La lluvia golpeaba los ventanales del ático con furia, como si el cielo presintiera la tormenta que se avecinaba dentro de esas paredes. Valeria estaba de pie junto a la mesa de operaciones, con los brazos cruzados y la mandíbula tensa. En la pantalla principal, la imagen de un hombre apareció con nitidez.
Cabello oscuro, mirada intensa, una sonrisa que alguna vez le había parecido sincera. Ahora, solo le provocaba una fría sensación de traición y asco.
Isaac estaba a su lado, con los ojos clavados en la pantalla.
—¿Lo conoces? —preguntó con voz neutra, pero Valeria percibió el filo oculto en sus palabras.
Ella tragó saliva antes de responder.
—Sí.
El silencio se extendió entre ellos. Lorenzo, que estaba en la sala con ellos, miró a Valeria con curiosidad, pero no dijo nada.
Isaac giró la cabeza lentamente hacia ella.
—¿Quién es, Valeria?
Ella apretó los puños. No era alguien que dudara en hablar, pero esta vez… esta vez era diferente.
—Se llama Adrián Vega —dijo finalmente—. Y hace unos años… era mi pareja.
Isaac parpadeó, pero su rostro permaneció impasible.
—¿Tu pareja?
Valeria asintió, con la mirada fija en la imagen de Adrián.
—Éramos agentes en la misma organización. Trabajábamos juntos, vivíamos juntos. Confiaba en él más que en nadie… hasta que descubrí la verdad.
Isaac esperó, dándole espacio para continuar.
—Vendió información clasificada. Traicionó a nuestra unidad, a nuestro equipo. Lo enfrenté, y en lugar de negarlo, lo admitió sin remordimientos. Me dijo que el mundo no se dividía entre buenos y malos, sino entre los que sobreviven y los que son usados.
El odio que destilaban sus palabras era palpable. Sus dedos se aferraban con fuerza a la mesa, como si estuviera conteniéndose de atravesar la pantalla con un golpe.
—Intenté detenerlo —continuó ella—, pero escapó antes de que pudiera hacerlo. Desde entonces, desapareció. Hasta ahora.
Lorenzo intervino, con la vista aún en la pantalla.
—Adrián no solo ha vuelto, Valeria. Ahora trabaja para los mismos que intentaron matarnos anoche.
El aire en la sala pareció volverse más denso.
—¿Sabía que estabas aquí? —preguntó Isaac.
Valeria miró la imagen de Adrián con un desprecio puro antes de responder.
—Sí. Y si ha vuelto, no es por casualidad.
Horas más tarde, en una bodega abandonada en las afueras de la ciudad, Valeria se encontraba frente a Adrián.
El encuentro había sido coordinado por Lorenzo tras interceptar un mensaje codificado que dejaba en claro que Adrián quería hablar con ella.
Isaac insistió en ir con ella, pero Valeria lo detuvo.
—Esto es algo que debo hacer sola.
—No me gusta —replicó él—. No confío en ese tipo.
—Yo tampoco —respondió Valeria con una sonrisa amarga—. Pero sé cómo piensa. Y si quiere hablar, significa que tiene algo que decir.
Ahora, de pie frente a él, Valeria sintió que el tiempo retrocedía. Adrián no había cambiado demasiado. Seguía teniendo esa presencia imponente, esa sonrisa que en algún momento la había cautivado. Pero sus ojos… sus ojos ahora estaban llenos de algo más oscuro.
—Sigues igual —dijo Adrián con una sonrisa ladeada—. Fría. Calculadora. Hermosa.
Valeria sintió el impulso de escupirle en la cara.
—Cierra la maldita boca —espetó con veneno—. No estoy aquí para soportar tus juegos.
Adrián alzó una ceja, divertido.
—Vaya, ¿tanto odio después de tantos años? Creí que el tiempo curaba las heridas.
—Las heridas, sí —dijo Valeria con una sonrisa fría—. Pero las cicatrices me recuerdan cada día lo que hiciste.
Él suspiró, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta.
—Vine a advertirte.
—¿Advertirme? —repitió ella con burla—. No me hagas reír. No me interesa nada de lo que tengas que decir.
—Las personas para las que trabajo… no se detendrán. No hasta que Isaac y tú estén muertos.
Valeria se cruzó de brazos.
—Entonces, ¿por qué estás aquí? No me digas que te preocupa mi bienestar.
Adrián la miró fijamente.
—Quizá una parte de mí aún lo hace.
Ella dejó escapar una risa sin humor.
—¿Después de traicionarme?
—Las cosas no son tan simples, Valeria.
—Para mí lo son —replicó ella con frialdad—. Tú elegiste tu camino, y yo elegí el mío.
Adrián la observó en silencio por un momento. Luego, dio un paso más cerca.
—Isaac no es para ti.
Los músculos de Valeria se tensaron.
—No tienes derecho a decir eso.
—No me malinterpretes —dijo Adrián—. No lo digo por celos. Lo digo porque sé lo que pasa cuando te apegas demasiado.
Valeria no respondió.
—¿Recuerdas lo que me dijiste la última vez que nos vimos? —continuó Adrián—. Que nunca volverías a confiar en nadie de la misma manera.
Valeria sintió que su corazón latía con fuerza, pero no dejó que su expresión cambiara.
—Y así fue. Hasta que conocí a Isaac.
Adrián apretó la mandíbula.
—Entonces prepárate para perderlo. Porque los hombres para los que trabajo no van a detenerse. Y si sigues a su lado, tampoco te detendrán a ti.
Valeria sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no permitió que su rostro lo reflejara. En cambio, dio un paso adelante, mirándolo directamente a los ojos con una furia contenida.
—Escúchame bien, Adrián —susurró con veneno—. No eres más que un recuerdo podrido. Un error que ya no me afecta. Si crees que puedes asustarme con amenazas baratas, te equivocas. No solo voy a proteger a Isaac, voy a destruir a cualquiera que intente hacerle daño.
Adrián suspiró, pero en su mirada había un destello de respeto… o tal vez de advertencia.
—Nos volveremos a ver, Valeria. Y la próxima vez, no será para advertirte.
—No —respondió ella con una sonrisa helada—. La próxima vez será para matarte.
Cuando él desapareció en la oscuridad, Valeria dejó escapar un largo suspiro.