El zumbido monótono del refrigerador era el único sonido que se atrevía a romper el silencio en el apartamento. Arthur, con un vaso de whisky en la mano, observaba cómo la tarde se desvanecía por la ventana, tiñendo de oro y sombras los edificios de Londres. Benedict, su amigo y confidente, seguía en el sillón, con la atención dividida entre la pantalla del televisor y la enigmática figura de Arthur. La tensión palpable en el aire era un tercer inquilino silencioso.
Arthur había llegado al apartamento como un huracán contenido. La compra en el supermercado, el encuentro con Brittany, todo había sido un preludio de esta calma cargada de electricidad. La bolsa de papel marrón con el sándwich y la soda, abandonada en la barra de la cocina, era un pequeño acto de subversión en su propio estilo de vida, un estilo donde la "discreción" era la palabra clave.
Se había sentado en el sillón opuesto a Benedict, con esa elegancia desgarbada que le era tan propia. El whisky, a media tarde, era inusual para él, una señal de que algo se agitaba en su interior. La conversación que siguió fue un delicado equilibrio entre lo dicho y lo no dicho, un tango de palabras y silencios que Benedict conocía bien.
—Sé más de lo que ella cree —había susurrado Arthur, sus ojos fijos en el remolino ámbar del vaso. La voz era apenas un murmullo, pero el peso de las palabras llenaba la sala.
Benedict no preguntó. Solo esperó. Sabía que Arthur, como un río subterráneo, encontraba su propio cauce para desvelar sus verdades. La mención del ex de Brittany, la historia de cómo la había dejado en pedazos, no solo emocional sino económicamente, resonó con una resonancia inesperada en la tranquilidad del apartamento. Arthur había pintado un cuadro de una mujer herida, defensiva, con muros levantados.
—¿Entonces, por qué sigues jodiéndola? —la pregunta de Benedict había sido una broma, un intento de aligerar la carga, pero Arthur había respondido con una sonrisa, una de esas sonrisas que solo él sabía dar, cargadas de una mezcla de picardía y algo más profundo.
—Porque no se fía de nadie que le muestre interés real. Pero cuando la cabreas un poco… se le escapa la verdad en la mirada. Es ahí cuando puedes verla de verdad, sin máscaras.
El silencio que siguió había sido cómplice. Benedict, observando a su amigo, había sentido la tierra moverse bajo sus pies. Algo en Arthur había cambiado, algo se había resquebrajado en esa fachada de indiferencia y burla. El sándwich y la soda para Brittany no eran un simple gesto; eran la punta de un iceberg.
—Te está gustando —había afirmado Benedict, no como una pregunta, sino como una constatación.
Arthur no lo había negado. Tampoco lo había confirmado. Simplemente había levantado el vaso a sus labios, el whisky un bálsamo momentáneo para la tormenta que se gestaba en su interior. Sus siguientes palabras habían sido una revelación: la imagen de Brittany cargando las bolsas pesadas, sus brazos marcados, la fuerza con la que enfrentaba la vida. Una fuerza que él, Arthur, había percibido y admirado.
—No cualquiera sigue sonriendo con todo lo que ha vivido.
Benedict, con un encogimiento de hombros, había ofrecido una advertencia, una pincelada de realidad: —Tú sabes cómo es esto. Si te metes más, vas a acabar tocando zonas de ella que tal vez ni tú puedas sanar.
Pero Arthur no quería sanarla. No, su deseo era más complejo, más sutil. —No quiero sanarla. Solo quiero que sepa que ya no está sola, aunque le cueste aceptarlo.
Esa frase había resonado en el apartamento, marcando un antes y un después. Benedict había reconocido ese tono, esa determinación en Arthur, algo que no había escuchado en años, quizás nunca. La pregunta sobre si le diría a Brittany que sabía todo había sido respondida con una negación. Arthur quería que ella lo descubriera sola, a su ritmo, con él cerca, pero sin invadir. Un delicado juego de ajedrez donde cada movimiento era calculado, cada silencio una estrategia.
El sol ya se había rendido ante la inminente noche. Arthur seguía con los ojos cerrados, recostado en el sillón, el vaso vacío sobre la mesa. Su mente no estaba en el apartamento, en el eco de las palabras dichas. Estaba en el supermercado, en la figura de Brittany, en sus ojos alertas, en la rigidez que la invadía cuando él se acercaba, en la mirada que se le escapaba cuando creía que nadie la veía. Una mirada que Arthur había sabido captar, una grieta en la armadura que ella se había construido.
Y aunque no lo dijera en voz alta, la decisión ya estaba tomada, grabada a fuego en lo más profundo de su ser. Él no era su pasado, no era su ex. No iba a destruirla ni a usarla. Si Brittany estaba rota, él la iba a querer así: con sus cicatrices, con sus muros, con sus silencios. Y si eso significaba romper sus propios esquemas, desmantelar la discreción que había sido la base de su estilo de vida, lo haría. No había vuelta atrás. La chispa se había encendido, y Arthur, el hombre que evitaba la complicación, se encontraba, irónicamente, buscando la más compleja de todas las conexiones humanas.
El aroma a café viejo y desodorante caro, la pila de tazas y chaquetas, el desorden organizado del apartamento de solteros, todo parecía fundirse en un segundo plano. La única realidad que importaba era Brittany, la mujer que, sin saberlo, había reescrito las reglas de Arthur.
Benedict se levantó del sillón, caminó hacia la cocina y empezó a recoger las tazas. El sonido metálico del fregadero rompió el hilo de los pensamientos de Arthur.
—¿Quieres cenar algo? Puedo pedir comida tailandesa —ofreció Benedict, sin mirarlo. Sabía que Arthur necesitaba su espacio, su silencio para procesar.
Arthur abrió los ojos lentamente, como si despertara de un sueño profundo. Se incorporó, estirando los músculos tensos.
—Sí, suena bien. Y trae otra de esas cervezas frías que te gustan.
Benedict asintió. La normalidad volvía a instaurarse, pero con un matiz diferente. La atmósfera en el apartamento había cambiado, una corriente subterránea de algo nuevo se sentía en el aire. La discreción, esa palabra tan fundamental para Arthur, ahora sonaba irónica. Porque, en el fondo, sabía que lo que sentía por Brittany no tenía nada de discreto. Era una fuerza que amenazaba con derrumbar todos los muros que él mismo había levantado.
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Editado: 19.07.2025