Accidentalmente ,tu

CAPÍTULO 2

Al día siguiente.

Eran las 5:00 a.m. y lo primero que escuché fue ese maldito pitido chillante de mi alarma. Me revolví entre las sábanas como una lombriz atrapada, con los ojos entrecerrados y la cara toda aplastada. Parecía un mapache recién atropellado.
No estaba mi mamá para gritarme que me levantara, así que tenía que confiar en ese aparato infernal que puse a máximo volumen.

Con un suspiro arrastrado, me senté en la cama. El cabello me caía por la cara en mechones enredados, honestamente, parecía que una familia de pájaros había decidido anidar ahí durante la noche. Me tallé los ojos con ambas manos y estiré los brazos hacia arriba, sintiendo cómo tronaban mis huesos como si tuviera ochenta años.

-Ughhh... -gruñí, mientras me deslizaba de la cama como si el suelo fuera lava.

Caminé a tropezones hasta el clóset y abrí las puertas con flojera. No quería vestirme como siempre. Hoy no. Saqué una blusa blanca, unos jeans ajustados y una chamarra ligera. Lo dejé todo doblado en la cama.
Hoy quería algo diferente. Un peinado nuevo. Nada de la típica coleta de siempre que me hacía parecer una secretaria aburrida.

Como tenía tiempo (la entrada era a las 7:00 a.m., y apenas pasaban las 5), me tiré en la cama con el celular en mano y abrí YouTube. Empecé a buscar tutoriales de peinados fáciles: "5 formas de peinarte en menos de 10 minutos", "Cómo verte linda sin esfuerzo", y uno llamado "Peinados que parecen hechos por una profesional aunque seas inútil". Ese fue el que elegí.
Los primeros minutos fueron fáciles. Lo vi y pensé: Ah sí, esto está pan comido.

Spoiler: no estaba pan comido.

Cuando me puse frente al espejo con el peine en la mano, el primer intento fue un desastre. Me jalé un mechón, se enredó con la liga, y cuando intenté soltarlo, el peine se quedó atrapado como si fuera una maldita trampa para ratones.

-¡Mierda! -solté, apretando los labios y cerrando los ojos con frustración.

Trataba de mantener la calma, pero cada vez que pasaba el peine, sentía que me arrancaba el alma por la raíz. Me dolía tanto que se me aguaban los ojos, y cada vez que un mechón se soltaba, veía caer cabello al suelo.

-No, no, no... -murmuré, mirando el espejo con cara de derrota.

El estrés me estaba subiendo por el pecho como una ola caliente. Sentía las manos sudadas y el corazón acelerado, como si estuviera a punto de presentar una tesis, no de peinarme.

-Solo un intento más... -dije entre dientes, apretando la liga entre los dedos.

Me tomé un segundo para respirar. Literalmente, me quedé mirando el espejo con los ojos bien abiertos como psicópata, y luego bajé la mirada, cansada. Me froté la frente con la palma y solté un suspiro largo. No quería armar un escándalo. Mis compañeros de la casa podían despertarse y pensar que me estaban asesinando.

Intenté un trenzado medio suelto que vi en otro video, algo rápido pero bonito. Pero las ligas no servían, y el peine se me resbalaba de las manos cada dos segundos.

-Vamos, Diosito, déjame ir perfecta hoy... ¿Qué te cuesta? -susurré, mirando al techo como si eso sirviera de algo.

Me sentí tonta al decirlo. Sabía que Dios no tenía nada que ver con que yo fuera una inepta con los peinados, pero la ansiedad me hacía hablar con las paredes si era necesario.

El tiempo pasó volando. Cuando miré la hora en la pantalla del celular, sentí que el alma se me caía al suelo.

-¡Joder, ya es tarde! -dije alzando la voz.

Mi corazón empezó a latir con fuerza. Ya eran más de las seis y apenas iba saliendo del desastre de peinado. Tenía que cambiarme, lavarme la cara, y ver si podía desayunar algo antes de salir corriendo como alma que lleva el diablo.

Me miré en el espejo una última vez. El peinado no era el de la foto del tutorial, pero se veía decente. Tenía unos mechones sueltos que enmarcaban mi rostro y una coleta baja con una pequeña trenza a un lado. Al menos parecía que lo había hecho a propósito, no como si una licuadora me hubiera atacado.

Me forcé a sonreír un poco. Estaba cansada, estresada, y todavía tenía el corazón como tambor, pero algo dentro de mí se encendió. No sé si era el orgullo por no rendirme o la adrenalina de casi llegar tarde, pero ahí estaba yo: lista para enfrentar el día... aunque no fuera perfecta.

-Vamos Brittany, tú puedes -me dije en voz baja.

Tomé mi ropa, me metí al baño y me cambié lo más rápido que pude, aún con la toalla envuelta en la cabeza. El día apenas empezaba, pero mi batalla con el peine ya había sido suficiente para considerarlo una guerra.

Me cepillé los dientes lo más rápido que pude, con movimientos torpes y desesperados, mientras me miraba al espejo y bufaba por lo bajo. Tenía la cara medio hinchada por el sueño, pero al menos ya no parecía tan muerta. Cuando terminé, me enjuagué y escupí el agua con un suspiro, dejando el cepillo mal acomodado en el vaso como si tuviera prisa de huir de ahí.

Tomé mi pequeña bolsita de maquillaje y me apliqué una base ligera con las yemas de los dedos. Nada exagerado, solo para cubrir un poco el cansancio y verme decente. Un toque de labial en tono natural, y ya.
No estaba para grandes arreglos, solo quería no parecer una zombi que acababa de salir de una película de bajo presupuesto.

Miré la hora en mi celular y sentí que el estómago me daba un vuelco.

Faltaban solo unos minutos para que comenzaran las clases.
Y sí, obvio: no había desayunado ni una maldita galleta.

Salí de la casa de estudiantes casi corriendo, cerrando la puerta con fuerza mientras caminaba con el celular en la mano, buscando taxis por Internet como loca. Estaba en Londres, en pleno centro, no podía ser tan difícil... ¿no?

-Vamos, vamos, tiene que haber alguno -murmuré entre dientes, con el dedo moviéndose rápido sobre la pantalla.

Encontré varias opciones, algunos números locales. Marqué al primero.
Tono. Segundo tono. Tercer tono. Nada.




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