Academia Arcana De Astraelis: Los Lazos Que Nos Unen

Capitulo 1: Academia Arcana De Astraelis

El amanecer en Eldareen nunca era silencioso. Entre los robles antiguos que rozaban las nubes bajas, un pequeño pueblo despertaba al ritmo de la naturaleza y la magia. Duendes correteaban entre las raíces expuestas, dejando estelas de polvo brillante que iluminaban los senderos de tierra. Hadas de corteza -pequeñas criaturas con piel de madera y cabello de musgo- revoloteaban alrededor de los estanques, donde las ondinas emergían para saludar al sol naciente con canciones líquidas. En los claros, trolls de piedra gris se estiraban lentamente, sus movimientos generando un suave temblor en el suelo, mientras minotauros jóvenes practicaban el combate con hachas de madera bajo la atenta mirada de sus mayores. Fenix menores -aves del tamaño de cuervos con plumajes en llamas suaves- anidaban en los árboles más altos, sus cantos sonando como cristales quebrándose al calor.

Era un domingo como cualquier otro en el bosque de Eldareen, donde las especies convivían en un equilibrio tejido durante siglos. Y en el corazón de esa comunidad, una casa de madera de dos plantas parecía florecer literalmente de la tierra. Sus paredes estaban cubiertas de enredaderas cargadas de flores nocturnas que aún no se cerraban, y los alféizares rebosaban de macetas con hierbas aromáticas y plantas mágicas cuyos pétalos se movían siguiendo brisas invisibles. El humo que salía de la chimenea olía a pan recién horneado y a manzanilla silvestre.

En una habitación del segundo piso, iluminada por los primeros rayos de sol que se filtraban entre las cortinas de hojas secas entretejidas, un joven elfo de cabello marrón dormía profundamente, roncando levemente. Oliver Amaphénix estaba soñando con bosques que caminaban y ríos que cantaban, su rostro pecoso relajado en una expresión de paz total, cuando de repente comenzó un martilleo en la puerta que hizo temblar las macetas colgantes cerca de la ventana.

"¡OLIVER! ¡DESPIERTA Y VEN A DESAYUNAR!" rugió una voz grave desde el otro lado. La puerta se abrió de golpe, revelando a un joven alto de piel morena clara, cabello, alas y cola de un blanco níveo, y ojos celestes tan claros que parecían hielo. Alejandro, el hermano mayor de Oliver, cruzó los brazos mientras sus alas de fénix albino se plegaban contra su espalda con un suave crujido de plumas. "¿Acaso no era hoy que te irías a esa academia? Con esa pereza se nota que te quedarás", dijo, girando los ojos dramáticamente.

Oliver abrió los ojos como si lo hubieran electrocutado. "¿Eh? ¿Qué? ¿Ya es-?" Se incorporó de golpe, el movimiento demasiado brusco para alguien que acababa de despertar. Perdió el equilibrio y cayó de la cama con un golpe sordo, aterrizando en un montón de sábanas y mantas. "¡Ay! Mi espalda... y mi cabeza..."

"¡YA VOYYY!" gritó desde el suelo, frotándose la zona lumbar mientras intentaba desenredarse. "¡DILE A MAMÁ QUE ME VOY A BAÑAR!"

Alejandro chocó su mano contra su frente y dejó escapar un suspiro que hacía vibrar ligeramente las plumas de sus alas. "Espero que te bañes rápido... Bella Durmiente". Un fuego blanco y frío -tan brillante como la luz pero sin calor- lo envolvió por completo. En menos de un segundo, su forma humana se transformó en la de un fénix albino majestuoso, con plumas que brillaban como perlas bajo el sol matutino. Con un fuerte aleteo que esparció diminutas partículas de escarcha mágica por la habitación, salió por la ventana abierta y voló hacia abajo en dirección a la cocina.

Oliver, aún aturdido, se arrastró hasta su armario, sacó una toalla y su cepillo de dientes, y salió disparado de la habitación hacia el baño. El agua corrió durante exactamente cuatro minutos (contados por él mentalmente, una habilidad que tenía desde niño) antes de que saliera, se secara a toda velocidad con magia botánica (las toallas se le secaban solas si concentraba suficiente energía vital en ellas) y volviera a su cuarto a vestirse.

Mientras tanto, en la cocina de la planta baja, una mujer elfa de cabello tan blanco que parecía tejido con hilos de luna cortaba verduras con movimientos precisos. Emma Amaphénix tenía la piel pálida y luminosa, ojos celestes que habían visto crecer a dos generaciones de criaturas del bosque, y una serenidad que calmaba hasta a las plantas más nerviosas. Escuchó el aleteo familiar y, sin levantar la vista de los tomates que estaba picando, preguntó con voz serena: "Hijo mío, ¿Oliver sigue sin despertarse?"

Alejandro aterrizó suavemente en el suelo de piedra de la cocina, el fuego blanco envolviéndolo nuevamente mientras recuperaba su forma humana. "Ya lo desperté, mamá. A ese enano se le olvidó que hoy sería su primer día en la academia", dijo, rascándose la nuca donde las plumas se transformaban en piel.

Emma sonrió, y las flores en los alféizares parecieron inclinarse hacia ella. "Él siempre es tan olvidadizo... Por cierto, ¿ya llegó Alberto?"

"Ahmm... no, pero lo llamé y decía que vendrá pronto. Se le olvidó algo en el trabajo".

"Oh, está bien. ¡Ya el desayuno está listo!" anunció ella suavemente, con una sonrisa de gratitud dirigida a las ollas que burbujeaban solas en la estufa, movidas por su magia.

Alejandro suspiró levemente. "Ush... ¿Oliver sigue sin cambiarse?" Comenzó a caminar hacia las escaleras, pero justo en ese momento apareció Oliver, vestido con ropa estilo preppy en tonos verdes, negro y marrón claro, bajando las escaleras de dos en dos. "Ya era hora", dijo Alejandro, girando los ojos nuevamente.

"¡Ya estoy listo!" anunció Oliver, sonriendo con una mezcla de emoción y ansiedad que le hacía brillar los ojos celestes.

Emma los miró con felicidad. "Alejandro, Oliver, vayan a desayunar. Yo esperaré a su padre".

"Ay... papá siempre es tan impuntual", murmuró Alejandro, pero ya seguía a Oliver hacia el comedor.

Los dos hermanos se sentaron a la mesa de roble y comenzaron a comer como si les hubieran puesto un hechizo de prisa. Oliver prácticamente inhala su porción de huevos revueltos con hierbas mágicas, mientras Alejandro observaba entre divertido y asqueado.




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