Francis estaba llorando. Bethany lo observó desde la puerta entreabierta de la habitación de la niña, una mañana antes de que toda la familia bajara a desayunar. Cargaba a Mary Ann en brazos y sus ojos solo la veían a ella. Con movimientos suaves la mecía, susurrándole palabras que la joven mujer apenas lograba entender.
—No puedo quedarme. Pronto me voy a tener que ir, pero te prometo que nada te pasará, estarás bien. No sabes cuánto te amo, Mary Ann.
Bethany, aunque reticente, supo que ese momento no le correspondía. Bajó al comedor y se sentó a la mesa. La madre de su esposo le dio los buenos días en cuanto la vio, al igual que el padre. Se le puso delante un plato de huevos fritos y patatas que empezó a ingerir con apetito. Un poco más tarde, Francis bajó, de igual manera, saludándolos a todos y sentándose al lado de su esposa.
—¿Qué era lo que le decías a Mary Ann?
—¿Cómo? —parecía desconcertado.
—Te escuché antes de que bajaras. ¿A qué te referías con lo de que tendrías que irte? ¿A dónde?
—Bethany no sé qué estás diciendo. Fui a ver a mi hija esta mañana, pero de ahí a decirle lo que afirmas, no. No fue así. Estás equivocada.
—No lo estoy, te escuché —dijo, levantando el tono de voz más de lo que pretendía y comenzando a molestarse.
Mimi, queriendo deshacer la tensión, tomó la palabra hablándoles de lo agradable que estaba el clima y de lo ideal que sería darle un paseo a Mary Ann. El padre de Francis, por su parte, comentó sobre el proyecto que llevaba días dándole vueltas a la cabeza sobre construirle una cuna nueva a su nieta y Bethany perdiendo la paciencia, insistió con Francis, haciéndose oír por sobre todos.
—Sé lo que vi.
—Bethany, ¿por qué te mentiría por algo así? Solo la cargaba, nada más.
Con precipitación se levantó de su asiento y anunció:
—Ya no tengo hambre. Estaré arriba.
—¡Pero Bethany! —protestó la fornida mujer y, ante la negativa de esta a ceder, expresó con temor—: Iré por la niña.
Bethany rodó los ojos. Toda su vida giraba en torno a Mary Ann. Todo se trataba del bienestar de la pequeña.
—Descuida, no tienes que despertarla <<Mimi>>—pronunció con mofa. Nunca la llamaba de esa manera—. Su padre ya la ha arrullado. Iré al jardín, no arriba. Necesito un poco de aire fresco.
Estaba errática. Fuera de sí. Quizá, todos tenían razón. Se tomaba la medicina, procuraba no estresarse, hacía lo que se le decía… pero no mejoraba. Las horas le resultaban insuficientes para un día ¡Y transcurrían tan extrañas! A veces rápidas, otras de forma lenta e interminable, y ella cada vez se encontraba más perdida. Dormía demasiado. No dormía nada. Se sentía esperanza y, transcurridos unos minutos, se caía hasta el suelo.
Así, despertó una mañana, poco antes del mediodía, en una cama vacía. Francis se había marchado a la oficina muy temprano antes de que el sol saliera. Y cuando ella se acercó al baño de la habitación para arreglarse como hacía siempre, al mirarse en el espejo, se percató de que su largo cabello cobrizo estaba tasajeado en formas irregulares.
Pegó un grito.
Para cuando Francis regresó, lo primero que hicieron sus padres fue narrarle el oscuro evento. Su suegra ya le había acomodado el cabello que le quedó al hombro, pero esa no era la solución. Lo sabía. Fingió dormir y, cuando los demás lo creyeron verdad, recorrió de puntillas la casa hasta quedar en una parte de las escaleras donde pudiera escuchar lo que se comentaba abajo con claridad.
—No está bien, hijo. Si tomara un remedio más fuerte… —comentaba su suegro—. Lo siento mucho por ella, es notorio que también sufre.
—Ojalá pudiera ser lo que planteas, padre. Pero lo he estado meditando y lo de hoy fue lo acabose. No es capaz de llevar a cabo su papel de esposa al atender la casa. No puede cuidar a su propia hija y tampoco a ella misma. Debo confesarles que lo del cabello no ha sido el único episodio de esta índole, además de los otros que ustedes ya han presenciado, hubo otros, y también me ha dicho cosas que jamás yo me atreví a pronunciar, pero me resulta imposible callar más. Me confesó que no se reconoce a sí misma, lo que me ha llevado a verme obligado a aceptar con pesar que tiene razón. Dadas las circunstancias, he tomado la decisión de recluirla. El médico sabrá cuál es el mejor sitio para ello. Esto nos terminó sobrepasando. Allí estará mejor atendida. Antes de que termine la semana, hablaré con él para iniciar el proceso de internamiento. Nada puede hacerme cambiar ya de parecer.
<<Maldito traidor. Embustero. Vil>>, quiso gritar Bethany, pero con el corazón martillándole sin parar, supo que debía controlarse. Nada podría hacer si su esposo la declaraba loca. Tenía que idear un plan si quería escapar, y si volvía a alterarse, las cosas podrían tornarse peores para ella.
Eso quiso creer esa noche. Que, si se comportaba, se mantenía tranquila y callada, podría modificar el juicio que tenían sobre ella, pero más pronto que tarde, entendió que ya había una sentencia. Francis mismo lo dijo: << Nada puede hacerme cambiar ya de parecer>>.
Sabía lo que sucedería después. Cuando menos se lo esperara, irían por ella y la sacarían a rastras. No quería hacer una escena. No quería público. Y antes de que volvieran a decidir una última vez por ella, utilizaría su última carta.
Editado: 19.10.2025