Academia De Reinas

Capítulo 2: El sendero que no existe

El equipaje de Alina cabía en una maleta de cuero desgastado, que había sido de su madre. Dentro llevaba un abrigo demasiado grande, un cuaderno lleno de dibujos de lunas y torres, y un espejo de mano que solo reflejaba el rostro cuando estabas en paz contigo misma. Alina aún no lo había visto funcionar.

La despedida con Mirene fue rápida. Ambas sabían que, si se alargaba, se romperían. Su hermana le entregó una piedra blanca con vetas doradas.

—Es un fragmento del bosque. Si alguna vez te sientes sola… tócala. No te traerá de vuelta, pero te recordará de dónde vienes.

Alina asintió sin poder hablar. Luego cruzó el umbral del claro, donde una runa antigua ardía en el aire, flotando sobre el suelo como una promesa o una advertencia.

“El sendero aparecerá solo para quien ha sido llamado.”

Y apareció.

Una línea de luz brotó entre los árboles, iluminando un camino que no estaba allí antes. El bosque susurraba nombres antiguos, y el aire sabía a luna nueva y a menta silvestre.

Mientras caminaba, el mundo cambió.

Primero, los árboles se hicieron más altos, de troncos plateados y hojas que reflejaban el cielo aunque era de día. Luego apareció un río suspendido en el aire, donde nadaban peces de cristal que cantaban en murmullos. Alina tuvo que cruzar un puente hecho de hilos de estrella. El suelo tembló bajo sus pies, pero no cayó.

Supo entonces que ya no estaba en Lysoria como la conocía.

Después de horas —o quizás días— sin ver sol ni sombra, llegó a un claro circular rodeado de espejos flotantes. Uno de ellos se encendió con un tono suave, como si la reconociera.

“Alina de Lysoria”, dijo una voz que no era voz, sino viento.
“Has respondido al llamado.”

El espejo se convirtió en agua sólida. Un portal.

Alina respiró hondo. Tocó el fragmento del bosque en su bolsillo. Y cruzó.

Sintió frío. Luego calor. Luego… vértigo. El mundo giró en colores que no conocía, y justo cuando pensó que iba a caer, unas alas invisibles la sostuvieron.

Apareció de pie en un suelo de mármol azul, bajo un cielo sin nubes.

Frente a ella, una torre de cristal se elevaba como un faro en medio de la nada, rodeada de jardines flotantes, puentes que cambiaban de forma, y banderas que llevaban el símbolo de cada Casa mágica.

La Academia de Reinas.

Un campanario sonó en lo alto, anunciando su llegada. Y en algún lugar lejano, muy lejos de los ojos de los humanos, un lobo de ojos lunares alzó la cabeza y susurró:

“Por fin.”




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