Después de la última clase del día -una que se sintió más eterna que útil-, el sol comenzaba a bajar, y la brisa de Londres soplaba justo como me gustaba: fresca, pero sin congelar el alma.
Salimos por la puerta principal de la universidad, entre estudiantes que hablaban de sus horarios, del café más barato en los alrededores, o del profesor más guapo del campus.
Yo iba junto a Sonya, y Rich caminaba unos pasos delante, como si conociera cada rincón de esa ciudad.
-Por cierto, Brittany -dijo Rich, girando un poco la cabeza para mirarme-, como tenemos bastante tiempo libre, ¿te gustaría ir a ver el trabajo?
Lo miré, pensativa.
Mi cuerpo gritaba "quiero cama", pero mi mente gritaba más fuerte: "necesitamos dinero, nena."
-Umm, sí. Me ayudaría mucho -asentí, frotando mi nuca-. Así al menos ya sé dónde es y me evito el estrés de última hora.
Sonya dio un pequeño saltito al lado mío.
-¡Sí, vamos! Quiero saber si el lugar tiene aire acondicionado, ¡porque si no, me muero!
Reímos las tres, pero Rich solo movió la cabeza con una sonrisa resignada.
-Está bien, vamos los tres al Tesco. Yo los llevo.
Me detuve.
-¿Tienes coche?
Rich sacó unas llaves del bolsillo, y el sonido del bip bip se escuchó a unos metros. Giramos la cabeza y ahí estaba: un coche negro, sencillo, pero limpio y brillante.
-¿¡Es ese!? -exclamó Sonya-.
Pensé que dirías "los llevo" como broma. ¡Qué milagro no caminaremos por fin!
Yo solo levanté las manos al cielo como si me hubiera tocado el premio mayor.
-Gracias, universo. Hoy sí cooperaste.
Nos acercamos al auto y Rich, como todo un caballero, abrió la puerta trasera primero.
Yo entré, acomodando mi mochila a un lado, y luego Sonya.
El interior olía a menta suave y un poco a ambientador de pino, de esos de colgar en el retrovisor.
No estaba nuevo, pero sí cuidado. Como si fuera su primer carro y lo tratara como un tesoro.
-¿Listas? -preguntó desde el asiento del conductor.
-¡Dale! -respondimos al mismo tiempo.
El motor rugió suave, y nos pusimos en marcha.
La ciudad pasaba a través de la ventana: postes, gente en bicicleta, niños con uniformes escolares, una anciana con un carrito de compras...
Todo se movía como una película en cámara lenta mientras el auto avanzaba.
-¿Siempre has vivido en Londres? -le pregunté a Rich, mirando su reflejo en el espejo retrovisor.
-Sí. Nací aquí. Por eso conozco algunos lugares que tal vez les puedan servir, como este trabajo.
La mayoría de estudiantes nuevos no se atreven a buscar algo tan pronto.
Sonya miró por la ventana, pensativa.
-Es que todo es tan diferente a como era en casa.
Aquí todo se siente... más grande. Más rápido.
-Y más caro -agregué yo, sacando mi cartera vacía para dramatizar.
Los tres reímos, y Rich giró a la derecha.
-Estamos cerca. Tesco está a unas calles. Es el más grande de la zona.
Tiene dos pisos: abajo supermercado y arriba zona de almacén y oficinas.
Mi estómago rugió suavemente, y Sonya me miró de reojo.
-¿Comiste algo?
-Solo aire -bromeé-. Me comí una ilusión de croissant.
Ambas reímos mientras Rich estacionaba. El coche se detuvo frente a un edificio amplio, con puertas corredizas de vidrio y el logo de "Tesco" en letras rojas brillantes.
Era más grande de lo que imaginaba.
Había carros de supermercado alineados perfectamente, clientes saliendo con bolsas grandes, y empleados uniformados cargando cajas.
-¿Es aquí? -pregunté, emocionada.
-Sí -confirmó Rich, apagando el motor-.
Miren, ahí adentro está la sección de recursos humanos. Preguntamos si hay vacantes y les cuento lo que me dijeron hace unos días.
Salimos del auto y entramos al lugar.
El aroma a pan recién horneado y frutas frescas golpeó mis sentidos.
Mi estómago volvió a sonar, traidor.
Un chico con chaleco azul se acercó a nosotros.
-Buenas tardes, ¿buscan algo?
-Hola, venimos a preguntar si hay vacantes -dijo Rich, con una sonrisa educada.
-Sí, claro. Sigan por este pasillo hasta el fondo, a la izquierda. Oficina de personal.
Caminamos en fila, como si fuéramos parte de una misión secreta.
-¿Estás nerviosa? -me susurró Sonya.
-Un poco. Pero si no lo intento, no como.
-Esa es la actitud -rió ella.
Llegamos a la oficina. Una mujer morena, de cabello recogido y lentes en la punta de la nariz, nos atendió.
-Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarles?
-Queríamos saber si tienen puestos disponibles para medio tiempo -dije, con la mejor voz profesional que pude fingir.
La mujer asintió, hojeando unos papeles.
-Sí, estamos buscando dos personas para cargar mercancía en horarios rotativos y una cajera para las tardes.
Si traen identificación y un correo, pueden llenar la solicitud aquí mismo.
Mi corazón dio un brinquito de emoción.
-¿Podemos quedarnos un momento a llenarla?
-Claro. Aquí tienen.
Me senté en la silla de plástico blanco, con ese típico rechinido que hace que todo el mundo voltee.
Fruncí el ceño, un poco avergonzada, y me acomodé mejor mientras sostenía la hoja de solicitud entre las manos.
El papel era delgado, amarillento, con letras pequeñas en la parte superior que decían "Solicitud de Empleo - Tesco Sucursal Central".
Mi nombre completo ya estaba escrito en la línea, y la tinta negra de mi pluma temblaba levemente con cada letra.
Al lado mío, Sonya se mordía el labio inferior, concentrada en no escribir chueco.
Rich ya iba por la mitad, escribía rápido, como si ya hubiera hecho esto antes.
-¿Por qué me siento como si estuviera firmando un contrato con la NASA? -murmuré para mí misma.
Sonya soltó una risita leve.
-Porque estamos nerviosas -susurró-. Esto es real, Brittany. Primer trabajo en otro país.
Nadie me dijo que crecer se sentía tan... extraño.
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Editado: 19.07.2025