Ariandel, el viejo aliado, se quedó en silencio unos segundos, como si lo que iba a decir doliera más que cualquier herida física. Sacó de su bolsillo interior un pequeño reloj de plata ennegrecida por el tiempo. El objeto emitía un leve zumbido, como si reaccionara a una energía invisible.
—El tiempo se acorta… —murmuró—. No solo por ustedes, sino por lo que viene.
Las chicas lo miraban con expectación. Alina sintió cómo Lunaris, su lobo alado, se tensaba a su lado, como si también supiera lo que estaba a punto de escucharse.
Ariandel alzó la vista y, con voz profunda, casi como si invocara a los fantasmas del pasado, comenzó a hablar:
—Hace quinientos años, hubo una guerra que se quiso borrar de todos los libros. No fue entre casas. No fue por poder o por ambición… Fue por miedo. Porque los antiguos guardianes y los reyes descubrieron una verdad que no debían. Y alguien quiso silenciarla.
El aire se volvió más frío.
—Ellos fueron conocidos como Los Silentes, aunque ese no era su verdadero nombre. Un grupo de seres sin rostro, sin alma, nacidos de las profundidades del Abismo Mágico. Nadie sabe quién los creó, pero sí se sabe qué los alimenta: el odio, la desesperanza, el dolor… y la magia maldita. Se infiltraron en la corte, asesinaron en la oscuridad, y cuando los Guardianes intentaron proteger a la Reina del Corazón Puro… cayeron, uno por uno.
Las chicas se miraron entre sí. El silencio era absoluto.
—¿Y los reyes? —preguntó Neria.
—Fueron ejecutados en la sombra, sin juicio, sin honra. El linaje real se creyó extinto… pero sobrevivió, oculto en una niña, escondida entre árboles, protegida por sellos y guardianes olvidados. —Ariandel miró a Alina directamente—. Tú.
Alina tragó saliva. Sentía el corazón latiendo como tambor de guerra.
—Y los sombra-hueso… —continuó Ariandel— son sus perros de caza. Criaturas sin forma fija, nacidas de cadáveres y magia prohibida. Se alimentan de emociones oscuras y se multiplican con el caos. Si uno muere, tres nacen en su lugar. Y solo los Guardianes verdaderos, junto con sus invocaciones, pueden enfrentarlos sin caer presa de sus ilusiones.
—¿Por qué ahora? —dijo Aeliana, con la voz temblando.
Ariandel volvió a mirar su reloj. El zumbido se intensificó.
—Porque el ciclo se ha activado otra vez. Ustedes han despertado. Y ellos lo sienten. Ellos ya vienen.
Lyselle apretó los puños. Su fénix, Helion, lanzó un pequeño destello de fuego, como si compartiera su enojo.
—¿Cómo los enfrentamos?
Ariandel dio un paso atrás y levantó la mirada al cielo, que parecía más gris desde la torre.
—Primero, conecten con sus Guardianes. Luego, con sus linajes. Y cuando llegue el momento… deberán enfrentarse al mismo Abismo. No todos saldrán ilesos. No todas las verdades les gustarán. Pero si no luchan, el mundo que conocen se deshará como ceniza en el viento.
Alina bajó la vista, sentía el peso de lo que cargaba, pero también, por primera vez, algo parecido a determinación ardía en su pecho.
—Entonces… que venga el Abismo —susurró.
Y Lunaris aulló a la luna creciente como si ese fuera un pacto sellado por el destino.