Acompáñame a estar solo

Prólogo

La primera vez que lo vio, él cantaba y tocaba su guitarra en aquella reunión de amigos a la cual su prima Roberta le había invitado. Su voz le pareció mágica, completamente encantadora, tanto que se quedó clavada al suelo sin poder moverse por varios segundos, sin poder apartarse de esa nube de sensaciones que aquella voz que provenía de ese hermoso muchacho le provocaba. Roberta se rio de ella y le dio un pequeño empujón para que terminara de ingresar al sitio.

—Es Leandro, le llaman Uirapurú justo por esa voz tan mágica que tiene —dijo al observarla tan absorta—. ¿Es lindo, eh? —preguntó sonriendo.

¿Lindo? Era lo más parecido a un dios que Jade podía imaginar, su piel oscura, sus ojos negros de mirada profunda, sus labios anchos, su cabello muy corto pero notoriamente rizado y un cuerpo completamente escultural. Ese era Leandro y ella se enamoró de él en el mismo instante que lo vio, en el mismo momento que escuchó su canto.

Unos meses después de que comenzaran a salir, Jade le preguntó por qué todos lo llamaban Uirapurú. Algo sabía de que se trataba del nombre de un ave típica de la región de la selva amazona, pero no conocía mucho más.

—Existe una leyenda en la zona donde nací, habla de un indígena que era muy guapo y que era admirado por todas las mujeres de su tribu. Este hombre muere en una batalla a muy temprana edad y las mujeres de la tribu lloraron tanto su partida, que sus lamentos fueron escuchados por Dios, que transformó el alma del guerrero en una hermosa ave, que como aquel joven, es difícil de encontrar, pero que llena con su canto el espíritu de quienes los escuchan. Dicen que escuchar su canto trae suerte a las personas, a los hombres les significa prosperidad y a las mujeres, que encontrarán el amor. El caso es que yo comencé a cantar desde muy pequeño, y mi madre decía que era afortunada pues el mismísimo Uirapurú vivía en su casa, así crecí con ese apodo… ya ves —explicó aquel bello muchacho antes de besar a su novia.

Jade sonrió al oír esa leyenda y nunca nada le pareció más apropiado para el chico que ya sentía amar en profundidad a pesar de que solo llevaban un par de meses juntos. Él era el más guapo y el de la voz más mágica para ella, adoraba oírlo cantar en sus oídos, dedicarle canciones románticas a capela donde le declaraba su amor una y otra vez. Jade podía entender cuán certera era la afirmación de la madre de Leandro y podía incluso experimentar en su propia piel esa sensación de sentirse afortunada por tener al mismísimo Uirapurú solo para ella.

—Me gusta —exclamó sonriente.

Solo quince años después, su Uirapurú ya no cantaba para ella. Jade buscaba en Google información sobre la leyenda para ayudar a Vinícius en su tarea mientras escuchaba una grabación del canto del ave en un video de Youtube e intentaba que su hijo no descubriera las lágrimas que amenazaban por salir. El pequeño no tenía idea de lo que aquella leyenda significaba para su madre, solo le había pedido ayuda pues la maestra le había dado de tarea que el día siguiente contara algo sobre su país de origen. Entonces Jade encontró en un video la siguiente información:

«Su canto es puro y delicado como el de una flauta. La selva amazónica hace silencio en reverencia al maestro de los pájaros, y la tribu se emociona al oírlo. Son muy pocos los que tienen la oportunidad de oír a esta ave que apenas canta unos cuantos minutos al alba y al atardecer durante los quince días en el año que tarda en construir su nido. Al son de su canto las mujeres y hombres de la tribu se apresuran a hacer pedidos atribuyendo al ave poderes mágicos. Creen que una de sus plumas dará a los hombres suerte en el amor y los negocios, y un trozo de su nido garantiza a las mujeres la pasión y fidelidad de sus amados para siempre».

Aquello fue demasiado para el alma contenida de la mujer quien se levantó y corriendo se encerró en el baño. Solo quince días cantaba el Uirapurú mientras construía su nido, esos fueron los quince años que tuvo ella a su lado a Leandro cantándole solo a ella. Eran muy pocos los que tenían la oportunidad de oír a esa ave —decía la nota—, ella había sido una de ellas, ella había sido la más afortunada. Él no le había dejado una pluma ni un trozo de su nido, él le había dejado el nido completo, él le había dejado a Vinícius, pero con su vuelo, el nido quedó vacío, al igual que su alma, que su corazón y su vida misma.

Las lágrimas cayeron como cataratas mientras Vinícius preguntaba a su madre si se encontraba bien. Una vez más ella estaba llorando por el recuerdo de su padre, un padre que él nunca conoció pero que aun en su corta edad le significaba el amor, el amor de su madre hacia el hombre que le dio la vida y a quien notablemente ella nunca podría olvidar.

Jade logró calmarse unos minutos después y secándose las lágrimas salió del baño. Abrazó a Vinícius pidiéndole perdón y él solo asintió viéndola una vez más con el rostro hinchado por las lágrimas.

—Vayamos a terminar esa tarea, ¿sí? —dijo Jade incorporándose.

—Sí, mãe... Por cierto, me ha encantado el canto de esa ave. ¿Será que algún día podremos escucharla en vivo, mamãe? —inquirió curioso.

—Creo que ya lo has escuchado, Vini —dijo Jade recordando la de veces que Leandro le cantaba a su hijo cuando aun estaba en su panza—. Y estoy segura que seguirá cantando dentro de ti, en tu corazón, cada día de tu vida.

—¿De qué hablas, mãe? ¿Tengo un pajarito en mi corazón? —preguntó el pequeño tocándose el pecho. Jade sonrió, un día le contaría a su hijo sobre su padre, un día le diría quien fue para que estuviera orgulloso y se sintiera tan afortunado como ella misma de ser parte de la historia, de la vida de Leandro, el joven más bello que la vida le presentó y que al igual que aquel indígena de la tribu debió partir a temprana edad.




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