—Elaeryn…
Alina se repitió ese nombre mientras regresaba a la torre de los dormitorios, con el libro escondido bajo la capa. Sus pasos eran silenciosos, pero su mente era un torbellino.
No sabía si lo había imaginado. Si todo había sido un sueño inducido por el cansancio. ¿Cómo podía entender ese idioma? ¿Quién era realmente ese guardián?
Pero lo que más le pesaba era la sensación de que una parte de ella… recordaba. No con claridad, sino como un eco lejano. Como si una voz muy antigua dentro de ella hubiera susurrado: Sí. Ese también es tu nombre.
Cuando cruzó la puerta del dormitorio, Lyselle ya dormía, cubierta con una manta de tonos violáceos. Neria, en cambio, abrió un ojo.
—¿Todo bien?
Alina vaciló.
—Sí —dijo al fin—. Solo necesitaba despejarme.
Neria la observó un segundo más, como si supiera que había algo más detrás de esa respuesta, pero no insistió.
—Mañana tenemos clase de Historia Viva. Y con la profesora Thessa, así que prepárate para que te lancen un libro si bostezas.
Alina esbozó una sonrisa y se metió en la cama.
Pero no durmió.
El libro seguía en su mochila. Cerrado. Silencioso. Pero ella lo sentía como si ardiera.
Al día siguiente, la clase de Historia Viva era una mezcla de arte, magia y memoria. Las paredes de la sala estaban cubiertas de tapices encantados que se movían, representando los eventos más importantes del continente. Batallas, coronaciones, traiciones. Todo danzaba ante los ojos de los estudiantes.
—Hoy hablaremos de los linajes perdidos —anunció la profesora Thessa con voz grave—. Aquellos que, por decisiones del destino o por las manos traidoras de otros, fueron borrados de los registros.
Alina se tensó en su asiento.
—¿Cómo es posible que alguien borre un linaje entero? —preguntó Lyselle en voz baja.
—Con magia antigua —susurró Neria—. Y con miedo.
La profesora caminó frente al tapiz de una mujer coronada, de cabello blanco y ojos celestes. A su lado, un lobo de luz.
—Ella fue la Reina Etherya. Última portadora conocida de la Magia del Corazón Puro. Su heredera desapareció la noche del eclipse… y jamás fue encontrada.
Alina tragó saliva. El nombre resonó dentro de ella como un trueno.
—¿Y si no desapareció? —preguntó sin pensarlo.
Todos la miraron. Incluyendo la profesora.
—¿Cómo dices?
—Quiero decir… ¿y si fue… oculta? Por protección. Como en los cuentos de los guardianes.
La profesora Thessa la observó con una intensidad inquietante.
—Interesante teoría, señorita Valenor. Aunque incluso los cuentos… nacen de algo real.
Una pausa. Luego continuó con la clase como si nada. Pero Alina notó cómo Neria y Lyselle la miraban de reojo.
—
Horas después, sentadas bajo el roble de la colina de la Torre Norte, Alina comía en silencio. Las hojas doradas crujían bajo sus botas, y el aire otoñal acariciaba sus mejillas.
—Sabes más de lo que dices, ¿verdad? —dijo Lyselle de pronto.
Alina alzó la vista.
—¿De qué hablas?
—De la Reina Etherya. De los guardianes. De los linajes perdidos. Tu mirada en clase lo decía todo.
—Solo… me interesa el tema —dijo Alina, sin poder sostenerles la mirada por completo.
Neria levantó una ceja.
—Tocaste el artefacto de Aetherion. Ninguna de nosotras podría haberlo hecho. Y ahora entiendes idiomas antiguos. ¿Seguro que no hay algo más?
Alina apretó los labios.
Quería confiar en ellas. Pero una parte de ella temía. ¿Y si al saberlo, la miraban distinto? ¿Y si el consejo también se enteraba?
—No sé qué soy —dijo finalmente—. Pero si descubro algo… se los diré. Lo prometo.
Lyselle la abrazó por los hombros.
—Aún si fueras un dragón disfrazado, seguirías siendo nuestra amiga.
Neria sonrió.
—Pero si empiezas a escupir fuego, avísame antes. Mis túnicas no son a prueba de dragones.
Alina se rió. Por primera vez en días, de verdad. Aunque en su pecho, el nombre seguía ardiendo.
Elaeryn.
La heredera olvidada.
Y mientras el sol se ocultaba, el libro en su mochila brilló, por un instante, con una tenue luz dorada.