Si algo destacaba de la señora Wilcox —además de la impertinencia—, eso era que era una excelente anfitriona. Lo confirmaba la fiesta de jardín que había organizado aquella soleada tarde de primavera, que, como previó, resultó ser todo un éxito, pues sus invitados —conformados principalmente por vecinos de su calle, pero también algunos de otras aledañas— se veían complacidos.
Mesas con blancos manteles a rebosar de variados aperitivos sobre bandejas de plata estaban dispuestos para que, quien quisiera probarlos, lo hiciera con toda la comodidad. Además, las sillas que había los convidados podían acomodarlas a su antojo —como efectivamente hicieron la mayoría— para en pequeños o grandes grupos conversar.
Bethany que estaba sola, se inclinaba con cuidado al platito donde de forma previa se había servido una pavlova para darle un pequeño mordisco, mientras observaba con desdén a su esposo, que cargaba a la niña. Este le mostraba un pájaro que se posó en una de las ramas de un árbol y que aleteaba vivaracho. Sin duda alguna, a Mary Ann le interesó porque extendió sus manitas como queriendo agarrar al animal.
Cuando ella misma era pequeña, sostuvo una vez entre sus manos a una cría de canario de la pareja que tenían enjaulados, pero lo hizo tan fuerte que le terminó quitando la vida, aunque fue sin intención. El animalito quedó con las alas extendidas y el pico abierto en una eterna postura de resistencia y lucha. Su madre le soltó un bofetón en cuanto se percató del cuerpo. Y por un instante, se preguntó si Francis reñiría a la niña si hacía algo similar. Claro estaba, ella disfrutaría del espectáculo. Aunque supo casi enseguida que eso no sucedería. Que él no era así. Que entendería que se trató de un accidente. En cuanto a ella, ¿cómo reaccionaría al respecto? Quizá, le daría un tirón de pelos para conformarse.
Pero antes de que pudiera seguir fantaseando, el animal voló alejándose de allí y Francis se acercó hacia la dirección en donde Bethany se encontraba, sentándose a su lado.
—¿En qué pensabas, cariño? Se te ve muy alegre —comentó él y la tomó de la mano.
<<Oh, no sabes nada, estúpido ingenuo>>.
—Nada en particular. Es un día agradable y con eso me basta para sentirme bien.
—¿Quieres cargar a Mary Ann?
Bethany observó a la niña que la miraba con desconfianza y se repegaba más al pecho de su padre. Le producía cierta pena, pero era mayor la satisfacción de saber que le temía. Con los años aprendió que el amor de poco servía. Tarde o temprano comenzaba a diluirse hasta que irremediablemente se terminaba. De manera que, estaba por dar una excusa para rehusarse, cuando la señora Wilcox se acercó a ellos, levantándose las faldas con cuidado para no tropezar, mientras agitaba una mano haciendo señas para llamar la atención de ambos.
—¡Yuju, señora Ashworth! Qué bueno que la veo. Llevaba rato queriendo reunirme con usted, pero entre mis demás invitados no me daban un solo respiro. ¿Podría acompañarme un momento al interior? Tengo algo que quiero darle. Usted también venga, señor Ashworth. ¡No se quede ahí! A ambos les encantará.
Dentro de la salita solo estaban ellos. La señora Wilcox removía en los cajones de la estantería buscando el objeto que refirió antes, sin dejar su importante conversación de lado. Que, si el señor Wilcox había bebido de más, que, si su segundo hijo estrenaba traje nuevo, y en tanto, seguía buscando el paquete que no aparecía.
—Tal vez si hablara menos y buscara más lo encontraría —no pudo evitar mascullar Bethany, con fastidio.
—Mantén la calma, Beth. Estoy seguro de que es bien intencionada.
En ese instante, la señora Wilcox soltó un gritito de satisfacción y se encaminó a la pareja, para, después, entregarle un paquete envuelto en papel y atado con un cordón a Bethany con una gran sonrisa iluminándole el rostro.
—Para usted, señora Ashworth. Ábralo y dígame qué le parece.
—No tenía qué, muchas gracias —agradeció con fingida cortesía, antes de tomarlo con cuidado.
Francis arrullaba a su hija dando pausadas vueltas por la habitación, pues esta empezó a gimotear. Bethany por su parte, en la comodidad del sillón, se concentró en desenvolver el presente. Cuando terminó con el empapelado, descubrió una cajita de cartón. Suponía que sería algo para Mary Ann, pues ese comentario absurdo, de que una cosa era para ella cuando en realidad estaba destinada a la niña se había vuelto habitual; no obstante, grande fue su sorpresa cuando al retirar la tapa lo que encontró en su interior fue una réplica exacta del ángel que perdió.
Se había quedado muda.
—Lo he conseguido hace no mucho en una tienda del centro y enseguida he pensado en usted. Es como si me hubiera estado esperando para que llegara a sus manos —expresó, complacida por la reacción de la señora Wilcox que creyó se trataba de una profunda emoción—. ¿Qué opina usted, señor Ashworth?
El hombre se acercó a mirar, pero tampoco pronunció palabra, sino que, con el ceño fruncido, parecía estudiar la figurilla.
Bethany se volvió hacia él y, por un segundo, sintió que algo se le removió en el pecho.
—Lo tiraré —afirmó Bethany, cuando al anochecer regresaron a su casa. La voz le temblaba y no lograba quedarse quieta. Intentaba mantener la cabeza fría para formular una excusa coherente—. Sé que el gesto de la señora Wilcox fue bueno, pero no es el mismo ángel que me dio mi madre y nada puede reemplazarlo, por lo que lo mejor será que…
Editado: 19.10.2025