo la mínima idea de donde estamos.



#11935 en Novela romántica

En el texto hay: reinos, girlxgirl, romance

Editado: 29.01.2023

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