Una semana después de lo ocurrido…
El pueblo de Rhusk presentaba un panorama desolador. Hombres y mujeres heridos avanzaban con dificultad, algunos cargando a compañeros en condiciones aún más críticas, mientras que otros solo podían arrastrarse o apoyarse en quienes aún tenían fuerzas. Entre ellos, yacían los cuerpos de los caídos, cubiertos con telas improvisadas. En medio de esa escena sombría, un grupo de esclavistas marchaba en fila, escoltado por los guardias, rumbo a ser interrogados.
Los propios guardias no podían creer lo que veían. No hacía mucho habían partido, dejando un asentamiento en calma, y ahora regresaban para encontrar un cuadro de miseria y desesperación. La incredulidad se tornó aún mayor al ver a Markus y Astold inconscientes, dos figuras que jamás imaginaron en tal estado. En contraste, Haalkan se mantenía en pie como podía, liderando a los sobrevivientes con una determinación férrea que le permitieron convertirse en lo que actualmente es.
Sin perder tiempo, los guardias se movilizaron para socorrer a los heridos. Los curanderos fueron llamados de inmediato, y en cuestión de minutos, los capitanes también se hicieron presentes, organizando la asistencia para quienes más lo necesitaban.
El caos era total. El aire se llenaba de gemidos de dolor, súplicas y órdenes urgentes. Los cuerpos sin vida eran transportados con respeto, mientras que los heridos, en su mayoría cubiertos de sangre y polvo, esperaban su turno para ser atendidos. La tragedia se había apoderado de Rhusk, y la sombra de lo sucedido aún pesaba sobre los supervivientes.
Unas horas más tarde, Sarko convoca al capitán para que le de su informe y explique lo ocurrido. Para el Jarl, todo carece de sentido.
Las puertas del palacio se abren de par en par por dos guardias. Haalkan camina rengueando hacia el Jarl hasta detenerse sobre la piel de un lobo blanco a metros del trono. Allí se inclina de rodillas y espera a que Sarko le hable. Junto al Jarl se encuentra su mano derecha y amigo desde siempre, Fresbier observando con ojos juiciosos y acusadores:
—Ciento setenta y tres. Ciento quince jinetes y cincuenta y ocho de tu unidad, Haalkan. Ese es el número de los que marcharon al sur para apoyar las investigaciones sobre lo que pasa con las fronteras y de paso servir de apoyo para los que vigilan. Varios días después nos encontramos con ochenta fallecidos. Cincuenta y cinco jinetes de la unida de Markus. Veinticinco de los tuyos. Además de treinta caballos perdidos. El capitán y vice capitán están conscientes, pero con graves heridas. ¿Qué fue lo que paso? Necesito una explicación.
—Tampoco lo sé, señor. Estábamos a mitad de camino cuando nos atacaron de repente un grupo de esclavistas al mando de un sujeto llamado Borful. Si no hubiera sido por Ulfar, habríamos perdido mucho más.
—¿Dices que ese tipo era fuerte como para derrotar a Markus, Astald y también a Ulfar? —pregunta el Jarl.
—Ulfar lo derrotó, pero no pudo eliminarlo completamente.
—Ya veo. Y el esclavista ¿lo capturaron?
—No, mi señor. Ulfar…en su ultimo ataque se descontroló y aprovechó la confusión del momento para escapar.
—Lo mejor es interrogar ahora a Ulfar. —propone Fresbier con la frialdad que lo caracteriza.
—¿A que te refieres con ahora? —pregunta Haalkan.
—Si. Tenemos que saber que pasó, aunque tengamos que…—exclama Fresbier.
—¡¿Aunque tengan que?! ¡él está inconsciente maldita sea! ¡¿quieres forzarlo a despertar?! ¡¿Cuál carajo es tu problema Fresbier?! —se enfurece Haalkan.
—¡Ten más cuidado con el tono de tu voz maldito mocoso! ¡se más respetuoso! ¡¿comprendes?! —responde el capitán.
—¡Silencio! —golpea Sarko su puño contra la madera del trono. —Haalkan tiene razón. No podemos actuar como dices y sobre todo si es con alguien a quien reconocemos como rivahense. Lo que nos queda es esperar a que se despierte y preguntarle. No hay de otra.
—Si, señor. Es la mejor decisión posible al menos por ahora. —responde Haalkan.
—Retírate capitán. Estate con tus hombres. Cuando se hayan recuperado el capitán Markus los llamaré a ambos.
—Entendido. —se pone de pie y abandona el palacio.
Sarko nota molesto a Fresbier así que le pregunta mirándolo fijamente:
—¿Qué te pasa? Estás muy inquieto Fresbier. ¿Tanto te molestó lo que pasó?
—Tendríamos que arrasar con estos infelices. En cambio, somos benevolentes para con ellos. Hay que interrogar a los supervivientes y torturar a los esclavistas que trajimos. ¡Maldición!
—Procuremos ir con calma. Tu deberías saberlo mejor que nadie.
—Lo se. Lo se.
En el cuartel de la unidad de Haalkan…
Personas van y vienen corriendo tratando de salvar extremidades de un hombre que puede perder la pierna. Otro podría perder ambos brazos. Y los sucesorios testimonios dramáticos de un hecho horrendo para cualquiera.
Haalkan recorre los pasillos del sector médico en el cuartel. Hay un camino de sangre de un hombre a quien le amputaron sus dos piernas. Mientras tanto se oyen los alaridos de dolor y gritos de suplica para que no le quiten alguna extremidad u operen. Es casi como si se tratase una escena de guerra.
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Editado: 16.03.2025