El motor rugiente de aquel autobús se apaciguaba conforme atravesaban aquella pronunciada curva, hasta que por fin la habían pasado, le permitió al mismo avanzar con aquel ritmo constante permitiendo escuchar el ascenso y descenso de la velocidad característico. El joven oía la canción finalizar que coincidía curiosamente con el peculiar cartel de entrada a la ciudad:
"Estás en Villa Fossati, hogar del ojo que todo lo ve"
—Nunca he comprendido la manía del ojo iluminatti en esta ciudad—comentó mirando a su madre, quién le regaló una sonrisa nerviosa—. Las primeras habitantes, o sea las monjas del convento de Fossati enseñaron de su visión a los demás, una de ellas dijo que Dios la miró desde el ojo de la providencia en la iglesia. Por eso el ojo, es el símbolo de la ciudad—ante esto, el muchacho alzó sus cejas para callarse y reflexionar mientras el bus se habría paso a aquella ciudad aislada sobre los rincones de la costa.
Un puente separaba la ciudad del largo camino que se recorre para llegar a la misma, tras el arco se alcanzaba a ver un pueblo entrañable y curioso. Parecía como si el tiempo se hubiera detenido sobre el lugar, las casas y edificios coloniales se alzaban hasta llegar a la plaza, donde todo se conectaba entre sí en esa figura pentagonal, y en la cima de la colina se veía un bello convento donde yacía un imponente faro, algo viejo, según el joven entendía por las historias de sus padres, el faro había llegado antes que el convento, tal parecía aún era confuso. El bus finalmente se detuvo en una pequeña parada, donde solamente unas cinco personas abandonaban la unidad. Fuera del mismo el joven aspiró el aire puro del lugar mientras el chofer los distraía para hacerle entrega de sus maletas, su madre se detenía a agradecer el viaje al chofer.
El joven dio unos cuantos pasos, cuando alcanzó a ver a una linda señora: bajita y delgada una sonrisa apacible aguardaba que su amado nieto se le acercará. Arrastrando la maleta se acercó a ella y le sonrió con suma nostalgia compadeciendo el dolor que ambos sentían, pero sobre todo ella como madre—. Oh mi pequeño, estás tan alto ya—ella acariciaba su mejilla con su mano delicada por la edad, el muchacho no se resistió y le abrazó, su abuela sonrió y en carcajeos de jubilo respondía la muestra de afecto de su único nieto, está visualizó a su nuera con ternura.
—Señora Quesada, le agradezco tanto esto—comentó evitando llorar, últimamente estaba frágil y sensible era sencillo que llorará—. Amanda deja la formalidad conmigo, sabes que me llamo Sara—se quejaba ella, invitando a ambos a seguirla a su viejo vehículo—un Mercedes del ochenta—antes de entrar al mismo y mientras el joven hacía de las suyas para poder meter las maletas en la parte trasera, Sara invitaba a Amanda a conducir—. No, no, es tu carro, no tengo por qué—Amanda no pudo terminar de hablar por qué su suegra con una mirada fría le indicaba que no habría una respuesta negativa por recibir. Sin poder objetar más, suspiró tomando las llaves para entrar por el lado izquierdo en vez del derecho como siempre lo hacía, insertó las llaves y giró para que en un pequeño rugido el carro no correspondiera el arranque, frustrada siguió haciéndolo sin éxito, entre las risas de su hijo y suegra gritó resignada.
—Recuérdalo mamá, giras una vez no arranca, esperas cinco segundos, y con suavidad giras de nuevo, y encenderá—contestó su hijo entre risas mientras buscaba algo para oír en aquella aplicación musical. Con impaciencia su mamá rodó los ojos aplicando lo que su hijo había instruido para que el condenado auto finalmente encendiera permitiéndoles ponerse en camino—. ¿Cómo así que tu hijo sabe mejor de este carro que tú cariño? —cuestionó Sara mientras miraba la ruta—. Bueno, Erick era el que conducía cuando veníamos—contestó con tristeza Amanda, provocando un enorme silencio incómodo.
—Aún no lo creo, todo fue tan inesperado, la estafa, la quiebra y su accidente—se lamentó su madre, mirando a su nuera con desgano, ella solo asentía conteniendo su llanto, ya lo había hecho demasiado y no quería dejarse caer, otra vez. La mayor suspiraba nuevamente para mirar a su nieto, apacible este se retiró uno de los audífonos esperando lo que fuese a decir—. Cariño, ¿y tú qué opinas de todo esto? —cuestionó, claramente el joven Quesada no supo a que exactamente se refería y se lo cuestionó, la miró, sin mucho ánimos se preparó a responder: —. Papá fue una persona ambiciosa, engañó a mucha gente para enriquecerse y se olvidó de las cosas importantes, creo que es mejor no seguir pensándolo tanto y mirar hacia adelante por qué dejó nuestro apellido mal parado—contestó para continuar escuchando algo de música clásica. Para ese punto su madre otra vez estaba llorando pero sabía que era la verdad. Erick Quesada había utilizado su empresa para enriquecerse ilícitamente, claramente en su visión de hacerse cada vez más rico se metió con una empresa involucrada en negocios turbios quienes al perder un buen capital de parte de los Quesada, fueron por la cabeza de Erick. Una vez sin él Amanda y Sara creían hacerse cargo de la empresa para darse cuenta que si no querían ir a la cárcel debieron devolver todo el dinero, puesto que su marido hizo todo a nombre de Amanda. Aquello consternó la vida de la pequeña familia, por no hablar de lo financiero.
El vehículo se detuvo en un barrio inclinado de casas coloniales con estilo más moderno, todas similares entre sí, coronadas en sus centros por dos columnas que daban carácter de mansión a pesar de ser de una planta en su mayoría, seguidas de alas en ambos extremos, todas se levantaban a mayor altura donde al final el camino daba a la susodicha academia, la joya de la ciudad. Byron abandonó el vehículo suspirando, al retirarse los audífonos apreció la casa, más pequeña a la anterior que habitó, sin embargo nada exagerado. Una vez llevaron sus maletas al interior, el joven se dispuso a explorar el hogar que no veía desde hace once años, finalmente dió con su habitación en el fondo a la derecha, fue cómico para él pensarlo puesto que normalmente esperaría encontrar en esa puerta el baño, aunque solo era su cuarto. Este examinó la pieza con delicadeza, no tenía mucho que hacer, tal parecía que su abuela se había encargado de ordenar todo, claro faltaba su guarda ropa en la maleta. Solo un detalle minúsculo, le restaba y fue el guardar la fotografía de él y su padre en la cómoda, de verdad no deseaba verle, ni saber nada más. Mirando por la ventana, hacia la tranquilidad del Pacífico, se permitió dejar caer las lágrimas que estaba conteniendo hacía días, había sido una semana dura para el muchacho, la noticia, el velorio, el funeral, las mentiras, aquello había frustrado tamaño bastante a Quesada, quién no estaba seguro de como sentirse frente a las acciones de quién en vida fue su padre, peor aún fue la decisión de esconderse en frialdad para que su mamá no pensará tanto en él y pudiera pasar su luto más tranquila.