Academia De Reinas

Capítulo 12: La Espada del Sol Durmiente

El calor era inusual para una tarde de otoño. Alina caminaba por los jardines exteriores del ala sur, donde se decía que los antiguos guerreros entrenaban antes de partir al frente. La piedra del suelo estaba tibia bajo sus botas, y un murmullo de viento cálido recorría las estatuas rotas y los obeliscos olvidados.

Había seguido una corazonada. Un susurro.

"Donde el loto arde, el fuego renace."

Encontró una grieta oculta entre dos muros cubiertos de enredaderas secas. Tras ella, una sala subterránea se abría como un santuario sellado al tiempo. En el centro, rodeada de brasas dormidas, descansaba una losa de obsidiana negra. Sobre ella, un loto de piedra carmesí cerraba sus pétalos como si esperara algo.

Alina se acercó.

El aire vibró cuando sus dedos rozaron el loto. El calor aumentó, una chispa cruzó su piel, y el loto se abrió… revelando una inscripción en lengua antigua, que ardía en rojo.

Ella la leyó, con la misma certeza de siempre:

“Por la llama que no muere. Por la reina que volverá. Solaerion despierta donde arda la verdad.”

Una llamarada estalló desde el suelo. Alina retrocedió con el corazón galopando, pero el fuego no la tocó. Lo rodeaba todo, danzaba como una corona a su alrededor.

De las llamas emergió un hombre alto, de cabello blanco-rojizo, ojos dorados como brasas. Su cuerpo cubierto por una armadura con el emblema del loto carmesí y una capa que chispeaba como el sol naciente.

Era Thalion Ignis, el General del Sol.

—Has pronunciado el juramento de los antiguos. Y el fuego ha respondido —dijo con voz potente, como un trueno en una tormenta veraniega.

—¿Eres… un guardián? —preguntó Alina, aún deslumbrada por su presencia.

Thalion la observó en silencio, luego asintió.

—El primero. El primero en jurar. El primero en caer… El primero en regresar por ti, Ilenya.

—No me llamo así —replicó Alina, pero su voz tembló al pronunciarlo.

Thalion dio un paso adelante, y el fuego se apartó a su paso.

—Te ocultaron. Te sellaron. Pero el fuego no olvida. Yo llevé la espada al frente cuando tu madre hizo temblar los cielos. Y volveré a blandirla por ti… si eres digna.

Del suelo emergió una espada envuelta en ceniza ardiente: Solaerion, la Espada del Sol. Flotó frente a ella, pero no se movió al contacto de sus dedos.

—Aún no —dijo Thalion—. El fuego reconoce tu sangre, pero tu alma aún duda. No temas eso. Toda llama comienza como chispa.

Alina respiró hondo. El calor no quemaba. La rodeaba como un abrazo. Entonces, una nueva marca ardió sobre su hombro: el loto carmesí, resplandeciente.

Thalion sonrió.

—Llamarás a los otros. Y cuando llegue el momento… arderemos juntos.

Su cuerpo comenzó a disolverse en fuego. Las llamas giraron, transformándose en un halcón ígneo, que dio una vuelta sobre ella antes de posarse sobre su hombro. Su presencia era cálida, vigilante. Parte de ella.

El fuego se apagó.

En el suelo, un rastro de letras brillantes apareció, grabadas en el idioma antiguo:

"Nos alzaremos cuando la corona se reencuentre con su luz. Y el sol, por fin, tendrá a quien proteger."




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