Acerca de Ángeles

II

—¡Señor Ashworth! ¿Pero qué hace usted aquí? —casi gritó la invitada a las espaldas de Bethany.

—¡Ah, señora Wilcox! Siempre un placer verla. Me quedé intranquilo por mi esposa, por lo que opté por regresar un poco antes de lo previsto.

—Y hizo bien. La señora Ashworth se puso mucho peor ayer, ¡la hubiera visto a la pobrecita!

—No quiero ni imaginármelo. Bueno, pasemos a la salita. ¿Qué hacemos aquí parados? Vamos, Beth —la tomó de la cintura y Bethany se estremeció. Suponía que su rostro debió reflejar alguna clase de expresión horrenda, porque el hombre, agregó angustiado—. No te encuentro tan recuperada como me gustaría. Me alegra haber vuelto. ¿Y si te hubiera sucedido algo en mi ausencia? Hoy mismo llamaremos al médico.

Pero Bethany no respondió, la voz se le había ido. Trastabilló. Sus sentidos se desvanecían, pero no llegó a caer. Aquel hombre la sostuvo.

—Te ayudaré a sentarte. No puedes seguir así.

La señora Wilcox optó por retirarse para no importunarlos más cuando supo de la recaída de la señora Ashworth, deseándole una pronta recuperación. Por su parte, Bethany permaneció en cama, mientras Francis, su supuesto esposo, pedía por teléfono al médico que acudiera a su casa a la brevedad posible.

—Ayer te llamé, pero no respondiste. Supuse que habrías salido o estarías dormida —comentó, cuando concluyó la llamada con el galeno y subió con ella.

—E-el auto está afuera— dijo con un hilo de voz.

—Sí, ¿de qué otro modo habría vuelto? —su sonrisa era divertida.

Bethany ya no lo pudo soportar más, y tomándose la cabeza con ambas manos, emitió un desgarrador y prolongado sollozo. ¡Estaba muerto! ¡Ella misma lo asesinó! ¡Murió en sus brazos! ¿Entonces, qué estaba pasando? ¿Quién era él? ¿Acaso Francis había regresado del infierno? Estaba convencida. Dios quería castigarla por sus pecados con esa tortura cruel. ¡Sí, eso debía de ser! ¿Qué más podría explicarlo?

—El día antes de ayer, ¿qué sucedió? Es decir, tú… yo… Estábamos tomando el té…

—Así es —le acarició el rostro—. Después, subimos a dormir y yo me fui temprano. Todavía no amanecía, por eso no te desperté. ¿A qué va todo esto, Beth? Por favor, intenta calmarte. Te notó muy alterada.

<<El camisón, el juego de té… el ángel. Ninguna de esas cosas está ya aquí. Su ausencia sería la prueba fehaciente de que, sí ocurrió lo del asesinato. No obstante, ¿realmente ese fue el motivo por el que ya no las tengo conmigo? O aún peor, ¿en verdad existieron alguna vez? No puedo confiar ni en mis propios recuerdos y no puedo preguntárselo a él. No me atrevería. Perdería la poca cordura que conservo>>.

El doctor no demoró mucho en llegar. Francis los dejó solos y este inició con las pruebas de rutina. Le cuestionó a Bethany sobre sus hábitos de alimentación y sueño, su periodo menstrual y sobre cada uno de sus síntomas, tales como la fatiga y el cansancio que ella tuvo que hacer pasar como verídicos para no quedar como una mentirosa.

—¿Ha presentado náuseas? ¿Vómito?

Bethany reflexionó. La imagen de los golpes y la sangre en la cabeza de Francis le vinieron como un flashazo.

—Si.

Luego, vinieron otro tipo de pruebas y más preguntas.

—Su esposo también me comentó que sufrió casi un desmayo esta mañana y que ha estado un tanto propensa al llanto.

—Sí, supongo que sí —se vio obligada a convenir.

—Bueno, señora Ashworth —comenzó a guardar sus variados instrumentos—, no hay nada malo por lo que preocuparse. ¡Enhorabuena! Está embarazada.

—¿Lo supo solo por la sintomatología?

—Y por las pruebas. Descuide. Calculo que estará alrededor de los dos meses y medio de gestación.

<<No pongas mala cara. Sonríe. Es habitual que a cualquier mujer casada y joven le den sus felicitaciones en esta situación. Pero es aún más habitual que la mujer esté feliz>>, le dijo una vocecita en su cabeza.

—¡Oh, doctor, no puedo creerlo! Se lo agradezco tanto… ¿Está usted seguro?

<<Por cierto, ¿el estarse volviendo loca también es uno de los síntomas?>>, pensó sarcástica.

—Completamente. Ahora bien, le daré una receta con lo que deberá tomar y las indicaciones de cómo cuidarse a partir de ahora.

<<Todo lo que hice, todo lo que creí haber hecho… y ahora, yo… ¡No! ¡Dios me ha maldecido!>>.

Cuando su esposo volvió a la habitación, posterior a que el doctor se hubo marchado, ella ya lo esperaba.

—¿Y bien? ¿Qué te dijo?

Caminó hacia él y le besó la mejilla, muy cerca de los labios.

—Te daré un hijo.

Tan solo le bastó con contemplar la radiante sonrisa del hombre que la levantaba en sus brazos, haciéndola girar, para tener la inquebrantable certeza de que él era Francis Ashworth y que esa era la realidad.

Todo se trató de un sueño, un maravilloso sueño.

Bethany le envió una carta a su padre en la que le daba la buena nueva y de la que pronto obtuvo respuesta felicitándola a ella y a Francis. Sin embargo, el hombre se disculpaba por no poder visitarla a causa de la gota que lo aquejaba, pero que se sentiría encantado de que ellos mismos lo visitaran a él cuando fuera conveniente. Por supuesto, de eso podría pasar bastante tiempo. Su padre continuaba viviendo en la lejana Tenterfield, en la casa de su juventud. A la que ella tanto añoró volver cuando creyó que Francis había muerto. Por su parte, su hermano mayor estaba en alguna región desconocida para ellos, de Nueva Zelanda desde hacía años, así que, no existía una dirección a la cual escribirle. Solo si un día acaso regresaba a Australia, probablemente se enteraría de su embarazo y los demás pormenores.



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En el texto hay: gotico, suspenso, epoca

Editado: 19.10.2025

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