Lyselle, Neria, Maelis y Syra se quedaron con Alina después del juicio elemental, todas aún impactadas por lo que habían presenciado.
—¿Viste cómo florecieron las raíces? —susurró Neria—. Eso no es magia común. Ni siquiera entre los descendientes de casa Theralis.
—Tampoco las runas que aparecieron cuando tocaste el agua —añadió Maelis, aún algo pálida—. Nunca vi algo así. Es como si los elementos… te conocieran.
Alina no dijo nada. Había sentido algo profundo. Viejo. Como si las fuerzas del mundo la estuvieran reconociendo, despertando por fin. Pero lo que más le inquietaba no era el juicio, sino lo que vino después. Aquel susurro invisible. Esa advertencia.
Esa noche no pudo dormir.
A la mañana siguiente, la directora entregó nuevas instrucciones: clases suspendidas hasta nuevo aviso. El consejo necesitaba evaluar los resultados del juicio.
—¿"Evaluar"? —Syra escupió la palabra—. Lo que quieren es encontrar la forma de controlar lo que no entienden.
—¿Y tú cuándo empezaste a preocuparte tanto por mí? —preguntó Alina, arqueando una ceja.
—No te confundas —Syra bufó—. Si alguien va a destruirte, seré yo. No los del consejo.
Pero detrás de sus palabras, Alina sintió una pizca de miedo. No por ella. Por lo que pudiera pasarle.
Esa noche, mientras la mayoría dormía, Alina decidió ir al invernadero. El aire entre las flores la calmaba, y tras la tensión del juicio, necesitaba un respiro.
No esperaba encontrar la puerta entreabierta.
Ni sentir el aura oscura que brotaba del interior.
—¿Hola...? —susurró, empujando con cuidado.
Las plantas estaban agitadas. Algo en el ambiente no encajaba. Y entonces lo sintió. Un temblor. Un susurro, como el del juicio… pero no cálido. No protector.
Un aura se alzó de entre las sombras, con ojos rojos flotando en la oscuridad. Una figura encapuchada con dedos huesudos extendidos hacia ella.
—Alina Arkwell… —murmuró con una voz hueca—. El consejo no puede protegerte. Ninguno puede.
Extendió la mano y un destello de magia negra voló directo hacia ella. Alina intentó protegerse, pero algo bloqueó el hechizo.
Un escudo de energía azul, vibrante, surgido de su pecho.
Lyrian.
Y entonces, del aire, surgió Thelion, tomando forma como una silueta de luz tras ella.
—Aléjate de la heredera —gruñó con voz antigua, poderosa.
La figura siseó, retrocediendo como si la luz lo quemara. Pero no se desvaneció del todo.
—No será la última vez —dijo—. El consejo no controla lo que vendrá. Pero nosotros sí.
Y desapareció.
Alina se dejó caer sobre sus rodillas, temblando. Thelion se agachó junto a ella, mientras Lyrian flotaba como un eco protector sobre su hombro.
—¿Estás bien? —preguntó Thelion.
—No… —respondió, con la voz quebrada—. Pero creo que ahora entiendo que ya no se trata solo de mí. Esto… esto es mucho más grande.