Academia de Lobos: Sangre Oscura

Сapítulo 9

La noche parecía espesa, como si pudiera cortarse con un cuchillo. El aire era frío y húmedo, con un olor a musgo y algo metálico que recordaba a la sangre. El bosque rodeaba la arena de piedra en un círculo cerrado, como un depredador hambriento, listo para atacar en cualquier momento. Estábamos de pie en el borde, como espectadores frente a un escenario, esperando el comienzo de un espectáculo.

En el centro de la arena había jaulas. Parecían forjadas por la misma oscuridad: masivas, con rejas negras adornadas con runas extrañas y desconocidas, que brillaban débilmente bajo la luz de la luna. En cada jaula había un licántropo. No eran humanos, ni bestias. Eran algo intermedio. Sus cuerpos temblaban, como una cuerda tensa que estaba a punto de romperse.

Eran peligrosos. Todos y cada uno de ellos. Incluso encerrados tras las rejas, parecían más fuertes y libres que todos nosotros juntos.

Sentí cómo alguien detrás de mí suspiraba suavemente. Alguien susurró: "Es hermoso". Pero en su voz no había certeza, sino miedo. Belleza y terror. Eso es lo que representaban.

No podía estar en desacuerdo.

La luz de la luna, al fin, atravesó las nubes, como un grito desgarrando el silencio. Cayó sobre la arena, y me pareció que la misma piedra temblaba bajo su toque. Este lugar... no simplemente existía. Estaba vivo. Las paredes de piedra de la arena, cubiertas de grietas y símbolos antiguos, parecían palpitar. La energía fluía desde ellas en ondas, atravesándome hasta los huesos.

"Magnífico. Todo esto parece un espectáculo nocturno de monstruos. Me pregunto si aquí dan palomitas."

Me sonreí para mis adentros con mi sarcasmo, pero la tensión ya crecía en mi pecho.

El instructor —alto, con ojos fríos y una voz que sonaba como un eco en el vacío— salió al centro de la arena. Movió una mano, y las runas de las jaulas brillaron con mayor intensidad.

— Hoy verán lo que significa ser un verdadero licántropo —empezó a decir. Su voz era uniforme, pero de ella emanaba una amenaza casi imperceptible—. Sus transformaciones no son solo un cambio físico. Es una lucha. Una lucha consigo mismos. Una lucha con la oscuridad interior.

Miré a los licántropos en las jaulas. Sus cuerpos empezaron a moverse, como si hilos invisibles los tiraran de sus extremidades. Los músculos se tensaban y retorcían, sus rostros empezaban a cambiar de forma. Algunos gruñían, otros gritaban.

Pero no era solo dolor. Era majestuoso.

Uno de los licántropos —un chico enorme de la manada "Garras Sangrientas"— dio un paso hacia adelante, escapándose de la jaula por un momento antes de que las runas brillaran con un destello cegador y lo empujaran hacia atrás. Sus ojos —inyectados en sangre, furiosos— se cruzaron con los míos, y no pude apartar la mirada.

"¿Y a esto le llaman aprendizaje?"

Intenté parecer tranquila, pero mi corazón latía tan rápido que parecía que todo el bosque podía escucharlo.

Cuando la luz de la luna cubrió completamente la arena, las transformaciones se completaron. Los licántropos ya no eran humanos. Hocicos de lobo, cuerpos poderosos, garras y colmillos que podían desgarrar el acero. Era un espectáculo del que querías huir... pero al mismo tiempo quedarte a observar.

Mis pensamientos se interrumpieron cuando escuché un gruñido bajo, distinto a los demás. No era simplemente animal. Había algo primitivo, salvaje en él, y eso me provocó un escalofrío por todo el cuerpo.

— ¿Qué es eso? —preguntó alguien cerca de mí, pero no hubo respuesta.

Uno de los licántropos se liberó de su jaula. Las runas brillaron, pero no pudieron contenerlo. Su cuerpo se sacudía, como si estuviera desgarrándose desde dentro. Sus ojos —vacíos, enloquecidos— se fijaron en la multitud donde estábamos nosotros.

En el siguiente momento, se lanzó hacia adelante.

El mundo frente a mí se ralentizó. Sentí cómo mis pies se pegaban al suelo. ¿Correr? ¿Pero adónde?

Me quedé inmóvil, paralizada, como un conejo frente a una serpiente. Algo en mi interior susurraba: "Si corres, te alcanzará. Si te quedas, morirás."

— ¡Atrás! —gritó alguien, pero sus palabras se ahogaron en el gruñido.

El licántropo saltó, pero no llegó hasta mí. En el siguiente momento, algo oscuro se movió en el aire, y el gruñido se interrumpió.

Era Amon.

Apareció, como siempre, desde la sombra, como si la misma noche hubiera decidido tomar forma humana. Sus pasos eran perezosos, casi despreocupados, pero el aire a su alrededor se volvió denso, como si el bosque se hubiera detenido, expectante. Amon se detuvo al borde de la arena, sus ojos dorados ardían bajo la luz de la luna, como dos trozos de ámbar incandescente.

El licántropo, que había escapado de la jaula, lo vio. El lobo enseñó los dientes, y un gruñido salió de su garganta, mostrando colmillos tan afilados como cuchillos. Era pura furia, hambre y pérdida total de control. Su cuerpo temblaba, sus garras arañaban la piedra, y sus ojos, vacíos y enloquecidos, buscaban una nueva presa.

Pero Amon no tenía miedo. Ni siquiera se movió hasta que el lobo se lanzó hacia él.

— No te lo aconsejo, —dijo en voz baja, su tono casi perezoso, pero impregnado de una amenaza helada.

En el siguiente instante, el cuerpo de Amon comenzó a cambiar.

No pude apartar los ojos. Era... aterrador.



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Editado: 06.01.2025

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