Zane farkas
El traidor estaba en mi propia familia. Mi propia familia…,no podía creerlo. Salí de aquella cueva con rabia, si pudiera tener cerca a Fenrir no me costaría acabar con su apestosa existencia. Me vengaré con quien más ama.
Salí lastimado y mis piernas no respondían lo cual dificultaba mis movimientos. Sin embargo, en el fondo estaba satisfecho, por fin los Daciana ya no existían, sus mujeres eran nuestras…había hecho justicia a mis antepasados.
《Victor, ¿dónde estás?》—mi lobo se comunicó.
《Estamos en la mansión》—respondió — 《¿dónde estás?, te estuvimos buscando》—Ignoré todo lo que dijo.
《Ven a ayudarme》—dije sentándome, mis piernas no soportaban mi peso —《estoy en las afueras de la Cueva Muérdago》
《Iremos de inmediato》.
Por un momento doblegué a mi antojo a una de los Daciana. A una doncella, seguro que del más allá se están retorciendo de dolor Ampis y Accis Daciana.
Empero no me sentía del todo contento, había una espina en mi alma que lastimaba mi existir.
¿Acaso es pena, compasión, amor…?
Llegaron de inmediato cuatro lobos de mi manada. Victor me miró con ojos de reclamo.
—No quiero reclamos, además necesito descansar —suspiré—¿dónde está, Fenrir? —pregunté con rabia al recordar…
—No sabemos, ¿dónde está? —contestó, Victor.
Me subieron a la camilla de madera. Al final no había éxito sino todo lo contrario, un sinsabor de amargura.
—¿Qué haremos con las mujeres? —indagó.
—Ya veremos, por ahora solo quiero tomar un baño y descansar —dije.
Caminamos por un bosque extenso. El silencio reinaba con un aire de tristeza envolviendo el lugar.
Llegamos a la mansión. Muchos de mi manada me esperaban con ansias de celebración.
—Necesito descansar —ordené bajándome de la camilla —Victor, encargate de desaparecer a las mujeres —dije.
—¡No, no, hazlo tú si quieres! —gritó furioso.
—¡Maldito imbécil obedece mis órdenes! —rugí de rabia.
—Pues hazlo tú, ¡maldito imbécil! —me respondió. Enseguida mi manada lo rodeó tumbándolo al piso.
—¡Dejenlo! —ordené marchándome.
Subí a mi habitación, en el pasadizo se encontraban mis hijos pequeños y ella.
—No quiero molestias ni reclamos ni explicaciones —dije cerrándoles la puerta.
FENRIR FARKAS
No estaba dispuesto a regresar a casa. No quería ver a mi padre, no quería convivir con un degenerado, con un abusador, con una bestia.
Me perdí por el bosque. Mis pensamientos estaban confusos. De pronto oí ruidos y pisadas cercanas, inmediatamente adopté mi forma lobuna y me oculté detrás de un matorral gigante. Las pisadas cada vez se aproximaban, hasta que en ataque salté sobre un pequeño ser…
—¡Auch! —se quejó.
Antes que reaccionara otro lobo estaba presionandome el cuello.
—¿Qué te pasa? —dijo la misma voz chillona —¡Oye, suéltalo! —ordenó al grandulón que me sostenía el cuello.
Me soltó de mala gana.
—¿Quién eres? —preguntó.
Me froté el cuello —que te importa —continúe con mi marcha.
—Es un Farkas, es un sucio Farkas —habló la misma voz chillona —acaba con él, como hicieron con los Daciana —diciendo esto me lanza una piedra que me llega en la nariz, impestivamente intento atacar, sin embargo, detengo a mi lado salvaje y me marcho.
—Maldito infeliz, dónde están los Daciana, dónde los tienen —suena la voz del otro lobo.
Me acerco y le miro a los ojos —No lo sé —respondo.
—Claro que sí sabes, tú eres uno de ellos —susurra la bajita.
—Marchemonos. no tiene caso. Es un Farkas, sucio y malvado —dijo el otro lobo grandulón.
Por intuición inmediatmente ataqué al verme herido con sus palabras y lo derribé contra el piso —Maldito, no me conoces y aun así te atreves a insultarme —le espeté.
—¡Suéltalo! —me empujó la pequeña.
—Mi familia atacó a los Daciana y eso no me hace cómplice, al contrario siento rabia y vergüenza —respiré —a la más joven de los Daciana pude salvar de las garras de mi padre
—¿Dónde está Accalia? —gritó enfurecido sujetándome el cuello.
—Suéltalo, acaso no lo oyes “salvó de las garras de su padre” —dijo la pequeña.
—¿Dónde está? —gritó
—Pues no lo sé, cayó al vacío —grité enfurecido y avergonzado.
Me cayeron dos puños haciéndome perder el equilibrio.
—Asesino, tú mataste a Accalia, tú la empujaste —me grita.
—¡Calmate maldito animal! —la voz chillona interviene.
No tengo fuerzas para responder ni para devolverle el golpe, no porque no quiera sino porque siento pena y rabia.
—¿Dónde cayó? —interrogó.
Me quedé en silencio. Mis pensamientos estaban nublados. Frente a mis ojos desaparecía el oasis de la vida.
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Editado: 22.09.2024