Accidentalmente ,tu

CAPÍTULO 6

La alarma sonó como un martillo en mi cabeza. No había dormido bien, otra vez. Me revolví entre las sábanas como una oruga atrapada, una costumbre involuntaria que tenía desde que vivía con mis padres. Daba vueltas en la cama, estirando una pierna, después la otra, y cambiando la almohada de posición como si eso fuera a conjurar el sueño perdido. Incluso me había puesto audífonos con música relajante, de esas que decían “para dormir en 10 minutos”. Mentira. Solo me hacían pensar más.

El insomnio era ese enemigo silencioso que me acompañaba desde hacía un par de años. Y aunque intentaba actuar como si todo estuviera bien, a veces el cuerpo no mentía. Me sentía con la mirada pesada, el rostro apagado, la piel fría. Pero aun así, me levanté. Me senté al borde de la cama, me pasé las manos por la cara con un suspiro largo y profundo, y me obligué a ponerme en pie.

Caminé medio dormida hasta la cocina común de la casa de estudiantes. Tenía esa necesidad urgente de café, como si de verdad pudiera arreglarme el humor.

Me preparé uno bien cargado. El olor del grano molido empezó a llenar el espacio y por unos segundos me sentí un poquito más viva.

Entonces escuché una voz detrás de mí.

—¿Brittany? ¿Qué haces tan temprano?

Me giré. Era Ivy, una de las chicas que también vivía en la casa. Iba en pijama, con una taza en la mano y el cabello recogido de forma desordenada, pero elegante, como si esa fuera su marca.

—Estoy haciendo mi desayuno para ir a la universidad —le respondí mientras revolvía mi café con una cucharita.

Ivy arqueó una ceja con aire divertido.

—¿Sabías que, cuando es la primera semana de clases, hay días que no hay clases?

Le lancé una mirada dudosa. —Eso pasaba en la prepa, cuando los estudiantes venían de fuera y no tenían cómo llegar. ¿Aquí también?

—También pasa aquí —me dijo con voz firme, como si revelara un secreto del universo.

—Pero no llegó ningún mensaje de la universidad.

—Claro que llegó. —Y al instante desbloqueó su celular. Se metió al grupo general de la universidad y me mostró un mensaje que decía que por motivos de seguridad y revisión interna, no habría clases hasta el día siguiente.

Me quedé con cara de “¿por qué carajos nadie me avisó?”. Tomé un sorbo de café y me quejé, arrastrando las palabras.

—Demonios… levantarme temprano fue un desperdicio.

Ivy soltó una risa ligera, mientras daba un sorbo a su propia taza.

—Bueno, al menos ahora tienes toda la mañana libre.

—Es verdad —murmuré. Me acordé entonces del trabajo. Bajé la vista al celular y revisé la hora. Todavía faltaba, pero ya estaba mentalizada—. Hoy empezamos.

—¿Tienes trabajo? —preguntó Ivy, un poco sorprendida.

—Sí, con mi amiga Sonya y con Rich. Vamos a trabajar en Tesco, ese supermercado grande que está como a veinte minutos de aquí.

Ella sonrió, esta vez con un gesto sincero. —Qué bueno, chica. Entonces ahí nos veremos, cajera.

Solté una pequeña risa, aliviada por el tono relajado.

—Así es, cliente.

Nos miramos un par de segundos con una sonrisa compartida, y fue de esas veces en las que no se necesitaban más palabras. Me gustaba cuando las conversaciones fluían sin tensión. Era raro, pero se sentía bien.

Después de eso, terminé mi café con más calma. No tenía que correr. Así que me preparé unas tostadas con mantequilla de maní y banano, me senté frente a la pequeña mesa redonda de la cocina, y me di ese pequeño lujo de desayunar sin prisa.

El día anterior me había dejado agotada. Entre los rumores que todavía no procesaba del todo, la mirada extraña de Arthur desde la ventana, y la caja de pastillas que había aparecido entre mis cosas como una especie de recordatorio venenoso, tenía la cabeza hecha un lío.

Pero ahora, con un café caliente en las manos y el estómago medio lleno, empezaba a sentirme más centrada.

Me prometí a mí misma que hoy iba a empezar diferente.
Nueva rutina.
Trabajo nuevo.
Tal vez, una nueva versión de mí.

Claro… si Arthur no aparecía a arruinarlo todo con sus sonrisas sarcásticas.

Después de terminar el café, dejé la taza sobre la mesa con un leve golpecito sordo. El líquido tibio me había ayudado a despejarme un poco, aunque el insomnio seguía colgado en mis hombros como una mochila de piedras.

Volví a mi cuarto. El aire dentro aún estaba un poco húmedo por la ducha que Ivy había tomado antes que yo. Abrí el pequeño armario donde tenía mi ropa ordenada más o menos por colores. Como era mi primer día de trabajo, no quería verme demasiado formal, pero tampoco como si hubiera salido directo de la cama.

Después de rebuscar entre varias opciones, tomé un pantalón beige de tiro alto que me gustaba mucho porque era cómodo pero no tan informal, y una blusa rosa de manga corta con un ligero escote en “V”. La combinación me parecía lo suficientemente ligera para moverme durante el turno, pero también me hacía sentir bien.

—Umm… sí, este estará bien —murmuré mientras dejaba la ropa sobre la cama.

Agarré mi toalla, esa de rayas grises que tanto usaba, y fui directo al baño compartido. Por suerte, estaba vacío. Cerré la puerta con seguro y empecé a quitarme la ropa, dejándola doblada en una esquina.

Abrí la llave de la regadera. El agua tardó un poco en calentarse, pero cuando por fin lo hizo, dejé que cayera sobre mi cuerpo como una especie de purificación.

Cerré los ojos, inhalé profundamente y me quedé ahí unos segundos, sintiendo el vapor llenarme los pulmones. Me lavé el cabello con un shampoo de olor suave a coco, masajeando con calma el cuero cabelludo, como me había enseñado una vez la estilista de mi mamá.

Después me enjaboné el cuerpo, con movimientos lentos, cuidando cada rincón. No sé por qué, pero me gustaba tener esos momentos conmigo misma. Momentos donde no era la Brittany que todos veían, sino solo… yo.

Cuando terminé, cerré el agua y me envolví en la toalla con rapidez. El vapor ya había empañado el espejo, pero aun así me acerqué al lavabo.




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