El sol apenas asomaba cuando las campanas sonaron, y la torre principal se llenó de ecos dorados que flotaban por los pasillos como si los despertaran uno por uno.
Alina abrió los ojos con el corazón acelerado.
El sueño aún ardía en su pecho: la mujer del cabello blanco, las ruinas doradas, y la voz… esa voz profunda que la llamaba desde lo alto del cielo.
Alina... despierta.
No entendía qué significaba, pero la sensación no la abandonó ni siquiera cuando se cambió de túnica y bajó corriendo tras Neria y Lyselle hacia la clase.
Sala de Invocación Astral.
El lugar parecía un planeta encerrado bajo una cúpula de cristal. Había círculos de runas talladas en piedra, plataformas flotantes y una energía pulsante que recorría el suelo como venas de luz.
La profesora ya los esperaba en el centro del domo: una mujer de piel oscura y ojos como espejos líquidos. Llevaba una túnica azul con símbolos lunares bordados y un báculo hecho de hueso blanco y cristal.
—Bienvenidas a la clase de Invocación —anunció, con voz tranquila pero potente—. Aquí no conjurarán criaturas ni copiarán hechizos. Invocar… es recordar quiénes son.
Varias alumnas intercambiaron miradas confundidas. Syra, desde su círculo de fuego, cruzó los brazos con arrogancia.
—Dentro de cada una de ustedes duerme un Guardián. Una criatura ancestral que representa su alma, su fuerza, su mayor miedo y su destino.
—Para convocarlo, deberán vaciarse de pretensiones… y conectar con lo que son de verdad.
Alzó el báculo. En el aire, aparecieron imágenes vibrantes de animales místicos: un halcón de sombras, una serpiente de hielo, un león dorado, un fénix de agua y… un lobo blanco con ojos de galaxia.
Alina se quedó sin aliento.
Lunaris.
—Hay muchas formas —continuó la profesora—. Algunas los verán en su mente. Otras los sentirán rugir desde el pecho. Algunos no aparecerán en absoluto… si ustedes no están listas.
Se hizo un silencio reverente.
—Empecemos.
Las estudiantes se colocaron en sus círculos mágicos. Las runas brillaban bajo sus pies. Una a una, comenzaron a intentarlo.
Neria fue la primera. Se concentró y, tras unos segundos, de su espalda brotaron raíces doradas que envolvieron el suelo, y una enorme criatura de madera y piedra apareció: un ciervo de seis astas, con hojas por melena.
—Guardiana Dryatha, espíritu de los bosques antiguos —anunció la profesora.
Luego vino Lyselle. No hizo gesto alguno, pero las sombras del domo se arrastraron hacia ella y, de ellas, emergió un halcón negro de ojos rojos.
—Aethros, el Mensajero Silente.
Syra levantó las manos con un gesto elegante y casi teatral. Una ráfaga de fuego envolvió su círculo y surgió un tigre ígneo con marcas de runas en la piel.
Todas aplaudieron. Incluso algunas profesoras que observaban desde lejos asintieron con respeto.
Luego, llegó el turno de Alina.
Entró al círculo.
El aire se volvió denso. Esperó. Cerró los ojos. Recordó la voz. El sueño. El lobo.
Pero nada pasó.
El círculo no brillaba.
No sentía nada.
—¿Lo estás intentando o solo tomas aire como si fueras a llorar? —soltó Syra desde su lugar, con una sonrisa burlona.
Las risas se esparcieron. Algunas miradas se apartaron, incómodas.
Alina apretó los puños.
No estoy rota.
No soy nada más que esto.
¿O sí?
—Silencio —dijo la profesora, pero la burla ya se había filtrado como veneno.
Y entonces…
El aire cambió.
Una ráfaga helada barrió el domo. Las runas bajo Alina estallaron en luz blanca. El suelo vibró.
Un aullido desgarró el silencio.
Desde las alturas, desde el cielo dentro del domo, una figura descendió lentamente, envuelta en polvo de estrellas.
Lunaris.
Un lobo de pelaje plateado, con ojos que reflejaban constelaciones. Cada paso que daba sobre el suelo dejaba atrás fragmentos de galaxia.
Las otras criaturas se inclinaron ante él.
Y Alina… sintió que algo en su pecho se rompía. No por dolor. Sino por recuerdo.
Porque Lunaris no era nuevo.
Era parte de ella.
—Lunaris, Guardián Celestial del Llamado Perdido —susurró la profesora, sin aliento—. Creímos que jamás volvería a responder.
Las demás chicas miraban a Alina como si fuera una leyenda viviente. O un presagio.
Syra tenía la mandíbula apretada.
Lyselle la observaba, como siempre, en silencio. Pero esta vez… con respeto.
Y Neria sonreía, brillante como el sol.
—Bienvenida de verdad, Alina —dijo, casi en un susurro—. Ahora sí comenzó tu historia.